Souldes Maestre les envía saludos. Que a ustedes, los hermanos menores, se les extraña, que los espera en su pueblo y que cuando vayan no se hagan muchas ilusiones porque a veces son mejores los fotógrafos que los paisajes.
Me pide que escriba la verdad, sin flores ni mariposas. Que escriba por ejemplo, lo del viaje, lo de carretera. Que no oculte su resistencia. Que la escriba en mayúscula.
Se sonríe antes de dar la estocada final a su serie de advertencias: pedir permiso para entrevistar, oír a los mayores, no hacer ruido, respetar los lugares sagrados, no tomar algunas fotos y bañarse en el Guatapurí, por los siglos de los siglos.
Souldes es un indígena kankuamo, uno de los pueblos indígenas más golpeados por la violencia en el país. Este muchacho de 21 años, vive en Atánquez, un pequeño resguardo ubicado a una hora de Valledupar (Cesar).
Al instante de conocernos parece tímido y comienza con un interrogatorio, que suena a libreto: ¿De dónde son? ¿Qué hacen aquí? ¿Por qué quieren conocer mi cultura? ¿Ya hablaron con el Cabildo Gobernador? ¿Qué profesión tienen?
Solo para luego sentenciar: "¡Ah son periodistas de Medellín! ¿De EL COLOMBIANO? ¡Qué bueno!, ustedes están cumpliendo 100 años", dice, en medio de una emoción que sacude el alma, la vida misma.
Por las calles de Atánquez
8:30 de la mañana. La primera parada es en casa de Aura Montero, una reconocida tejedora de mochilas. Sobre su mesa hay una docena de ellas, algunas hechas en fique, otras en lana. Algunas completas, otras sin terminar. Aura, entonces hace el mismo interrogatorio de Souldes: ¿De dónde son? ¿Qué hacen aquí?... y no parece sorprenderse por las respuestas. Eso sí ordena que "deben ir a Guatapurí, una de las 12 comunidades nuestras".
Entonces, Souldes la atiende como tal y comienza su peregrinación por las calles empedradas en busca de un conductor que quiera llevar a los periodistas al resguardo. No hay nadie en la calle. El muchacho recibe dos "no" antes de que el señor que transporta la gaseosa le diga que "sí", que sí nos lleva.
La advertencia de que sería una hora por carretera destapada, se quedó corta. El carro se hunde. Se ladea. Se vuelve a hundir y te lanza de un costado al otro. No hay otra opción que soportar ese vaivén durante una hora en el volco de un camión cargado con gaseosa bajo el relato de Souldes.
Al llegar, la tragedia de este muchacho se revive con los primeros pasos por la comunidad de Guatapurí, en donde los zarpazos de la nostalgia no lo dejan seguir de largo por la escuela. Entonces, relata que cuando iba tenía prohibido salir, que recuerda que una mañana cayó una bomba cerca y señala el lugar y parece que la bomba cae ahora mismo. "No podíamos salir. Creo que la violencia me llenó de miedos y me quitó la niñez".
"El proceso de exterminio nuestro ha sido tremendo. Cuando empezó todo eran matanzas selectivas, la orden de los paramilitares era que cada semana tenía que haber tres muertos. No se podían pasar de ahí para no llamar la atención. Tuvimos que enterrar a cuatro profesores. Una vez sobrevolaron dos helicópteros encima de nosotros. Tiraban bombas cerca. No podíamos salir".
Hace un silencio y prosigue. "Luego viene la intervención del Estado. Con un régimen militar muy severo, pero la vida sigue. Estamos resistiendo".
Desde el 2003, el pueblo kankuamo empezó la lucha por no desaparecer. Lograron convertir su territorio en resguardo y vienen consolidando la Organización Indígena Kankuama. E iniciaron un modelo educativo con el que pretenden, desde la escuela, rescatar las tradiciones. Hoy en día no usan vestimenta tradicional, hablan español y aunque la gran mayoría de las mujeres tejen, las jóvenes se resisten.
11:00 de la mañana. Llegamos al resguardo Guatapurí, una copia de Atánquez, pero más pequeño y más frío. Con las mismas calles en piedra, la misma soledad, un par de iglesias católicas y ese reggaetón que no para de sonar. Souldes tararea una canción.
La calle principal, la misma que atraviesa el resguardo, se transforma cuando de repente aparece un niño de no más de ocho años, llevando una vaca, como si fuera un perrito. Pertenece a una de las cuatro etnias que viven en la Sierra Nevada de Santa Marta. Tiene el cabello largo. Lleva un vestido blanco tradicional curtido de mugre. Unos zapatos estudiantiles. No sonríe. Detrás de él, a unos tres metros, viene una mujer.
Souldes los presenta y entonces dice que son wiwas y que se les puede tomar fotos. "Están en nuestro territorio, no pueden protestar".
Lucha educativa
Justo, después de que ellos pasan, Souldes aborda el tema del que hablan todos los kankuamos: el modelo educativo, que no es otra cosa que la lucha del pueblo kankuamo para que sus niños y sus jóvenes no pierdan las tradiciones, un proyecto que comenzó en 2003.
"El modelo educativo fue una construcción colectiva. ¿Qué si nos gusta? Donde vayas y preguntes hay diferencias. Hay gente que dice que el modelo no servirá, hay otras personas que piensan que sí. El modelo consiste en dictar las clases con los mismos contenidos, pero basados en asuntos de nuestras tradiciones", explica.
Para el concejal kankuamo Adolfo Luquez Mindiola, la apuesta que hoy tiene su pueblo es exigirle al Estado el reconocimiento. "Exigir la reivindicación de los derechos individuales y colectivos de cada uno de los miembros. En este momento hay dificultades con la ejecución de los recursos del Sistema General de Participación. En la actualidad hay cerca de 4.000 millones de pesos que no han sido ejecutados y eso se debe a la falta de voluntad política de las anteriores administraciones", dice el concejal.
12:00 del día. Después de dar muchas vueltas y de explicar que a los sitios sagrados no se les pueden tomar fotos, de buscar aquí y allá al Cabildo Gobernador (que cumple la misma figura del alcalde), para pedirle permiso de hablar con la comunidad, de tararear juntos el mismo reggaetón, Souldes atraviesa una iglesia tradicional para explicar que es uno de los sitios que se respetan. Que es un lugar de reunión. No se detiene mucho aquí para llegar, tal vez, al sitio de sus amores, al río Guatapurí. Lo presenta con todo el orgullo y va y se moja la cara, luego en acto de bautizo invita a que sus acompañantes hagan lo mismo. El agua está helada. Luego, Souldes entra en confianza y dice: "Qué pena, no es solo la cara, deben bañarse".
Hermes Basilio Arias, coordinador general de mayores del pueblo Kankuamo, recuerda que en 2003 arrancó el proceso de recuperación. "Después de una gran soledad de 100 años, estamos intentando recuperarnos y recuperar todo lo que teníamos. Hoy en día, tras algunas diferencias internas, estamos bien, en pie de lucha por no desaparecer".
4:00 p.m. Souldes se ríe cuando se pone a contestar una pregunta que no le habían hecho. "¿Qué es ser kankuamo? Ser kankuamo no es llevar una mochila. Ser kankuamo va desde el principio. Desde reconocerse hasta respetar el territorio. Ser kankuamo no es lo que fuimos ayer ni lo que vamos a ser mañana si no lo que somos y como nos reconocemos hoy".
El muchacho, que no dejó de hablar un solo instante, remata el día con un silencio eterno, que rompe con una ráfaga de sinceridad: "Si yo les hubiera dicho que mi pueblo no tiene nada de tradicional, ¿ustedes habrían venido? Se pueden desilusionar, pero necesito que escribas la verdad, para que cuando la gente venga no comience a buscar lo que no hay" n
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