“¡Como así que nos robaron a Dora, no puede ser!”. José Alejandro y Paula no salían de su asombro y los invadía una profunda tristeza. Todo sucedió en un breve descuido. Eran las 9:30 de la mañana de un jueves de junio de 2014 y Dora, como siempre, permanecía en la puerta de entrada de Espíritu Libre, el restaurante vegetariano que la pareja tiene en el barrio Belén El Nogal, al occidente de Medellín.
Dora daba la bienvenida a los clientes del restaurante. Desde que llegó a este lugar, hace tres años, despertaba la simpatía de las personas. José Alejandro no quería resignarse a perderla así. Por ello, decidió tomar una fotografía de Dora y compartirla por las redes sociales, pensando en que como la gente la conocía, tal vez podría presentarse “un milagrito por la red”.
Ese día contactaron a la mayor cantidad de gente que pudieron y se fueron a dormir. Tarde en la noche, una persona escribió para decir que la había visto al lado de su casa, en la entrada de una cafetería. A la mañana siguiente, muy temprano, se acercaron al sitio donde estaba Dora. Consumieron algo en la cafetería y esperaron la llegada de la Policía, que ya estaba enterada del robo.
Cuando los agentes arribaron, no tuvieron que preguntar si era lo que estaban buscando. Solo dijeron: “Sí, es la bicilicuadora de un local por allí vegetariano. ¡Móntenla!”.
Si bien la angustia a José Alejandro y Paula les duró solo 24 horas, el hecho sirvió para confirmar la fama y el reconocimiento alcanzado por esta bicicleta estática, con una sola rueda, adaptada con un mecanismo que permite instalar el vaso de una licuadora y que funciona con el pedaleo de una persona para producir jugos.
El origen de Dora
Así regresó Dora a manos de sus padres putativos y a su hogar, el restaurante Espíritu Libre, que en palabras de sus creadores es un “sigocio dedicado a la promoción del buen vivir por medio de la alimentación sana, la economía solidaria, la música, el arte y la lúdica”.
Es una iniciativa de la pareja conformada por Paula Andrea Rengifo y José Alejandro Gómez. Ambos egresados de la Universidad de Antioquia. Ella, licenciada de Artes plásticas, él de Biología. “Se juntaron el arte, la ciencia, la biología y el amor por la naturaleza y la alimentación saludable y vegetariana, y desarrollamos hace siete años esta idea como un proyecto de vida, en esta casa que llamamos Espíritu Libre”, explica José Alejandro, para referirse a su restaurante vegetariano, que ofrece alimentación vegana y natural, y funciona también como tienda de alimentos naturales y casa cultural.
La bicilicuadora como idea nació por el encuentro de José Alejandro con un amigo permacultor inquieto también por desarrollar ideas alternativas, que la conoció en internet, en el sitio de una fundación llamada Maya pedal, que trabaja en Guatemala en la promoción de bicimáquinas como “apoyo a pequeños proyectos auto-sostenibles que buscan preservar o mejorar el medio ambiente, la salud, la productividad y la economía de las familias del área rural” o de bajos recursos.
Pasado un tiempo, en un viaje a Triganá, en el golfo de Urabá, José Alejandro conoció una bicilavadora. Y en otro periplo, esta vez por Montenegro, Quindío, se encontró con una bicidespulpadora. Pensó entonces que había llegado el momento de llevar la bicilicuadora a la realidad, toda vez que en Medellín no se conocían experiencias similares y le serviría para promover la hidratación saludable en su restaurante.
Pero para el parto de Dora hacía falta un empujón. Este llegó de la mano de Bicirrolling, un grupo de amigos de la bicicleta que se reúnen para rodar por la ciudad de Medellín, con los que compartió la iniciativa y les pidieron su ayuda para desarrollarla. Miraron otras experiencias, estudiaron el mecanismo, en una chatarrería consiguieron todas las partes que necesitaban y construyeron a Dora.
Más que una bicilicuadora
Dora, la bicicleta que tenemos acá es estática, es una bicicleta 100% recuperada en todas sus partes, fue la primera bicicleta y ella posibilitó la producción de los bicijugos”, explica José Alejandro mientras la acaricia. La bicilicuadora demostró desde sus primeros pedalazos que tendría una importancia más allá de una posibilidad de negocio, que lo tiene, como medio para producir jugos a un bajo costo. Su verdadero poder es lo que causa en aquellos que la ven.
Para José Alejandro, el discurso de la bicilicuadora le sirvió para integrar muchas de las cosas en las que cree y promueve, como el comercio justo, el cuidado del agua, el uso de la bicicleta, el ejercicio, la actividad física, la recuperación de materiales, la permacultura como aquella práctica ecológica aplicada al desarrollo sostenible o sustentable y a la vida en permanencia.
“Con Dora, el año pasado pudimos visitar 12 municipios, como Yondó, Carepa, Girardota, Marinilla, Sonsón y Tarso. Ha estado en los parques de Medellín, ella estuvo también recorriendo algo que se llamaba Los Viajes del aire, estuvimos en varios parques ambientales y sitios del Valle de Aburrá, ha estado en el Jardín Botánico en varias oportunidades, en Mercados Verdes, en ferias. A pesar de ser estática, con una sola llanta, ha andado bastante”, narra José Alejandro.
Al lugar que llega Dora, despierta simpatías. “La gente siempre tiene una buena experiencia, de algo que se sale de lo normal, el hacer un jugo en una bicicleta puede ser una idea que no se le ocurre a mucha gente”.
El año pasado, recuerda José Alejandro, vivió con Dora una de las experiencias que considera más bonitas. Participó en el evento La Ruta de la ciencia y la energía por Antioquia, iniciativa ambiental que adelantó Colciencias en 22 departamentos, para promover “la apropiación social del conocimiento y generar el diálogo de saberes alrededor de la ciencia y las energías sustentables”.
“Fuimos a los municipios mostrando el ciclo de la energía, desde el proceso de la fotosíntesis para que se desarrolle un fruto en una planta, para que luego haya una maracuyá o un lulo que se pueda pedalear, y luego como retorna esa energía al cuerpo, que se puede hacer con las cáscaras, que necesitamos energía limpia, que usamos fruta natural y endulzamos con productos naturales, como panela o miel, y así observamos cómo nosotros somos la energía que proyectamos a este vaso, somos el motor de esa licuadora y entendemos esos proceso naturales”, narra José Alejandro para destacar el poder de Dora como herramienta educativa.
Una hija transformadora
“La gente cuando ve la bicilicuadora, se impacta. Se preguntan ¿Cómo así que eso está pedaleando? ¿Cómo hace?, ¿De dónde saca la energía?”. Para José Alejandro, Dora ayuda a cambiar un poco el chip de las personas al mostrar que existen otras formas de energía y cómo las bicimáquinas son una excelente opción para desarrollar distintos tipos de artefacto que funcionen con energía humana limpia.
Dora es la primera etapa de lo que esperaría fuera una larga proyección de las bicimáquinas. Por ahora, para su restaurante piensa en una que le permita moler los granos para la elaboración de las proteínas vegetales. Y para Dora, planea una nueva adaptación que le permita cargar una batería para amplificar sonido y activar un proyector. Así, mientras Dora produce sus deliciosos jugos naturales, también pueda proyectar video con mensajes ecológicos y ambientales, “de buen vivir como llamamos aquí en Espíritu Libre”.
Es emocionante “que una bicimáquina como Dora pueda generar tantas sonrisas. Verla en funcionamiento, cuando una persona se monta y que las personas a su alrededor lo animen a pedalear diciéndole: “¡Vamos Nairo, Nairo!”. Y verlos luego tomarse el jugo, eso es motivo de alegría”. Muy a su estilo, José Alejandro considera a Dora como una hija alternativa que viene a transformar la vida y a motivar la ilusión de un mundo mejor.