Las silletas, esos artefactos de madera en los que los campesinos de Santa Elena llevan a la espalda las flores en el desfile, no han tenido siempre una vida tan “artística” y “romántica”, esa de cargar arreglos florales que la multitud aplaude.
En los 60 años del Desfile de Silleteros, los habitantes de Santa Elena cuentan que desde finales del siglo XIX y la primera mitad del XX, los campesinos usaban la silleta para transportar flores, legumbres, hierbas medicinales, jabón de tierra y otros productos desde el corregimiento hasta las plazas de Flórez y de Cisneros, y para llevar alimentos y elementos de uso doméstico que compraban en el mercado para su casa.
Manuel Efraín Londoño Zapata, conocido como Candelario, un hombre nacido el 31 de diciembre de 1923, es el mayor de los silleteros que participan en el Desfile, en el grupo de los Pioneros, y su esposa, Encarnación Atehortúa Soto, más conocida como Doña Chon, nacida el 31 de octubre de 1932, es otra pionera. Viven en la vereda El Porvenir, hace 64 años.
Ambos recuerdan que los campesinos bajaban al Centro de Medellín en grupos, caminando cuesta abajo, cargando silletas de flores, ruda y otras hierbas, así como bultos de vitorias y jabón de tierra. Y, de regreso, panela y algunos abarrotes. “En invierno, ¡ay Dios mío!, esos caminos se volvían jabón”, dice ella. “Nos alumbrábamos con un farol hecho con una velita entre un tarro”, complementa él.
La carretera fue construida hace 80 años, pero no todos la transitaban, porque les quedaba lejos.
En la región Andina
En la Colonia y hasta el siglo XIX, la silleta se usaba para el transporte de personas.
Un cargador llevaba a la espalda a una persona, por los difíciles caminos de la escarpada geografía de los Andes.
El historiador Eduardo Santa, en su libro La colonización antioqueña. Una empresa de caminos (Tercer Mundo Editores, 1993) tiene en la carátula el dibujo Monte de la Agonía, de Millard, elaborado en 1871. Es la imagen de un indio que avanza descalzo bajo un torrencial aguacero, por un tortuoso camino, con un hombre sentado en una silleta que lleva a la espalda. El agua les chorrea por sombreros y ponchos. En ese libro explica que la silleta era de uso común para llevar personas y carga por las montañas que mantenían aislada a Antioquia.
Alude al relato De Medellín a Bogotá, del abogado y poeta Manuel Pombo, hermano mayor de Rafael —el de La pobre viejecita—, en el que cuenta las peripecias del recorrido hecho en 1852.
Llegaban enlodados a pueblos y caseríos porque en cualquier recodo liso, el pie podía fallar. Una vez toparon con bueyes. Manuel creyó que era muerte segura. Ortiz, el carguero, tropezó con una petaca que cargaba un buey.
“Mi carguero cayó de espaldas, esto es, cayó sobre mí; me sumergí en el fango sin poder hacer movimiento alguno; tampoco podía hacerlo mi conductor, y mucho menos desembarazarse de las cargaderas. Un momento más de demora en el barro, y era inevitable mi muerte, comprada con los más desesperantes sufrimientos; ese no fue el momento de mi destino: un carguero llegó y ayudó a Ortiz a levantarse; entre los dos me despegaron, y limpiaron el fango de mi cara para que pudiera respirar”.