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Providencia: La voz del raizal

A qué suena una isla que habla en creole, canta gospel y toca hasta las quijadas de yegua. Elkin Robinson lo sabe.

  • “Con mi música he llevado la cultura de Providencia al mundo y me he sentido más colombiano”. Ilustración: Elisa Restrepo Posada - Referencia foto: Jaime Vélez / Revista Welcome
    “Con mi música he llevado la cultura de Providencia al mundo y me he sentido más colombiano”. Ilustración: Elisa Restrepo Posada - Referencia foto: Jaime Vélez / Revista Welcome
06 de febrero de 2020
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Escuche el sonido de esta historia:

Su camino, como sucede con todos los músicos de la isla, comenzó en la iglesia, en los coros gospel y con cantos luteranos a cuatro voces. De ahí tomó el uso dominante de coros y la armonía para su sonoridad.

Su abuela tocaba el piano, su papá era guitarrista y su mamá dirigía el coro. Su trasegar en la música casi que estaba trazado antes de nacer. A los cinco años ya escribía historias y poesía, a los ocho tocaba la guitarra y a los once interpretaba el bajo en una banda.

Desde el extremo norte colombiano, en Old Providence (Providencia), Elkin Robinson es una de las figuras más representativas de esta región, no solo en el país, sino el mundo.

Con su apuesta, que él llama Caribbean Foulk, ha llegado a escenarios de 20 países, entre ellos Polonia, Alemania, Canadá, Jamaica, Guatemala y Honduras.

En Colombia ha estado en los festivales de música más importantes, entre ellos Rock al Parque, Estéreo Picnic y Colombia al Parque.

Detrás de un bajo

Elkin pudo ser un jugador profesional de béisbol o un pescador, incluso rememora de su infancia las faenas en el mar, en un bote y entre redes, al lado de su padre. Pero no.

Su vida cambió de rumbo a los once años, cuando le entregaron el único bajo eléctrico que había en la isla, con un manual de instrucciones para que lo aprendiera a tocar. A esa edad ya salía de gira con distintas bandas de Providencia, era el menor en un grupo de adultos.

Cuando terminó el colegio viajó a Bogotá a estudiar guitarra clásica y posteriormente se convirtió en ingeniero de audio y producción.

Elkin estuvo ocho años radicado en Barcelona, España, y desde hace siete regresó a su tierra, a sus raíces, a vivir y hacer música desde Providencia, ese terruño de apenas 17 kilómetros cuadrados, tan solo dos mil metros más grande que el municipio de Sabaneta, en el Valle de Aburrá.

“Cuando regresé, entendí que allí no iba a encontrar al mejor baterista o bajista del mundo, pero sí al mejor tinajero y al mejor intérprete de quijada de yegua. Son nuestros instrumentos tradicionales y representan nuestros sonidos. Me di cuenta de que debíamos crecer a partir de estas raíces y cualidades”, cuenta emocionado.

Su acento toma fuerza cada vez que pronuncia palabras como Providencia, Caribe o raizal. Al hablar combina términos en inglés con toques de catalán (por aquello de sus ocho años de residencia en Barcelona).

Aclara que la quijada de yegua debe ser secada al sol y que suena mejor que la del macho. El tináfono, que dice que es un término acuñado del inglés Was tub Bass, lo compara con un bajo artesanal, en el que una cuerda va conectada a un balde. Recuerda que hace años en la isla también usaban la cajetilla de fósforos como una armónica.

Esencia raizal

Su música está inspirada en las raíces africanas (tambores y coros), se fusiona con el country de Estados Unidos, del que rescata el sonido de la guitarra; los tambores metálicos del calypso de Trinidad, los sonidos acústicos del mento de Jamaica (precursor del ska y el reggae) y el compas o kompa de Haití, que algunos asemejan al merengue dominicano.

El músico paisa León Vélez, que hizo parte de la banda Providencia, dice que la música que sale de la isla es una mezcla de sonidos que plantea un diálogo entre el raizal provinciano con el mundo. “Elkin retoma toda esa tradición isleña y le pone elementos modernos para llegarles a las nuevas generaciones y mostrarles la nueva canción de la vieja Providencia. Está dando mucho de que hablar y con seguridad lo hará en un futuro cercano y lejano”, comenta Vélez, que grabó junto a Robinson el tema Otra vida.

La apuesta de Elkin, al que le gusta lo antiguo, lo retro, es que sus canciones suenen en las mañanas, justo con la aparición de los primeros rayos del sol. Quiere entregar un mensaje positivo y de esperanza para el resto de la jornada. Esa tendencia, según sus palabras, explica lo que realmente es el Caribe: un sitio muy unido a África, “donde le ponemos ironía a nuestros problemas”.

A propósito, habla con emoción de la letra de Come Round, la canción que lanzó cuando se conoció el fallo de La Haya que le quitó a Colombia parte de su mar en San Andrés y Providencia.

“Había mucha tristeza y desesperanza, me di cuenta de que mi música tenía que ser positiva”, comenta. Corría 2014 y ese fue su lanzamiento como solista. Luego aparecieron las canciones Revolution Time y Bad Lucky Goat.

En julio de 2016 realizó su primera gira internacional llevando su vibración creole al Festival Wassermusik, en Berlín, al Festival Calgary, en Canadá, y a diversos escenarios en Jamaica, Guatemala y Honduras.

Cada tanto, en sus conversaciones, emerge su lucha, la que más lo apasiona: rescatar y preservar las raíces de San Andrés y Providencia, en especial el creole, la lengua auténtica de ese territorio insular. Una de sus canciones más emblemáticas es Creole Vibration en la que resalta la diversidad cultural y cuestiona por qué en los colegios de Providencia dan clases en español “mientras que nosotros hablamos inglés creole. La educación debería ser bilingüe, estudiar más nuestra lengua, eso hace que Colombia sea Colombia, es chévere que reconozcan el creole, más allá de la calle y las familias”.

Este hombre orquesta, que domina piano, guitarra y bajo, capaz de pasar por géneros como reggae, zouk y soca, entre otros, es la imagen del Caribe anglo. Su sonido es el de las islas, en especial el de su amada Providencia, ese terruño del que dice es un sitio en el que tienes que inventar la vida, “donde no consigues lo que quieres, sino lo que necesitas”.

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