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A Connolly

18 de septiembre de 2009
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Querido, gruñón y leído Cyril, tenía usted cara de bulldog, como buen inglés. De las tres cosas esenciales que distinguen a Inglaterra (conocida en siglos anteriores como la pérfida Albión), están la ginebra, el sombrero bombín y los cascos coloniales. Y el parecido de mucha gente con el bulldog. Esto no es bueno ni malo, pues las personas se parecen a lo que quieren y viven en la época que les da la gana. Pero el motivo de esta carta no es defender parecidos (y menos ahora que el ADN de una mosca es casi igual al de cualquier corredor de fórmula Uno) sino el de poner de manifiesto una frase que aparece en un libro suyo, La tumba inquieta , donde usted dice que nos especializamos más en pintar infiernos que paraísos; que de los primeros tenemos bastantes referencias (tantas variaciones como en el Kama Sutra ) en tanto que de los segundos apenas sí logramos representar lo mismo.

Esto de andar bordeando los infiernos (que cada vez son más debido a tantos teóricos y desesperados nuevos), ha sido una constante desde antes de inventar la escritura. Y frente a eso, cínico e irónico Cyril, no hay más posibilidad que mirar con criterio de espectador de película: sabiendo que al final de eso que pasa (o se propone) no queda más que una memoria corta con manchas de Coca-cola y palomitas de maíz (conocidas entre nosotros como crispetas). Porque de una película de horror pasamos a otra más tenebrosa, ya sea por los intérpretes o ponentes, ya por la mentalidad escatológica que hemos ido desarrollando (en algunos casos con ira e intenso dolor, en otros como parte de la paranoia y las deudas crecientes). Y finalmente, de todas estas situaciones infernales, el que gana es el diablo.

Y ya se sabe que, buen Cyril Connolly, del diablo hay tantas versiones como acciones pecaminosas existen. O sea que para cada pecado hay un demonio profesional que, como propone Charles Baudelaire, se hace el que no existe y va por ahí regentando todo tipo de oficios untados de mentira, deseos de lograr sin construir, ganas de que las cosas no sean las que son, etc. Del diablo y los infiernos (además de su inmensa variedad) hay una enorme promoción. Y con quien uno se encuentra quiere regalarle algo de horror, pues es lo que más abunda, sea en la realidad o en la imaginación, en los análisis o en la propaganda. Y algo muy interesante, se ofrecen infiernos previos para llegar a un paraíso que no presenta variedad alguna, que es el mismo porque de él viven los diablos y sus representantes y así no se pierden.

Cyril Vernon Connolly (nació en Inglaterra y murió en el mismo sitio, entre 1903 y 1974). Su agudeza y sarcasmo lo hizo un crítico literario excepcional. También escribió un par de libros e innumerables artículos, en los cuales se burla de la literatura, las mujeres y algunas formas infernales. Amaba el latín y el francés.

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