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La fuga que terminó en un fiasco

Así fue la fuga de dos internos del pabellón de máxima seguridad de la prisión de Puerto Triunfo que resultó ser todo un fracaso

08 de octubre de 2011
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En la celda 1 del pabellón de máxima seguridad, tres costeños se entregaron voluntariamente a la anorexia. No por vanidad,  porque no tenían a quién lucirle y ni siquiera la mamá les llegaba de visita.

Solo era una 'huelga de hambre' en secreto, de la que nadie se dio cuenta. No pedían nada a cambio ni exigían algún derecho. Solo estaban inconformes con todo y, para superar la primera etapa del plan de fuga, el requisito era estar en los huesos.

No tenían cómo pesarse, ni calcular cuánto enflaquecían, porque los espejos están prohibidos en el penal. Después de varios días a dieta de calor, hambre y encierro, lograron las medidas del fugitivo: planicie perfecta en la cadera y la cintura de azafata que les hacía falta para emprender el vuelo más turbulento hacia la libertad.

Y mientras las gotas de lluvia comenzaron a zafarse del cielo del Magdalena Medio y el aire ventilaba esa fiebre de sábado en la noche que desvela a los reclusos por su visita dominical, un trío hizo su equipaje y se marchó cuando el guardián terminó su ronda de medianoche.

La excursión
De Medellín partió el expreso de madrugada con destino al Establecimiento Penitenciario 'El Pesebre' de Puerto Triunfo.

A las cuatro de la mañana ese bus repleto de mujeres   que andaba solitario por la Autopista Medellín-Bogotá se desvió hacia la Hacienda Nápoles.

Dos minutos por carretera destapada bastaron para llegar a la entrada de la prisión que abriría sus rejas durante 4 horas para la visita matutina.

El conductor abrió la puerta y  descendieron unas damas  vestidas de gala sobre la alfombra de pantano que les dejó la tormenta de la noche.

"Por fin un día frío", murmuraban las que cada fin de semana sienten cómo la temperatura sube, sube y su vestigio de sudor les remueve el maquillaje mientras hacen la fila y superan todas las etapas de la requisa. Con un marcador de tinta negra, el dragoneante de la portería escribió en el antebrazo de cada una un número consecutivo, conservando el orden de llegada. 

Para que estuvieran puntuales y pisaran el pabellón de visitas a las 8 en punto, a las 7:15 am. les dieron la buena nueva de que podía entrar la primera decena. Mary fue la mujer número 10 que empezó el trámite para cruzar la frontera hacia su amor de la vida encerrado.  

- De un momento a otro, empezamos a ver que auxiliares del Inpec corrían hacia los patios de máxima seguridad-relata Mary-  'Muévanse que es para hoy', les gritaba un dragoneante. Cada vez salían guardias de todas las esquinas, todos armados y dirigiéndose hacia el patio 6. Ahí fue cuando empezamos a sospechar que algo había pasado-continúa Mary.

- '¿Qué hubo, no les da la contada o qué?, ¿se les fugaron?', les preguntábamos.

Uno de ellos se nos acercó y nos pidió el favor de que saliéramos de la cárcel porque había ocurrido algo que no podíamos saber. Que esperáramos afuera hasta que volvieran a dar la autorización para el ingreso.

- Desde afuera vi que todos los que habían bajado subían muy acelerados y con una cara de preocupación impresionante. Luego salieron guardianes en camionetas y en motos con su fusil en mano y con chalecos antibalas. Lo único que alcanzaba a escuchar en medio de ese 'bololoi' era 'pero cómo es posible que nadie haya escuchado nada', 'no me explico cómo nadie los vio, marica'.

- Cuando vi que repartían  entre ellos unos paqueticos con hojas blancas que tenían 3 fotos impresas y debajo el nombre de cada uno, el delito y el tiempo de condena confirmamos la sospecha. Los fugitivos eran un tal John Fredy, un Jonathan y un Juan Gabriel.

La luz al final de...
Aunque eran oficialmente enemigos, 'Benito', 'Cabezas' y 'Moña' eran presuntos amigos adentro. Esta terna que representaba a 'Los Paisas', 'Los Rastrojos' y las 'Águilas  negras' del Bajo Cauca en una misma celda no solo compartían el inodoro, sino el radio, el  gusto por el vallenato y el mismo afán por estar afuera.

Juan Gabriel o 'Moña' había llegado de trasteo hacía menos de un mes del patio 7 al 6 con una propuesta que fabricó en su tiempo libre. Solo tendrían que quitar una lámpara rectangular que está entre la pared como si fuera un cajón. Con una cuchilla de afeitar lijarían el espacio entre el cemento y el aparato hasta zafarla y, a través del orificio, huirían del patio.

En el manual de escape recomendó que fuera de noche y preferiblemente con lluvia, a la espera de uno de esos rayos que suelen dejar sin luz a toda la cárcel. Los 25 minutos que tarda la planta eléctrica para encender de nuevo los reflectores serían suficientes para saltar las tres mallas que los separaban de la inmensidad  selvática que otrora fue la finca de Pablo Escobar.

Después de que la emisora anunció las 12:30 de la noche, 'Moña' dio la señal y desprendió la lámpara mientras Jonathan Pérez y John Fredy Mejía hacían su maleta. El primero -'Cabezas'- empacó en una bolsita la foto de la bebé y la libretita de teléfonos.
El segundo -'Benito'- rasgó de un papel varios números de celular, los envolvió en un plástico y se los metió en el interior del bóxer  para que el agua no se le desvaneciera las coordenadas de la familia, los amigos y el patrón.
La lámpara la pusieron sobre el sanitario y antes de que 'Moña' inaugurara la salida, se dieron la bendición.  A ninguno lo atascó la barriga. Jonathan seguía al líder y John Fredy iba detrás. Cuando llegaron a la cumbre de la primera malla cubrieron el alambrado con la camisa del uniforme para que las púas no les arañaran la piel.

Cayeron sobre la hierba. 

Empezaron a trepar el siguiente muro de aluminio, ahí se quitaron los pantalones para cubrir las concertinas afiladas. "En esas ¡trun!, tan de buenas que cuando saltamos la segunda malla se fue la luz-relata Jonathan- cuando a lo lejos un rayo cayó como una bendición". Al contrario, esa luz de neón les hizo falta. Justo en esa última prueba, cuando ya no había más prendas con qué protegerse de los espirales con filos, Jonathan se enredó y se rasgó la espinilla zurda. "Ya casi coronamos", pensaba John Fredy con las manos cubiertas con medias, como si fueran guantes, antes de sentir que un alfiler se clavaba en su cumbamba y caía de la tercera malla sobre la rodilla del pie derecho.

 Juan Gabriel llevaba la delantera y superó ileso las etapas. "¡'Moña', Moña!", le gritaba Jonathan cuando escuchó sus pasos veloces que se alejaban en lo oscuro de la espesura sin recordar un pacto.

Las comentaristas de fuga
El 11 de septiembre amanecieron izadas las banderas de fuga. El dril color caqui con anaranjado, en lo alto del alambrado confirmó a los funcionarios del Inpec que los tres reclusos que faltaban habían pasado por ahí. La celda, donde la luz entró por la abertura de la lámpara que reposaba en la taza del baño, amaneció solo con un interno que no se quiso ir de la cárcel.

Afuera continuaba el runrún de las visitantes. "¿Será el mío el que se voló?", se burlaban. "Pues si es el mío, yo misma vengo y lo traigo".

Yury, la guía de la excursión, las invitó a rezar el rosario en el interior del bus. Antes de empezar, ofrecieron sus plegarias a Dios "para que pasara lo que pasara, hubiera visita" y "no perdieran la ida".

"Ojalá se hayan ido pero bien lejos porque pobrecitos donde los encuentren", opinaban las que no aceptaron la invitación a orar para no correr el riesgo de perder el puesto en la fila. "Que ni los busquen porque ya deben estar en Bogotá o Medellín".

Horas de libertad
Jonathan alcanzó a alzar las manos como un campeón en la oscuridad cuando sintió esas primeras ráfagas de libertad, a pesar de la cojera. Caminó mientras un chapuzón de casi tres horas seguidas por cuenta del aguacero le juagaba la herida.

Al amanecer, escuchó un 'quiquiriquí' original y no el del imitador de gallos del patio que siempre los despertaba para que se levantaran. A los dueños durmientes que olvidaron recoger la ropa que amaneció extendida en el solar, se les llevó una pantaloneta negra, una camisa de color mandarina y un trapo para tratar de estancar la sangre.

Se escondió en un matorral a la orilla de la carretera, justo a la entrada de Doradal, mientras esperaba un bus que lo llevara a Medellín. Pero no pasó ninguno y la sangre seguía escurriéndose, la esperanza frustrándose y  la debilidad ahogándolo, como si comenzara su naufragio.

Recordó a 'Moña'. Lo vio perderse como si no fueran amigos. En el libreto no habría mordiscos de tiburón de acero que le detuvieran la marcha. Pero tampoco estarían solos. 'Moña' era el guía que conocía la zona y los llevaría al río Magdalena. Harían una balsa con la vástago del plátano y por ahí desembocarían juntos a la liberdad. 

Y ahí, en la maraña del camino vio pasar al Inpec y a la Policía y, como si fuera el bus que lo llevaría a casa, les sacó la mano para que por favor lo rescataran. Antes de las 10 de la mañana ya estaba de nuevo en su cárcel.

Para John Fredy todo pintaba bonito. Lo auxilió una familia. Le dieron "café con leche, fríjoles, buñuelo y esos huevos con tomate y cebolla que hacía tanto no comía".  Le calentaron agüita con sal para untarse en los rasguños y deshinchar la rodilla. Le prestaron el baño, le regalaron un bluyín, una camisa verde y le dieron almuerzo. "Jmm, qué comida tan sabrosa", se saborea mientras recuerda.

"Escondete", le dijeron cuando se aproximó un jinete. "Si ven a un extraño por acá no le den nada, ni agua", les advirtió. "Mijo usted sabe que por aquí las cosas están muy calientes, es mejor que se vaya", le pidieron minutos más tarde. "Yo sé que acá no puedo durar mucho, solo escampaba los dolores pero yo sé que voy pa´lante". Le obsequiaron una lata de atún, otra de sardinas, pedacitos de panela, 10 mil pesos y dos minutos para llamar a celular a un amigo o a la madre.

"Casi a las 18 horas, recibí una llamada telefónica, era  de una finca sobre la vía que conduce de la Hacienda Nápoles a  Puerto Nare, en el sector Iglesias. Dijeron que había una persona desconocida. Que estaba preguntando por la salida al río Magdalena -cuenta el Intendente Vélez de la Sijín de Puerto Triunfo.

Les pedí que lo entretuvieran, que le dieran comida, o algo de tomar, mientras nos daba tiempo de llegar, nos desplazamos y a las 7 de la noche, en el portón de la finca estaba él junto a tres trabajadores. Se le notaban los brazos rayados como si hubiera estado en la maleza, con heridas recientes. Apenas nos vio, sonrió y nos dijo: 'hermano, yo soy uno de los que se voló'.

Al atardecer de su primer y único día libre, a John Fredy lo detuvieron. "Varios hombres armados me amarraron. Me decían que estaba haciendo inteligencia y yo les decía 'cuál hombe, yo me acabé de volar'. Yo estoy buscando protección. A mí hasta se me salieron las lágrimas, me sentía como un animalito, me ataron las muñecas con nylon y  me hacían caminar cabrestiao", relata John Fredy.

"Yo les decía, 'hermano, si me va a matar, hágalo pero no me entierre, déjeme tirado'. Después llegaron más personas y me llevaron a otro lugar hasta que anocheció. Cuando llegó una camioneta sabía que me iban a picar y a desaparecer, cuando resultó ser la Policía, respiré y les di las gracias por traerme de regreso".

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