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Las minas antipersonal no acabaron sus ilusiones

Cientos de antioqueños hacen parte de la terrible cifra de 10.001 víctimas minas en el país. Aquí las historias de cuatro paisas, ejemplos de superación.

  • Las minas antipersonal no acabaron sus ilusiones | FOTO HENRY AGUDELO
    Las minas antipersonal no acabaron sus ilusiones | FOTO HENRY AGUDELO
29 de septiembre de 2012
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Cada que explota una mina y destruye un pie, una mano o deja herido a alguien, ese alguien siente que su mundo termina allí. Todo se le derrumba. En medio del aturdimiento ve que la vida se le diluye y le pasa como una película. Ese golpe lacera la vida y extiende el rostro de la Colombia mutilada por una de las peores atrocidades de la guerra: las minas antipersonal.

Según el Programa Presidencial para la Acción Integral contra las Minas Antipersonal, Paicma, desde 1990 y hasta el 24 de diciembre de 2012, en el país se han registrado 10.001 víctimas de este flagelo.

De estas, 7.903 han tenido que empezar de nuevo tras caer en un campo minado y quedar lesionados.

En muchos casos, las víctimas tienen que volver a empezar de cero para volver a aprender a caminar, sentir una mano amiga o moverse en medios de las tinieblas de la ceguera.

Entre esas 7.903 que tenían salud y ganas de vivir y que resultaron afectados por una mina antipersonal están Marco Antonio Zuluaga , Jhon Ferney Giraldo Giraldo, Mauro César Giraldo Zuluaga y el militar Deiber David Arredondo .

Estos cuatro antioqueños sufrieron el impacto de los “enemigos invisibles”, escondidos en la tierra. Todos perdieron algo de su integridad física, pero ninguno perdió el deseo de vivir. Son un ejemplo de superación.

Deiber: su misión ahora es ser feliz 
Deiber David Arredondo es uno de esos soldados que su misión del deber se convirtió en su tragedia, luego de que un artefacto explosivo o el “enemigo oculto” (como le dicen en el Ejército) le destrozara sus piernas hasta más arriba de las rodillas, con daños tan severos e irreparables, que los médicos no tuvieron otra opción para salvarle la vida que amputárselas desde los muslos. El accidente ocurrió el 7 de agosto de 2011. El artefacto usado en su contra fue un paquete bomba abandonado en una bodega de panela en Campamento (Antioquia), al parecer, por guerrilleros.

“No me acuerdo de nada porque la explosión me arrojó por el aire y quedé mal herido e inconsciente”, relata. La tropa vigilaba la construcción de la carretera, en la vereda El Manzanillo. Un año después del hecho, Deiber no reniega. Acepta su discapacidad con valor y espíritu de superación. Ya abandonó la silla de ruedas y aprendió con mucho esfuerzo a manejar sus prótesis. Gran parte del tiempo lo pasa en una piscina. Se considera buen nadador. Para salir adelante lo motivan su esposa Patricia y su hijo Juan David. Quiere ser ingeniero de sistemas.

La mina no detuvo su juventud
A Jhon Ferney Giraldo Giraldo le apasiona la música. Siente que cuando empuña una guitarra puede olvidar aquellos días en los que una mina antipersonal se llevó una parte de él. Fue hace 8 años, cuando la guerrilla llegó hasta la finca donde vivía y les dio una hora para irse. Con las pocas cosas que pudieron sacar, emprendieron el camino veredal, aún a oscuras. En la huida, Jhon y dos primos se quedaron a bañarse en un río. Tras el chapuzón, el joven se puso su camisa y dio un primer paso para alcanzar a los familiares que iban lejos. Tenía 15 años. “Sentí que en el aturdimiento me moría. Me dolía tanto que casi me desmayo. Cuando grité, mis primos se devolvieron a ayudarme pero no podían conmigo, entonces fueron por mi papá para que me cargara”, recuerda. La primera atención médica tras el accidente la recibió 27 horas después. Perdió su tobillo y tuvieron que amputarle su pierna desde la rodilla. Pero Jhon quiso salir adelante. Ahora está terminando el grado 11 y sabe tocar guitarra. Ha tocado con Juanes. Además, trabaja la tierra en su finca en San Francisco. Quiere estudiar en la universidad, solo espera encontrar una mano que le dé el “empujoncito”, dice. 

La familia fue el apoyo de don Mauro
Don Mauro César Giraldo Zuluaga, es un roble. Pero un roble con alma y cuerpo de roble, pese a que el 25 de junio de 2005 sintió la muerte de cerca. Fue en la vereda La Piñuela, en Cocorná (Antioquia). Salió de la finca a conseguir leña para el fogón. Al meterse por un camino a recolectar la madera, sintió un “fogonazo” que lo tiró casi tres metros arriba. Cuando don Mauro intentó pararse, sus piernas no le respondieron y descubrió que una mina antipersonal le había dañado su tobillo izquierdo. Como pudo se arrastró, primero arrodillado y luego entre los codos hasta un camino más transitado. Espero por tres horas hasta que sintió que la vida se le escurría tras aquella explosión. En medio del aturdimiento, sintió el galope de un caballo. Abrió los ojos y vio que era un joven al que le pidió el favor que avisara al Ejército. No se desangró porque su bota de caucho, afectada por la mina le cerró la herida. Estuvo 12 días en el hospital. Aunque no pudo volver al campo, se siente tranquilo. El amor de su familia le dio el empuje y las ganas para seguir viviendo

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