Por Jessica Quintero Serna
Hace un par de años, Juan Jairo Galeano se imaginaba llegando cada enero a la cancha Marte 1 cargando guayos o guantes y sentándose en la tribuna para alentar a su hijo, Tomás, en el babyfútbol. El deseo se cumplió, pero el destino cambió.
Las canchas de fútbol ya no son el punto de encuentro de los Galeano Salazar a comienzo de año, sino el maderamen del coliseo Iván de Bedout en la unidad deportiva Atanasio Girardot.
Aunque el deseo del exjugador de Atlético Nacional era tener otro futbolista en su hogar, el gusto de Tomás Galeano Salazar por el baloncesto fue más fuerte que el legado.
“Desde los primeros años él mostró mucho amor por el deporte, pero yo no lograba identificar qué le gustaba, intentamos en todos: ciclismo, patinaje, voleibol, tenis, natación, béisbol y fútbol, que era lo que yo quería, hasta que le dio por meterse a baloncesto”, cuenta Juan Jairo.
Tomás, que tenía 7 años de edad cuando hizo su primera cesta, empezó a mostrar condiciones en el básquet. Sus profesores de educación física en el Columbus School lo encaminaron en este proceso que seis años después, ya da sus frutos.
Este año participó por segunda vez en el Festival de Festivales con el equipo de la Alcaldía de Envigado, torneo que, como todos los que juega, Tomás asume con entrega, determinación y mucha disciplina.
Esas virtudes son las que el armador de 13 años de edad, heredó de su papá, quien con humildad y tranquilidad aceptó, como él mismo lo describe fue “una dura derrota fuera de la cancha”.
“Yo creí que iba a ser ajeno, indiferente o relajado con el tema, pero desde el comienzo me metí en el cuento porqué sé lo importante que es para ellos sentir el apoyo y el respaldo de la familia”, comenta el exfutbolista.
Ha sido tal el compromiso de este padre con su hijo que se dedicó a aprender de este deporte, tanto que Tomás afirma que ya es su progenitor quien más sabe de básquet en casa.
“Mi papá no se perdía los partidos de Nacional y veía mucho fútbol, pero cambió el canal. Ahora ya se la pasa mirando la NBA, analizando a los jugadores de mi posición y ya hasta juega mejor que yo (risas)”, afirma el hermano mayor de Sara, quien le sigue los pasos.
“Imagínese mi sorpresa (risas) ya no es solo uno si no los dos los que se me inclinaron por el baloncesto, pero me queda la alegría de tener más deportistas en la familia”, afirma Juan Jairo, quien dice que ha tenido que hacer también un curso en la tribuna para poder sortear los nervios y hasta las lágrimas de la felicidad por ver a sus hijos hacer lo que les gusta.
Tomás sueña con jugar en la NBA y en ese camino valora el respaldo que siempre le ha brindado su padre, quien con sus experiencia como deportista le ha enseñado a forjar su carácter en la cancha.
“Él no me trata como su hijo sino que me ve como un deportista. Si juego mal no me dice que lo hice bien para animarme, es honesto y me expresa: ‘jugaste mal’, eso me gusta, además me ayuda a no tener miedo antes del partido, me llena de confianza y en creer en mis capacidades”.
Juan Jairo se sonroja al escuchar a su hijo, y da un consejo, “nunca obliguen a un hijo a hacer lo que uno quiere o seguir la carrera que uno hizo. A mi me costó, me sentí frustrado porque quería que Tomás fuera futbolista, pero él no iba a disfrutarlo, ser feliz, y verlo tan consagrado, haciendo lo que le gusta es la mayor recompensa” n