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La derrota de la intimidad

22 de marzo de 2009
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Por lo menos es decepcionante que entre los llamados a defender desde los medios periodísticos el derecho humano a la intimidad haya quienes gocen transformando vicios privados en virtudes públicas.

Cierto núcleo de la clase intelectual, alentado por las extravagancias de una farándula insolente, escoge la vía fácil y exitosa de la degradación de los ciudadanos a la condición de simples voyeristas, que hojearían revistas y periódicos sólo para conocer los chismes de última hora, averiguar los secretos de las camas de los famosos y convertir la información en material combustible en una enorme hoguera de vanidades.

Mostrar modelos y antimodelos en pelota, narrar fantasías eróticas como si fueran genialidades, describir con admiración las sensaciones que produce el consumo de yerba alucinógena y elogiar su alta calidad, exhibir el adulterio y el intercambio de parejas como indicadores de modernidad vanguardista, son acciones que ocasionarían mejoramiento ocasional de las ventas y exaltarían a los autores como individuos dotados de fuerte personalidad y capaces de retar el sistema establecido.

¿Pero qué es lo que resulta en el fondo? Se les falta al respeto a lectores y espectadores. Se les minimiza como si no tuvieran intereses distintos de la satisfacción de la curiosidad morbosa. Es falso que los ciudadanos que leen, oyen y ven sean sólo fisgoneadotes dispuestos a tomar en serio lo ridículo y ridiculizar lo serio, a empequeñecer los grandes temas hasta volverlos irrelevantes y viceversa.

En otra ocasión había preguntado cuál es el porqué de la repelente oleada de temas frívolos en el periodismo colombiano y no sólo en el que está haciéndose por televisión, también en el de algunas revistas y determinadas publicaciones marginales. En el disfraz sospechoso de esa forma distorsionada de originalidad se esconde la indolencia ante las luces y sombras de la realidad social.

Cuando en una sociedad irresponsable se entra en una etapa de aflojamiento de resortes morales y éticos, las intimidades y extravagancias de los famosos van pasando al primer plano de la actualidad. Sus debilidades y torpezas, no importa si están dentro de la esfera de los vicios privados, acaban por convertirse en virtudes públicas. Son signos de la decadencia.

La teoría de los derechos personalísimos, es decir de aquellos que son innatos, que vienen con el mismo sujeto y son inseparables de la persona por su propia naturaleza humana, fue un avance trascendental en el Siglo Veinte. La protección de la esfera de lo íntimo es una de esas prerrogativas inalienables. Pero si los llamados a defenderla en tiempos en que está expuesta a todos los ataques renuncian a semejante responsabilidad y desafían a la gente, lo que puede esperarse es que sobrevenga más temprano que tarde la derrota de la intimidad.

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