El Real Madrid tenía su palabra. En otra vida un apretón de manos incluso tenía un valor consuetudinario. Hoy, en la época de los gamers, los chicos de su generación, como Mbappé, prefieren vivir en 'cárceles de oro', inundados de dinero que no podrán gastar en la vida el resto de sus generaciones. Viven al día.
Qatar es un país poderoso e influyente. La reciente visita del emir Tamim bin Hamad Al Thani Emir a Madrid sirvió para familiarizar al ciudadano español con este país, que con la riqueza que le da sus reservas de gas, se convierte en uno de las figuras clave del tablero geopolítico mundial.
Kylian Mbappé decía que era del Real Madrid. Tenía incluso algún póster de sus jugadores en su habitación de crío. Es la única época en la vida que dicen la verdad. Ya de mayores, esa referencias son huecas, de discurso infantil. Lo malo, es que aún hay aficionados al fútbol ingenuos, inocentes, que creen en este tipo de argumentos para ilusionarse con un fichaje. Mbappé, como el resto, no son de ningún equipo. Son profesionales, a veces esclavos inclusos de terceros, y no son dueños de sus vidas.
El PSG ha bañado de oro a Mbappé. Y sobre todo a su familia. Y a su madre. Es legítimo. Un club de nuevo cuño necesita ganar una Champions con urgencia. Y no le sobran jugadores en este momento para abordar el reto. Preserva su patrimonio por tierra, mar y aire.
Mbappé es un artista de la industria del fútbol, que hay que ordenar con urgencia. Afortunadamente, la FIFA, a partir del año que viene, con su nuevo reglamento de traspasos, eliminará esta locura donde gana comisiones millonarias todo aquel que pasa por la negociación. Habrá un antes y un después de esta renovación. Los padres sólo cobrarán una comisión cerrada con un máximo de un 10 por ciento si son agentes. Si no, tendrán que esperar lo de toda la vida, que sus hijos sean generosos y compartan fortuna con sus padres.