Juninear, ese verbo que conjugaron miles y miles de personas en decenios anteriores, ahora no se conjuga tanto. Ya no está de moda... pero se juninea.
A Junín, ese corredor de unas ocho cuadras, tres de ellas peatonales, sigue siendo la principal carrera de Medellín. Y es precisamente en ese bulevar, ese camino peatonal, el que sigue teniendo mayor confluencia para hacer eso que tanto gusta: juninear.
Juninear fue un verbo que surgió a mediados del siglo pasado y definía la acción de muchas personas que llegaban a esa vía, muy de moda en aquellos tiempos. Ahí estaba el Club Unión y los salones El Ástor y Versalles eran frecuentados por los intelectuales esos tiempos —y los de estos—. Gonzalo Arango llegó a tales sitios. En la novela Esteban Gamborena, de Arturo Echeverri Mejía hay alusiones a este asunto.
Juninear también era ir a vitrinear y a comprar. Siempre ha habido almacenes de zapatos y de ropa y de libros y de joyas... O pararse en las esquinas a lanzar piropos decentes a las muchachas.
Las más bonitas
Bajo la llovizna de la tarde, oyendo los pregones de los vendedores de paraguas que surgieron dos segundos después de la primera gota, Rodrigo de Jesús Hernández Alzate asegura que "las mujeres son más bonitas en Junín que en cualquier otra parte de Medellín".
Pero él no puede ser una fuente confiable para un concepto como este. No lo es. No tiene forma de compararlas. ¿Acaso no está allí, en la carrera 49, casi en el mismo punto, entre La Playa y Maracaibo, vendiendo flores desde 1976?
Está allí desde el tiempo en que, los domingos, un programa familiar era llegar a Junín, almorzar en Versalles, ver una película en el cine Dux o en el Junín, pasar un rato en el Parque de Bolívar besando un helado y regresar a casa con un ramo de girasoles.
Nació en Santa Elena y allí habita. Y como todos los de ese corregimiento, lo cuenta sin que se lo pregunten. Es superado, en tiempo de estancia en este célebre corredor urbano, por el poeta Luis Flórez Berrío, "el primer poeta latinoamericano", señala. "No lo digo yo. Esa frase es de un poeta de Bogotá".
"¡El tres cuarenta y siete, el cuatro veintiocho y el cinco trece… ¡El tres cuarenta y siete, el cuatro veintiocho y el cinco trece…", repite sin cesar un vendedor de lotería en un sitio indeterminado, cercano en todo caso a la banca de madera en la que está sentado el escritor, dándole la espalda a la puerta del Ástor. La llovizna no prospera y los vendedores de paraguas no se oyen más.
Fabio Correa Cadavid, quien fuera corresponsal itinerante del periodista Miguel Zapata Restrepo, en el radioperiódico Clarín, el Imperio de la Noticia, es uno de sus seguidores. Acude cada tarde, como otra decena de personas más, a presentar sus poemas o sus cuentos al veterano poeta, quien abandona sobre su regazo un cartapacio de poemas suyos y de otros, para tomar en sus manos el ejercicio creativo de quien quiere su consejo, que bien puede ser un título. Sí, un taller de escritores bajo el cielo de Junín.
Por los dientes
"No. Yo no vengo a Juninear. Estoy viniendo a Junín una vez al mes, porque me están haciendo una ortodoncia por aquí cerca". Carlos Andrés Restrepo abre los labios y deja ver el herraje sobre sus dientes. Es estudiante de ingeniería Mecánica de Eafit y sus amigos, dice, son casi todos de El Poblado y Envigado, de modo que suele gastar sus ratos libres en esas zonas.
Anda a grandes trancos con un libro inmenso bajo el brazo, sin hacer caso a la música caribeña que sale de Patio Bonito.
"El problema ya, no sé cómo lo va a poner usted, es que se han venido algunos indigentes —dice otro Carlos Andrés, este de apellido Alzate, auxiliar de una oficina de abogados y mayor de cuarenta años—. Yo sé que ellos son seres humanos, pero, usted sabe, muchas personas que vienen de paseo se asustan y dejan de venir a Junín que es una callecita elegante".
Alzate vive en el Oriente de la ciudad. Sin embargo, en los días de ocio, él exhibe su cabeza motilada al rape y la cruz plateada que pende de su cuello por esa misma vía: se toma las cervezas entre Ayacucho y Pichincha. "El centro es bueno".
Unos días en la 49
De negro, dos músicos pasan despacio de Sur a Norte. Ella, con el cabello muy recortado, lleva a sus espaldas un violín en su estuche. Él, cabello largo que recuerda a John Lennon, carga a sus espaldas una guitarra en su estuche. Van a detenerse unos pasos adelante del viejo Club Unión, ahora convertido en centro comercial, junto a una jardinera. Sacan sus instrumentos, dejan abierto, en el suelo, el del instrumento más pequeño para que en él caigan las donaciones.
Ella es argentina; él bogotano. Se encontraron hace unos meses en el país del sur, se unieron con la música y decidieron recorre el continente "mochileando: la meta es llegar a México".
Un pregonero de velita y coco, la tradicional golosina, pasa tras de ellos empujando su carretilla, cuando el violín y la guitarra entablan una conversación acelerada, ante la mirada de algunos peatones que se detienen a escucharlos.
"Como músicos, no tenemos nombre", dice el bogotano. "Si nos va a mencionar, llámenos Daniel y Victoria, así no más", sugiere la violinista. Y vuelven a tocar.
"¿Yo? No, yo jamás vengo a Junín". Esta aseveración absurda es de Elizabeth, una mujer de unos veintisiete años, que camina como si fuera a volver a llover, aunque en el ambiente nada lo anuncia. Absurda, puesto que todo indica que está en Junín: a su lado está la Librería Nueva; al frente, el Edificio Coltejer. No hay duda: está en Junín. Le llamo la atención sobre este asunto y ríe. Luego explica que casi ni sale. Madre como es de un crío de tres años, apenas sí se puede mover de su casa en Manrique. "Estoy por aquí a las carreras buscando un almacén de zapatos". Uno en especial. Y sale presurosa a preguntarle a un vigilante, a ver si no debe dar muchas vueltas.
Y a esa tres chicas risueñas que avanzan de norte a sur, Manuela, Eliza y Natalia, fue que no tuvieron clase en el Politécnico Mayor, "ese que queda por el Parque del Periodista", y decidieron irse caminando por Junín. "Mucho que mirar", dice una de ellas. Y como es algo salido de la rutina, se hacen algunas fotografías con sus teléfonos celulares. "Qué tal este puesto de flores como fondo, muchachas", propone otra y juntan sus caras para quedar en el cuadro.
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