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Mabel Mosquera: medalla sorpresiva e increíble

Una historia brava y de grandes sacrificios pero, a la vez, de superación y esfuerzo personal. Llegó “vieja” a las pesas (31 años) y con solo 4 años de práctica conquistó medalla de bronce.

  • Mabel fue bronce en Atenas 2004. FOTO EL COLOMBIANO
    Mabel fue bronce en Atenas 2004. FOTO EL COLOMBIANO
07 de agosto de 2016
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Cuando Mábel Mosquera Mena regresó de Atenas, después de conseguir la más sorprendente medalla de algún deportista colombiano en la historia olímpica, en Bucaramanga, ciudad donde se forjó pesista, la llamaban hasta para inaugurar torneos de tapitas. Por mucho tiempo, cuenta con orgullo, fue más popular que el Presidente.

Alegre y extrovertida, esta chocoana, que a los 35 años de edad consiguió la presea de bronce de la división de los 53 kilogramos de la halterofilia en los Juegos de 2004, recuerda aún hoy, 12 años después de su hazaña, lo que vivió la noche de la consagración: “A eso de las tres de la madrugada me desperté y dije que sí era verdad, que no era ningún sueño”. Y de la alegría se puso a llorar al ver pasar, por su mente, toda la película de una cortísima y fugaz carrera deportiva que, a diferencia de los consagrados, fue de tan solo cuatro años. Y de seguro, también, cortos de su vida de niña y juventud.

Cuando Mábel tenía ocho años de edad, debió abandonar su natal Quibdó para irse a vivir en Bucaramanga, al lado de su tía Ana Felicia. Lo recuerda claro porque, con pocas pertenencias y en un bus intermunicipal, sus padres la embarcaron debido a que iba a tener más futuro y a estudiar en la escuela ya que José Nieves Mosquera, cabeza del grupo familiar, no contaba con los recursos suficientes para sostener a ocho hijos.

Poco dada a los agüeros, pero con una convicción férrea y ganas de superación, explica hoy Raúl Gutiérrez, quien la descubrió y la llevó al mundo de los hierros, afrontó con gran perseverancia la tarea de aprender de las pesas a los 31 años, una edad en la que, por lo general, los halteros ya están pensando en el retiro.

Mujer de alegrías -la mayor es haber tenido su segundo hijo- y de tristezas -la más sentida fue la pérdida de su padre en 1986 tras soportar un cáncer de garganta-, la pequeña expesista, de tan solo 1,54 metros de estatura, que empezó siendo bailarina e instructora de aeróbicos, regente de farmacia y enfermera, coreógrafa para colegios e instituciones, se demostró a sí misma, y a los suyos que, pese a la falta de recursos, sí podía salir adelante. El premio mayor fue la medalla de bronce en Atenas, que nadie esperaba pero que con una voluntad indeclinable la logró.

Sencilla, festiva, dicharachera, extrovertida, ama de casa, Mábel -en una asombrosa coincidencia con María Isabel Urrutia- también practicó, como esta, el atletismo, siendo los 100 y 200 metros sus modalidades favoritas porque no pesaba más de 48 kilogramos, situación que le permitían lucirse.

Sin embargo, igual, fue corta su carrera en las pistas debido, dice, a la falta de apoyo que encontró para los desplazamientos de su casa hasta el estadio. Y lo ratifica, “después de vieja me dio por meterme a las pesas y no me arrepiento, aunque fue una carrera muy dura”, al hablar de sacrificios y lesiones.

“Ni siquiera en las cuentas del Comité Olímpico estaba mi nombre para subir al podio. Fue realmente una sorpresa para ellos”, expresa esta chocoana que con mucha decisión y entereza ha llegado a puestos administrativos, como el que ocupa hoy en el Inder de Bucaramanga, como coordinadora de Alto Rendimiento. Y no es por la medalla lograda, es por estudio y dedicación. Ya en su curriculum aparecen dos especializaciones en Administración Deportiva y una maestría en Gestión de organizaciones.

Hoy, cuando se le viene a la mente los Olímpicos, Mábel, que será comentarista en canal Caracol de las justas de Río, recuerda con nostalgia su participación en Atenas-04.

“Tengo sentimientos de nostalgia y ansiedad. Quisiera estar compitiendo; se siente un vacío al ver los Juegos por televisión. Pero igual, la satisfacción de haber llegado tan lejos, hasta donde Dios me lo permitió. Son grandes momentos que se recuerdan, tantas cosas que son difíciles de expresar hoy, pero que recuerdo con alegría”.

John Ánderson -20 años- y Carlos Mario -17-, sus dos joyas, convertidos hoy en universitarios, coincidencialmente estudiando Licenciatura de Educación Física, fueron su inspiración para lograr el bronce.

“Fue una medalla ganada a punta de trabajo mental, porque es increíble hacer un pesista y en cuatro años triunfar en Olímpicos. Desde que, a los 31 años de mi vida, decidí meterme en el mundo de las pesas pensé en mis hijos, en que era la única forma de sacarlos adelante y en cada movimiento que hacía los llevaba en el pensamiento. Ellos fueron el motor que me condujo a ese bronce”.

Y así fue porque pocos creían en ella y en Giorgi Panchev, el búlgaro que la condujo al podio. “Trabajé mucho, sufrí demasiado, especialmente con la recuperación de la cirugía que me practicaron -el manguito rotador- a cinco meses de los Juegos”. Y prueba de ello fueron las 18 infiltraciones que le hicieron para tenerla a punto y alcanzar un histórico tercer sitial en el podio (87.5 en arranque-110 en envión-197.5 en total-, detrás de la tailandesa Udomporn Polsak (97.5-125.0-222.5) y la indonesia Raema Rumbewas (95.0-115.0-210.0) y la segunda mujer en conquistar una medalla olímpica en pesas detrás de María Isabel Urrutia (Sídney-2000).

El recuerdo de la sensacional actuación del “mostrico” como la llamaban, cuelga hoy en una vitrina de una de las paredes de la sala en su residencia en Bucaramanga. Como dice, es su más grande tesoro.

“Gracias a Dios aún no me ha tocado ni empeñarla ni menos venderla... ja, ja, ja...”, dice jocosamente. “Es que la debo conservar para que mis nietos la vean y para contarles su bonita historia”.

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