Tras ser expulsado de la boquilla de la escopeta, el perdigón que mató a Orley García, candidato a la Alcaldía de Toledo, viajó a más de 300 metros por segundo. Su asesinato, ocurrido el pasado 7 de septiembre, trascendió las fronteras del pequeño municipio y convirtió su figura, antes sinónimo de futuro para un sector de la población, en un recordatorio del pasado. Un pasado en el que las tarimas políticas corrían el riesgo de convertirse en altares.
Mientras la vida escapaba del candidato, una multitud se congregó en su sede de campaña. Tras la confirmación de su muerte, en medio del sonido de un helicóptero que no llegó a tiempo para su traslado a Medellín, el ánimo se elevó. Una horda de hombres y mujeres dolidos se dirigió a la sede de la Alcaldía.
Las siguientes horas de ese sábado y la madrugada del domingo fueron la premonición de una campaña que ya no volverá a ser la misma. Kenny Cardona, entonces secretaria de Planeación y ahora alcaldesa encargada, estaba allí cuando la iracunda multitud amenazó con echar abajo la sede de la Alcaldía y obligó al exilio al alcalde, Jhonny Alberto Marín, y a uno de los restantes tres candidatos a ese cargo, José Eucario Builes.
Ambos, del partido Conservador, son señalados por un sector de la población de Toledo de estar directamente relacionados con el asesinato de Orley, situación que no ha sido probada por las autoridades. La política en este municipio dejó de significar promesas de cambio y de un futuro mejor, y se convirtió en una retahíla de señalamientos y recriminaciones. Pero sobretodo, de miedo.
La campaña continúa
La mañana de ese sábado 7 de septiembre comenzó como cualquier otra, recuerda Fernando Muñoz, jefe de campaña de Orley García.
“Antes de salir hacia la vereda donde lo mataron, me llamó. Me dijo para dónde iba, sin mencionarme nada fuera de lo común”. Orley no le contó que alrededor de las 9:30 de esa mañana firmó una planilla en la Estación de Policía del municipio en la que aseguraba conocer recientes amenazas contra su vida. El personero de Toledo, Wálter Albeiro Gómez, había sido informado esa mañana de una llamada en la que amenazaban al candidato del Centro Democrático, el Partido de la U y Cambio Radical.
“Antes del mediodía de ese sábado, Orley ya tenía la información. Sin embargo, hace caso omiso. Cuando eso pasa no podemos hacer nada más”, dice Gómez. A las 4:30 de la tarde recibió la noticia de que las amenazas, hasta ese momento comentarios de pueblo, se habían cumplido. Lo mataron.
“En campaña es normal escuchar rumores estigmatizadores. Uno siempre piensa que no conllevan riesgo”, dice Juan David Sepúlveda, uno de los tres candidatos que competía junto a Orley por la Alcaldía y el único representante en estas elecciones del movimiento Farc en Antioquia.
Sin ser excombatiente de la antigua guerrilla, Sepúlveda carga la bandera del nuevo partido. “¿Que si tengo miedo? Sería imposible no sentir temor. Hace un mes solicité un esquema de seguridad a la Unidad Nacional de Protección”, dice. Después de semanas sin respuesta, el pasado viernes, cinco días después del asesinato de Orley, le avisaron que su caso avanzaba. Luis Manuel Monsalve, del Polo Democrático, no ha pedido protección, pero comparte el mismo sentimiento. “Hoy no hay tiempo para política. Hoy solo hay dolor y miedo”.
A ambos el asesinato de Orley los tomó por sorpresa. Si bien la tensión política aumentaba a medida que se acercaba el 27 de octubre, era impensable que tuvieran que asistir al funeral de un compañero. La Misión de Observación Electoral (MOE), aunque sabía de riesgos, tampoco lo tenía en su radar.
Verónica Tabares, coordinadora para Antioquia de la MOE, señala que el organismo diagnosticaba a Toledo como un municipio con presencia de grupos ilegales y en riesgo extremo por factores de fraude. La violencia política, dice, no figuraba entre las amenazas, sí para su subregión, el Norte de Antioquia.