Tal vez la resiliencia de Néider García sea gracias a la herencia de su padre, quien fue soldado y murió prestando el servicio. Además de ese dolor, años antes, había padecido el abandono de su madre.
Sin embargo, un ángel, como lo asegura él, y de nombre Iri García, llegó a su vida para brindarle atención y afecto. Ella, la compañera sentimental de su padre, “se encargó de mí para que fuera una persona de bien y me crió”.
De niño, lo dejaba a cargo de la responsabilidad de sus dos hermanos, Luis Eduardo y María Alejandra, mientras ella iba a trabajar. Como el mayor de la casa, se ocupaba de los oficios y la comida. Y en la calle vendía buñuelos y empanadas.
“No pensaba en hacer deporte ni mucho menos en diversión. Nunca fui a una discoteca, ni a rumbear”. En Currulao, corregimiento de Turbo, donde nació, la rutina era estudiar y trabajar.
Esos sacrificios de a poco fueron dando fruto, como la vez que algunos profesores de Indeportes Antioquia acudieron a esa población a observar promesas y él ingresó al programa.
“Recuerdo que estábamos en clase de Educación Física y, sin que nadie nos dijera para qué estaban esos instructores ahí, nos pusimos a hacer ejercicio. Fue tanta la sorpresa que al término de la jornada, me llamaron y me preguntaron que si quería jugar fútbol. Respondí inmediatamente que sí”.
En ese instante comenzó la historia de Néider en el deporte. Los profesores llegaron a su vivienda, hablaron con Iris, y a él le dieron unos pasajes hasta Turbo, donde debería ir a realizar unos chequeos.
No obstante, se llevó una sorpresa mayúscula cuando le dijeron que no iba a jugar fútbol sino que lo habían propuesto para el levantamiento de pesas. “Pensé ¿qué es esto?, yo venía a jugar fútbol, pero no dije nada y me puse a entrenar. De esas cosas que me gustó, a tal punto que a los 20 días ya participaba en chequeos regionales, clasificaba a departamentales y ganaba podios”.
Una ilusión rota
Después de un tiempo le prometieron que viajaría para Medellín, donde se le realizarían pruebas físicas para ver si continuaba en el proyecto de jóvenes promesas. Sin embargo, al poco tiempo le salieron con la excusa de que era del año 1995 y con esa edad no podía estar. “Ahí murió ese sueño, no quise seguir. Volví al fútbol, soñaba con ser profesional”, señala.
Fue entonces cuando “conocí a una persona muy allegada a un jugador profesional y me dijo que volviera a Medellín y fuera a Ferroválvulas, un club de fútbol de gran prestigio”.
No obstante, llegó otra decepción: “Me vieron muy lento. Estaba acostumbrado a tierra caliente, y ese día hizo mucho frío. Me sentía sin aire. Chao y pa’ la casa. Descargué todas esas lágrimas y me dije que el deporte no era para mi” y cabizbajo regresó a su pueblo.
Decidió, entonces, irse de la casa para donde su abuela Felicita García, a vivir en una vereda. Duró 4 meses en el monte y hasta estuvo a punto de acceder a una oferta de un grupo armado que lo quería reclutar. Afortunadamente, lo reconoce, su mamá (Iris) se dio cuenta y fue y lo rescató. “Llegué a Apartadó, donde mi tía María Isabel que me puso a terminar el bachillerato y me consiguió trabajo en un taller. Esa fue mi salvación”.
Al final, como todo cuento feliz, la tercera fue la vencida para Néider, quien volvió a Medellín, esta vez con la ilusión de hacerse rugbista. Mauricio Henao, quien terminó siendo su compañero en el equipo Gatos, club al que se incorporó, le tendió una mano amiga, así al principio fuera complicado.
“Había entrenamientos a los que me iba sin comer. Me tocó trabajar en discotecas y eventos para completar dinero y poderme sostener”, cuenta.
Néider nunca renunció al sueño y hoy, a sus 24 años de edad, su presente es halagador: se consolidó como jugador de rugby. Vive en la Villa, tiene comida, hospedaje y estudio gracias a Indeportes Antioquia y a la Federación. Su crecimiento llegó hasta convertirse en un tucán (nombre con el que se conoce a los jugadores que hacen parte de la Selección Colombia)