AClive Owen le cambió la vida cuando tenía 13 años y en la escuela le pidieron hacer una obra de teatro. Fue Oliver, el personaje de la novela de Charles Dickens. Un papel pequeño que fue suficiente. Se le abrieron los ojos y supo que tenía que ser actor.
Al principio su mamá no le creyó. Nadie lo hizo, realmente, porque era muy joven, y podía ser solo una idea pasajera. El pequeño Clive, no obstante, estaba convencido, entró al teatro del pueblo -nació en Conventry, Inglaterra-, y luego estudió en la Academia Real de Arte Dramático. A los 19 años, estudiando todavía allí, la actuación le volvió a abrir los ojos. Él era Romeo y Sarah-Jane Fenton, Julieta. Se enamoraron, pero a diferencia de los personajes de Shakespeare, su amor no fue una tragedia, sino un matrimonio y dos hijos.
El pueblo donde nació Clive, en 1964, es pequeño, unos 300 mil habitantes, y es el más alejado de la costa británica. Creció con su mamá, porque su papá se fue, y con sus cuatro hermanos, él es el penúltimo.
Lo del teatro "fue algo poco corriente. Yo era de una familia que no tenía mucho dinero" -contó en el conversatorio del Festival Internacional de Cine de Cartagena, Ficci-. Tenía talento y el consejo del pueblo ayudaba. Aún se acuerda de la audición en la Academia Real de Arte. Tenía tres minutos para interpretar algo de Shakespeare y algo moderno. No es como ahora, que una audición puede durar una semana. También fue afortunado.
Clive Owen se hizo en el teatro, muy común en los actores de su generación. "No se podía sostener la carrera de cine, aunque, inicialmente, el teatro era lo que quería hacer".
Las tablas le enseñaron disciplina. Cuando un actor aparece en la escena está listo para presentar la obra. Es un actor disciplinado, juicioso. "Para el cine, igual que para el teatro, me preparo de forma rigurosa, estudio. Hago mucho trabajo antes de rodar". A muchos de los directores con los que ha trabajado les ha interesado hacer pocas tomas. A él no le molesta, porque eso le produce adrenalina, le pone presión. "A veces quieres más".
Julia Roberts, que ha trabajado con él dos veces, en dos películas, Closer y Duplicity, dijo una vez que es "absolutamente feroz frente a la cámara. Cuando filmamos Closer solía hacerme llorar. Fue una especie de terrorista emocional". Porque Clive Owen se compromete. Ser actor es su trabajo. Lo de ser estrella de cine es lo de menos. Es crítico, muy crítico, con él mismo.
"De joven, me enseñaron en la escuela de interpretación que actuar no es solo un oficio -se lee en una entrevista en 2011, que recoge el diario 20minutos-. Es un arte. Con el paso del tiempo, he aprendido que para triunfar es fundamental estar muy concentrado en este trabajo. Cuando te empieza a ir bien, es fácil despistarse por el dinero, la fama o las mujeres, y por eso la disciplina es crucial".
Poco le interesan las entrevistas, no hace de su vida un escándalo, no dice mucho de lo que es. Patrick Marber, director de teatro, contó en The Guardian que no tiene la necesidad de ser querido por el público. "La mayoría de nosotros entra al mundo del espectáculo con el fin de ser admirado. Clive no".
Clive conversa despacio. No se ríe. No hace gestos cuando el público le aplaude, ni cuando le grita, ni siquiera cuando detrás de él, como pasó en el teatro Adolfo Mejía durante el conversatorio del Ficci, una señora se ponía a su lado, disimulada, para que le tomaran fotos. No se dio cuenta. Él, antes que una estrella de cine, es un ser humano, que tiene una vida cotidiana. Le gusta pasar tiempo con su esposa y sus hijas, es fan de David Bowi e, le gustaría trabajar con Paul Thomas Anderson, y en el estadio, cuando va a ver a su querido Liverpool, grita como los otros miles de hinchas.
El actor
Hace unos años se dejó crecer el bigote, si bien no le gusta. Iba a grabar The Knick, de Steven Soderbergh. El personaje lo necesitaba, porque en la época que iba a interpretar, todos lo usaban.
Personaje fácil, físicamente, que necesitaba un par de pelos encima de la boca, pero está acostumbrado a los desafíos. Le interesan. Cuando le mostraron el guión de Hemingway, se emocionó. Tenía esas dos cosas que le parecen fundamentales para que una película salga bien: un buen guión, un buen director. El problema es que él no se parece para nada a Ernest Hemingway. Hubo quien dijo que ese hombre flaco y alto no cabía en el cuerpo del escritor. "No me parezco, pero acepté el desafío. Me dio miedo, pero no había forma de que no aprovechara el personaje". No tomó tanto como Hemingway, "pero hice que pareciera que tomaba mucho".
El actor pasa de un personaje a otro, sin que se parezcan, la mayoría de la veces, pese a que algunos coinciden en lo sombríos y melancólicos. Le gusta hacer personas diferentes, aunque no los elija con consciencia, ni diga este, porque no se parece al anterior. "Mi primer impulso es crear personajes distintos, explorar diferentes aspectos de mí mismo. Estoy abierto a todo".
Clive ha cambiado. Al principio le parecía muy importante, para elegir una película, leer el guión y si era bueno, decía sí. Con la experiencia, cuenta, sabe que hacer una cinta buena es difícil, aunque se tengan todos los elementos, porque no por tenerlos se fusionan bien. "Es en la fusión en la que sucede la magia". Dos son fundamentales, el guión y el director. "Lo siguiente es confiar en el director. Yo no lo determino. Es su película, pero digo, tengo fe en ti".
Hizo teatro y televisión en su país. Luego vino el cine y una primera cinta, Croupier. La fama, sin embargo, le llegó a los 35 años, con Closer, cuando interpretó a Larry. No era su primera vez con la obra de teatro de Patrick Marber, porque el mismo Patrick lo había dirigido en las tablas, pero haciendo de Dan. Con Larry ganó el Globo de oro y un Bafta.
Ahora que tiene 49 años, sigue trabajando en lo que le gusta, descansa cuando quiere, hace lo que decidió desde cuando tenía 13.
A veces, también, va a festivales de cine, recibe una India Catalina -sin saber, de seguro, qué es una India Catalina-, agradece que lo hayan invitado, dice que le gustaron mucho las Islas del Rosario, señala que el honor no es solo que lo hayan invitado, sino que "realmente me han dado la maravilla de descubrir Cartagena", y cuenta un poco, solo un poco, de lo que es. Entonces se va con sus ojos verdes y aparece en la pantalla con otro nombre, en una película, su más reciente, de nombre Blood Ties.
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