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Las cuchibarbies

21 de marzo de 2009
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¡La Barbie está de cumpleaños y el mundo lo celebra! Yo, que nací en un pueblo del Suroeste de Antioquia, en los ramales de la Crdillera Occidental colombiana, nunca tuve a la Barbie en la lista de mis deseos. Ni siquiera sabía que existía. A duras penas supe del oso Yogui, no había internet y las ventas por catálogo no nos habían bombardeado todavía. Llegué tarde a la Barbie y sobreviví sin traumas.

Mi hija, que creció al ritmo desenfrenado de finales del siglo pasado y comienzos del nuevo, tampoco hizo de esa famosa flacuchenta un ícono de la felicidad. Creo que alcanzó a tener dos, si acaso, a las que jamás vistió ni peinó. No se preocupó por Kent, por el carro, por la cocina, por el gimnasio ni por nada de la Barbie.

En cambio sí hemos visto las dos, en vivo y en directo, la proliferación de las cuchibarbies, esas señoras que, de un tiempo para acá, han inundado las calles con sus cuerpos forrados en ropa dos tallas más pequeña, extravagantes, no necesariamente bonitas, pero siempre caricaturescas. Tienen cincuenta años o más, pero quieren parecer de veinte. Como la muñeca.

A la Barbie la fuerza de la gravedad no la afectó. No sufrió nunca los rigores del acné, no supo de celulitis ni su piel perdió la lozanía. ¿Canas? ¿Arrugas? ¿Flacidez? ¿Ojeras? ¿Eso con qué se come? Pero las de carne, hueso y sentimiento sí lo sabemos. Y lo padecemos o lo aceptamos, dependiendo de la madurez de cada quien.

Las cuchibarbies pueden clasificarse en dos categorías: las "de modo", que van al quirófano tan fácil como al supermercado, tienen cuerpos curvilíneos, labios rellenos que logran un efecto de boca de pato aterrador de feo, cara estirada de ojos expectantes y todo lo demás relativamente en su sitio. Y las otras, que no tienen ni siquiera espejo y exhiben sin pudor los efectos del tiempo por debajo de sus ombligueras equivocadas.

En ningún caso aceptan que el proceso de la vida siga su curso normal, se niegan a envejecer con dignidad y no les importa el ridículo que hacen, pues sus manos arrugadas, su cuello igual y su mirada marchita no pueden ocultar el paso de los años, por más escotes sugestivos que usen a diario.

¿Ha influido la sociedad de consumo en que la mayoría de los seres humanos no admitan el envejecimiento con tranquilidad? Sin duda alguna. A punta de publicidad les vendió la idea, y muchas la compraron, de que la belleza física, la perfección del cuerpo y la rutilancia eran garantía de felicidad. ¡Qué chisme!

No sé ustedes, pero yo no dejo de preguntarme, cada vez que me cruzo con una de ellas, si son un molde de plástico vacío por dentro y decorado por fuera. De tanto querer parecer unas muñecas lo lograron, sin considerar que también existen las que nunca se venden porque no gustan y las que de tanto trajinar irremediablemente van a parar al cajón de los juguetes viejos, tristes y olvidados.

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