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ANFIBIOS VS. NATIVOS

  • ANFIBIOS VS. NATIVOS
25 de marzo de 2014
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Al lado derecho, sobre el escritorio, se levanta una torre de dos decenas y media de libros. Se acumulan desde hace meses, ¿años?, en progresión incesante. La mayoría son regalos, o de sus autores que aguardan comentarios, o de familiares y amigos en ocasiones onomásticas.

El de arriba recibe a veces oportunidad de lectura, siempre y cuando el computador vecino no reclame con urgencia atención a mensajes aleatorios. Pero casi siempre gana el alud de correos, posts, tuits, enlaces, videos, presentaciones, power points, chats. La luz caprichosa de la pantalla es perentoria, el yacer horizontal de los tomos es sumiso.

La electrónica trae la actualidad que aceza, el papel consigna voces que pueden llevar siglos esperando a alguien con quien dialogar. El reloj es único para los dos registros, de modo que obliga a elegir entre ellos. La capacidad receptora de cerebro y cuerpo es la misma de hace diez, treinta años. No así el cúmulo de datos que pugnan por atención.

En proceso insensible la competencia se inclina a favor de la lectura eléctrica, mientras las letras impresas con tinta y encuadernadas entre pastas que cierran su misterio resultan derrotadas. No ha habido lugar para decisión drástica, por tanto no hay rastros de remordimiento. La victoria cibernética no es épica, es más bien una recomposición insidiosa de los modos de ingresar las ideas en la conciencia.

Quienes por edad vienen de mundos hegemonizados por libros establecen comparación y sordamente se alarman. Los jóvenes no, ellos habitan pantallas como segunda naturaleza, ignoran el circuito lento y masticado de los conceptos cuando eran ingredientes de asimilación digestiva.

Así pues, los viejos de ahora son anfibios mentales. Navegaron en océanos que obligaban a bracear contracorriente, y hoy sorben milímetros cúbicos confeccionados sin dolor para pantallas que se miden en pulgadas. La humanidad piensa en grageas, al tiempo que los volúmenes solemnes del pensamiento se amontonan con modorra, cada uno oprimiendo las hojas del de abajo para proscribir el acceso público.

A los nativos digitales les amputaron el procedimiento mediante el cual durante quinientos años Gutenberg ofreció pensamientos y combinaciones. Y no han transcurrido suficientes años para medir consecuencias de esta transmutación copernicana.

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