Cuando llegó al aeropuerto de Chile, la maleta de Estefanía se había dañado en esos trajines del avión en seis horas de vuelo. Entonces le dijo al chileno que la esperaba, con cara de urgencia, que necesitaba una tula, urgente, una tula.
El joven, de traje elegante y peinado perfecto, la miró confuso, mientras ella repetía que necesitaba la tula, rápido, que fueran a una tienda. Él seguía extrañado, no solo por lo de la tula, sino por lo de la tienda, y le dijo que bajara la voz. Solo cuando ella habló de ropa, de ponerla en una maleta, se entendieron. Estaban, ahora sí, hablando el mismo idioma.
Una tula en Colombia es una mochila, una maleta. Tula, en Chile, es pene.
El español, según datos del Instituto Caro y Cuervo, en un informe de 2012, lo hablan más de 495 millones de personas. No obstante, cada región tiene sus palabras, acomodadas según el contexto y el uso. Sin contar que como es una lengua viva, evoluciona, cambia.
"El español --como el inglés, el francés, el mandarín-- es una lengua viva, y eso quiere decir que evoluciona. Como se puede decir de otro ser vivo que nace, crece, se reproduce y muere, al idioma le pasa lo mismo, nace o renace, porque hay siempre palabras nuevas, debido a que siempre hay realidades nuevas. También muere, pues las palabras se dejan de usar cuando las reemplazan otras o cuando las realidades a las que se refieren dejan de existir. Ya nadie dice casete, porque ya no hay casetes, pero hace cuarenta y cinco años, cuando aparecieron los primeros, la palabra era una novedad que había que aclimatar poco a poco", explica Fernando Ávila, delegado para Colombia de la Fundación del Español Urgente (Fundéu).
Al tener palabras que cambian y unas propias de cada región, a veces, aunque dos personas hablen español, no siempre se entienden. No hay que ir muy lejos. En Neiva una bolsa de plástico es maleta.
Palabras que hacen sonreír, pero, también, sino se conoce el contexto, sonrojar
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