Esta película no es una obra de arte. No obstante, hay que verla.
Trae de nuevo a los ojos una época bisagra de la cultura occidental y exhuma de la historia la estampa de una mujer sin par.
Por eso se debe ver, así el director español Alejandro Amenábar se haya dejado imbuir del tufillo hollywoodense.
Su nombre, Ágora, tampoco es un acierto. Es verdad que escenario y asunto evocan la plaza democrática griega, pero la gravitación del argumento reposa sobre el peplo blanco de la primera mujer matemática de que se tenga memoria fehaciente. Filósofa de la escuela neoplatónica y consumada astrónoma, Hipatia descolló en la Alejandría de finales del siglo III y comienzos del IV de esta era.
Así pues, este filme ganador de siete premios Goya habría de nombrarse escuetamente Hipatia.
Y las mujeres de Colombia harían bien en asistir a la gala de esta pensadora y maestra para la que no hubo un hombre adecuado, y con cuya lapidación murió el pensamiento clásico.
Mientras ella cavila en torno de la elíptica de las estrellas errantes, sus enamorados afinan la traición con tal de quedarse con gramos de poder.
Mientras la bella, representada por Rachel Weisz, rectifica su pensamiento tras cada dato arrancado a la realidad, las hordas masculinas se despedazan entre dogmas y fanatismos.
La debacle de una cultura de milenio y medio, aquilatada por Grecia y Roma, es simbolizada por la silueta tenue de una mujer que escruta las alturas mientras nuevas mayorías vociferantes queman rollos de sabidurías enmudecidas.
Hipatia, quien hoy le da nombre a un asteroide y a un cráter de la Luna, turbó de amor a discípulos, esclavos, aristócratas y prefectos, ninguno de los cuales dio talla al frenesí cósmico de aquel ser espoleado por las cumbres.
A pesar de que Amenábar, también guionista, dilapida buena parte de las dos horas en festines de sangre, pequeñeces de celos y extravagancias de muchedumbres, la estatura de la protagonista mantiene la arquitectura narrativa en su dignidad, interés y misterio.
Por eso la obra se salva como documento, a pesar de que naufrague como inspiración. Valió la pena arrojar una sonda al tiempo para acercar al presente siglo de locura, una efigie femenina que exhibe su poderío con nitidez contemporánea.
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