Los únicos que no se fueron, crecieron y dieron cosecha durante la guerra de los 90 en Urabá fueron los cultivos de cacao que permanecieron en pie a la espera de las manos que los habían plantado. Algún día alumbrarían las luces que marcarían el regreso. De volver a empezar y de nunca desconfiar de la siembra sabe Víctor Manuel García Madarriaga. Oriundo de Chigorodó y sin entender qué pasaba, tuvo que huir a los diez años con su familia para guarecerse de las balas disparadas desde todos los frentes.
Su padre, finquero en la vereda Bocas de Tumaradó, en Turbo, tuvo que vender la tierra por monedas para poner a salvo a sus doce hijos. Arrancaron para Lorica, Córdoba, pero no había ni cama ni empleo para tanta gente, por eso, seis años después del destierro, la familia García volvió a Urabá que, en lengua katía, significa tierra prometida. Con lo que quedaba compraron una parcela en la vereda Tierra Santa de Chigorodó. No había un lugar con mejor nombre para retornar. Y en las fincas de la región, cuenta Víctor, lo único que la gente encontraba intacto, después de años de abandono, eran los palos de cacao con sus bayas alargadas y multicolores. Había llegado la hora de la cosecha.
Sabor a chocolate
En la parcela de Tierra Santa sembraron cuanta semilla resultaba sin mucho éxito. Por allá en 2004, recuerda García, intentaron con cacao, fruta tropical que en griego significa alimento de los dioses. Mientras tanto, Víctor se formó como técnico en administración de empresas agropecuarias en el Sena y buscó tecnificar la producción, tanto, que en 2013, junto con 46 productores, fundó la Asociación de Cacaocultores y Emprendedores Futuro Verde (Acefuver). Se postuló como vicepresidente y por una carambola del destino, un año después fue ungido para llevar las riendas. Empezaron con 80 hectáreas de cacao en cuatro veredas de Chigorodó, con 28 toneladas en el primer año.
A punta de alianzas, convenios para abrirle espacio al grano y capacitación, la agremiación maduró. Incluso recibieron clases para seleccionar material genético mejorado e implementar guías de fermentación y secado. Hoy, cuenta García con orgullo, son 230 asociados, entre los que se cuentan afros, desplazados, indígenas emberá, madres cabeza de familia y personas en condición de discapacidad. La agremiación cultiva cacao en 700 hectáreas de 28 veredas en cinco municipios de Urabá, incluidas dos zonas de Chocó. La cosecha se multiplicó por nueve en apenas seis años —pasó de 28 toneladas en 2013 a 270 en 2019—, lo que le inyectó a la región 2.000 millones de pesos anuales. “Quienes sostenemos la ciudad somos los campesinos que producimos arroz, plátano, yuca y cacao. Pero los jóvenes no quieren trabajar en el campo porque no es reconocido. Mi sueño es devolverle la confianza al agro, que vuelva a ser visto como una oportunidad de vida”, dice.
Momento de madurar
El 95 % de la producción de Acefuver la compra el Grupo Nutresa y el restante 5 % es impulsado, a través de una marca propia, en mercados vecinos. El precio de referencia semanal, según el Ministerio de Agricultura, osciló en 2019 entre 5.778 pesos y 7.930 pesos, pero, el kilo de cacao especial o de origen, al que le apunta la asociación, puede alcanzar los 9.500 pesos.
Víctor habla con propiedad de sus granos, aquellos que, enumera, han logrado estar tres años seguidos entre los 10 mejores del concurso Cacao de Oro Colombia y ni qué decir de los premios departamentales de cacao fino en los que barrieron en Urabá. “Molíamos de forma artesanal y hoy tenemos máquinas industriales. Es emocionante ver el crecimiento”, acota García, que sigue buscando convenios para recibir insumos, fertilizantes, herramientas y capacitación técnica. “Visionamos cosas grandes, hay que salir de lo que hemos hecho toda la vida y explorar nuevos caminos”, sostiene. Por ejemplo, 110 de las 700 hectáreas cultivadas son orgánicas, no utilizan ningún químico.
Por eso pide que el apoyo del Estado no se reduzca a entregar sacos con semillas. “Se deben implementar modelos de encadenamiento para que nos apoyen en la comercialización y en abrir puertas en mercados internacionales, si no, nadie crece de forma sostenida”. Y pareciera que no lo debería mencionar pero su exigencia a propios y extraños es elemental: precios justos. “Se debe respetar la calidad y el esfuerzo. El público y el privado deben reinvertir en temas sociales porque las necesidades del campesino son enormes”.
Es cuestión de pedir cacao.