Pudo ser el acto cimero de la reciente Feria del Libro en Bogotá. Un aguacero, gotas de piedra, impidió que se llenara la sala Eduardo Carranza al final de la tarde del miércoles anterior.
Bien temprano se sentó, incógnita, insignificante, Claudia López, la poderosa politóloga que hace rato se echó sobre la espalda el destape de la parapolítica.
Luego llegó él, vigoroso, barbado entregris, ni alto ni bajo, dueño de un español apenas suficiente para dar curso a un turbión de ideas desesperadas.
El diputado Francesco Forgione fue presidente de la Comisión Parlamentaria Antimafia de Italia y consignó sus hallazgos en el libro Mafia export , 400 páginas de dinamita con mapas.
La idea era que Claudia lo entrevistara ante el público. Una asistente del Encuentro Internacional de Escritores, marco del evento, anunció que internet lo transmitía en directo. Tal fue la identidad entre los personajes que al cabo de la tercera pregunta, la colombiana advirtió que apenas esa mañana conoció al experto y por tanto no hubo tiempo para ponerse de acuerdo.
"Puede existir política sin mafia, pero no mafia sin política", disparó Forgione quien dejó claro que la mafia no es principalmente crimen organizado sino un sistema de incautación del poder del Estado.
Para ello necesita controlar dinero público, contratos, recolección de basuras, actividad inmobiliaria, administración de salud, restaurantes de lujo.
Las ganancias mafiosas se blanquean en la economía legal, al menos en 60 por ciento, y esto requiere someter gerentes de bancos, notarios, políticos, fuerza pública. Controlan territorio propio pero se expanden globalmente. Los mafiosos utilizan el crimen para estos efectos, pero este crimen no es lo que los define.
Cosa nostra siciliana, Camorra napolitana y Ndrangheta calabresa, la más potente del mundo, tienen agentes propios en Colombia, primer productor mundial de cocaína, sustancia que hoy manda en el tráfico y consumo.
Forgione lo afirma sin cambiar el énfasis de una voz que parece salir a prisa, antes de que alguien la calle. En ocasiones vacila sobre una palabra y pregunta a una intérprete designada por si acaso.
Su interlocutora, que llegó con dos libros de sus investigaciones en Colombia, como regalo, sonríe con esa dicha de alguien que encuentra un eco inesperado.
Alguien del público dilucida: "Claudia está en su salsa".
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