Los porrazos que a veces da la vida obligaron a Daniel Quintero Calle a volverse un hombre siendo un niño.
Con 14 años de edad no pudo llorar la muerte de su madre Stella Calle, todo para decirles a sus hermanos Miguel –de 17 años–, y Juan David –de 13–, que desde ese momento el futuro que ella les invitaba a soñar cada noche en vez de leerles un cuento, se tornaba opaco, cuesta arriba, como algunas las calles del Tricentenario –el barrio donde pasó su infancia–, que parece una pequeña ciudad enclaustrada entre árboles y avenidas de carros presurosos.
En esas calles y haciendo a un lado su tragedia, Daniel vendió varitas de incienso y postres. Corría el año 94 y los rezagos de un narcotráfico activo en Medellín se tomaron las esquinas de las barriadas. La idea del dinero fácil colmó la mente de muchos jóvenes que prefirieron los negocios “raros”, pero Daniel le hizo el quite a toda esa violencia que se venía de frente y prefirió el futuro promisorio del que les hablaba su madre.
Se refugió en sus hermanos, en el rock en español y en las mascotas que acompañaron sus días de incertidumbre, como el gato “Sicario” o “Fufa” la perra, nombres que nacieron en tardes de risas y música estridente con amigos. Se rodeó de tíos que vieron en él un niño inteligente, que siempre cargaba un libro en su mochila.
Cuenta Luz Marleny Quintero, su tía y madrina de bautizo, que la creatividad de Daniel no tenía límites y un día “llegó con una bolsa llena de cocuyos porque quería hacer una linterna”. Esa misma curiosidad lo llevó a desbaratar el radio del esposo de su tía Aura Quintero.
“Le pregunté que por qué me estaba desbaratando el radio de Javier y él me dijo que iba mirar cómo funcionaba por dentro, pero que después lo dejaba igual”, recuerda Aura.
Y así fue: volteó cables, quitó transistores y cambió de lugar perillas, pero al llegar la noche, antes de que llegara Javier, lo dejó intacto. “Me dijo que quería arreglar computadores o radios grandes”, dice.
Con la idea de acelerar el futuro para sacar adelante a su familia se fue a validar el bachillerato al Instituto Metropolitano de Educación, IME. Se gradúo en 1995 y se presentó a la Universidad de Antioquia. No pasó, volvió a presentarse pero el costo alto de la matrícula lo hizo retirarse, hasta que la tercera fue la vencida. “Volví más fuerte, dispuesto a dar la pelea por estudiar y también por cambiar a mi país. De 17 años me presenté de nuevo a la U de A y pude estudiar gracias a una beca”, cuenta Daniel, aspirante hoy a la Alcaldía de Medellín.
Las verdes y las maduras
La época de Daniel Quintero en la universidad no fue tan distinta a la del colegio. Todos los días caminaba una hora desde el Tricentenario hasta la ciudadela universitaria. La jornada estudiantil la pasaba con un sánduche de queso y salchichón, un vaso de leche y un banano que en ese entonces entregaba Bienestar Universitario a aquellos estudiantes que sustentaban, con papeles y certificados, no tener recursos económicos.
En el camino universitario se encontró con Diego Alexander González Flórez, un amigo de barrio que hoy funge como director del tema de tecnología en la campaña a la Alcaldía de Daniel. Se reconocieron y fortalecieron una amistad interrumpida en el tiempo.
“Hicimos un gran equipo. Nos juntábamos para todo, para los parciales, para trabajos. Éramos muy creativos y eso lo llevamos a la vida”, asevera Diego, y agrega que el sentido de la responsabilidad lo tuvo siempre tan presente, que no faltó nunca a una clase, ni siquiera el día que llegó como si un carro le hubiera pasado por encima.
Pero así fue. Daniel consiguió una bicicleta para transportarse a la U. Una mañana, cuando tenían un parcial a las 6:00 a.m., no aparecía y Diego comenzó a preocuparse. Pasaron los minutos y Daniel entró al aula con moretones y raspados, “como un héroe de guerra”, dice Diego, “con su bicicleta partida en dos”. Un taxi lo cerró y terminó estrellándose contra el vehículo. Daniel recogió lo que quedó y se fue al parcial.
Se graduó en el 2005 y sin la idea de hacer política, pero con el liderazgo para meterse en ese camino, creó su empresa Intrasoft, dedicada a prestar servicios tecnológicos a terceros. Cumplió su primera promesa hecha a su tía Aura la tarde en que le desbarató el radio.
Ese año, el camino de subidas y bajadas empezó a enderezarse. Mientras comía perro caliente en el Tricentenario conoció a Diana Osorio, su compañera de retos, la que hoy camina a su lado, la mujer que cuando lo conoció no sintió un ápice de amor por él. “Me gustó su amigo”, dice Diana, pero con el paso del tiempo, y al conocerlo más, “con su nobleza y su inteligencia, me fue gustando”.
La amistad se convirtió en otro sentimiento acompañado de admiración. “Cuando me propuso un noviazgo, me regaló un corazoncito muy sencillo y ya era un empresario exitoso. Me dijo que había conseguido muchas cosas en la vida, pero lo único que le faltaba, y cambiaba todo, era estar conmigo”.
Hoy Diana, quien estudió Finanzas y Relaciones Internacionales, y tiene una maestría en Posconflicto estudiada en Inglaterra, camina de la mano de Daniel las calles para hacer campaña a la Alcaldía. Fue ella quien hace algunos días le exigió respeto al expresidente y senador Álvaro Uribe por su esposo, y es ella quien cada mañana revisa que no falte nada en el plan del aspirante.
“Él sabe cruzar las calles, lo hace con valentía. Ese liderazgo, esa inteligencia y esa disciplina le han servido para la campaña”, dice Diana, quien junto a Maia, su hija, y su perra Chabela conforman la familia de Daniel, la misma que junta llegó a la inscripción del candidato a la Alcaldía por el movimiento Independientes.