En la vida hay hombres que caminan sin estruendos, pero que con cada paso dejan huella. Mateus Uribe Villa —mejor conocido como Matheus— es uno de ellos. Un hombre de palabra franca, de carácter firme y corazón noble, que ha encontrado en el fútbol no solo un camino, sino un hogar.
Hoy, desde la mitad del campo y con el verde en el pecho, Matheus revive una historia de amor, de superación, de heridas curadas y de perdón.
Este domingo (4:00 p.m.), Nacional cierra la fase de todos contra todos frente al Junior de Barranquilla, equipo ante el cual buscará asegurar el “punto invisible” y así comandar uno de los dos cuadrangulares.
Al respecto, Matheus tiene una opinión muy clara: “Es un gran rival, con grandes jugadores, pero nosotros sabemos lo que podemos dar en nuestra casa. En el Atanasio somos un equipo muy diferente ante nuestra gente y ahora tenemos que ir a buscar esos tres puntos y poder lograr ese punto invisible, porque queremos tener esa ventaja y Nacional siempre tiene que estar arriba. Vamos a enfrentar este encuentro con mucha responsabilidad por lo que representa Junior”.
Su regreso a Atlético Nacional no fue sencillo. Las lesiones, como esos obstáculos de la vida, le recordaron que nada está garantizado. Pero él, que se formó en las empinadas calles de San Cristóbal, en Medellín, sabe bien lo que es tropezar y seguir. Desde niño aprendió que para llegar hay que insistir. Lo recuerda con ternura su primer formador, Carlos Alberto Sánchez: “Desde pelaíto tenía el sueño de ser futbolista... Mateus es un hombre disciplinado, paciente. Me decía: ‘Profe, algún día me van a dejar jugar’. Así fue”.
Ese mismo niño que chupó banca en Envigado creció, cruzó fronteras, debutó en Argentina con el Deportivo Español y volvió renovado. En Colombia fue al Tolima, luego a Nacional, más tarde al América de México y dio el salto a Europa con el Porto.
Vivió en Qatar con el Al Sadd, pero su destino lo traería de nuevo a casa. A ese club al que ayudó a conquistar la Copa Libertadores de 2016 y la Recopa Sudamericana de 2017. A ese estadio, el Atanasio, donde cada metro de césped lleva su nombre.
Hoy tiene 34 años y los mismos sueños intactos. Pero también el peso de la madurez. Por eso, cuando la frustración lo venció y no pudo contener el enojo al ser sustituido frente a Internacional, no dudó en dar un paso al frente y pedir perdón. En un gesto de honestidad, habló con sus compañeros, con el cuerpo técnico, con la hinchada.
“Fue una reacción de frustración... Quería seguir en el campo, hacer más, mejorar jugadas. Pero no fue nada en contra del técnico ni del compañero que me reemplazó. Soy humano, y a veces la rabia personal se desborda”.
Unas palabras que calan hondo, no por la excusa, sino por la humildad con la que asume sus errores. Porque ese es Matheus: directo, sin máscaras.
Como cuando respondió en redes a quienes quisieron convertir un chiste entre compañeros en una crisis inexistente: “Ya saben Kevin Parra y Marino Hinestroza, el próximo gol los voy a coger de ese pelo hasta que me canse. Ya los destructores del verde dizque tenemos problemas internos jajaja. No saben qué más inventar”.
Hoy, su liderazgo en el vestuario es innegable. Junto a Jorman Campuzano se ha convertido en el equilibrio del medio campo, en el motor silencioso del nuevo proceso de Javier Gandolfi. Mientras muchos lo daban por acabado, él trabajó en silencio. Volvió a correr, volvió a marcar, volvió a ser ese 8 que impone respeto y orden. Ese que pone el alma en cada balón dividido y que juega con los dientes apretados y el corazón en alto.
“En Nacional tenemos jugadores con mucha personalidad, no solo nosotros los grandes, sino también los jóvenes, con personalidad y carácter para responder una pregunta o dar una opinión”.
Por eso, se suma al sueño que tiene la hinchada de conseguir una nueva Copa Libertadores y tiene claro el camino: “Cada vez que vamos avanzando, se reduce ese margen de error. Con los equipos que van avanzando de fase, se va viendo una calidad superior, aumenta el nivel. Cualquier equipo que nos pueda tocar en octavos va a ser un rival de mucho peso, y ahí es donde nosotros, como equipo, tenemos que poner atención en los detalles y, cuando vayamos a jugar de visita, ser más contundentes y fuertes, y así poder seguir soñando con el objetivo que queremos”.
Pero más allá del futbolista, hay un hombre de familia. Ese que creció rodeado de afecto, que no entiende la vida sin los suyos. Carlos Alberto lo recuerda con una sonrisa. “La familia de Mateus es gigante... Cuando había partidos, no alcanzaban los boletos. Él quería llevar a todos. Le daban tres camisetas y quería treinta. Es muy dedicado a los suyos, y ahora, mucho más a su esposa y sus hijos”.
Esa raíz está firme. Su madre, Adriana Villa —esa que le sugirió llevar la “h” en su nombre Matheus, porque así lucía más bonito—, fue quien lo empujó cuando los sueños flaqueaban. Juan Carlos Ramírez, exfutbolista, lo dice claro: “La mamá siempre estuvo al frente. Fue su fuerza. Matheus es un joven con metas claras, ejemplo para muchos”.
Con Cindy Álvarez encontró el amor y la estabilidad. Esteban, el hijo que ella ya tenía, encontró en Matheus no solo un padrastro, sino un papá. Luego llegó Antonia y en 2021, Ángel. Ellos son su motor. Su refugio. Los que le recuerdan por qué vale la pena levantarse cada día, incluso cuando el cuerpo duele y la crítica muerde.
Hoy Matheus está de vuelta. Con la cabeza alta y los botines bien puestos. Con el temple de los que han vivido para contarla. Con el señorío de los que responden con fútbol. En el césped del Atanasio, su figura inspira a los nuevos, emociona a los viejos hinchas y le devuelve al verde ese espíritu luchador que siempre fue su marca.
“Entreno al ciento por ciento todos los días y trato de mejorar en los partidos, de no caer en los mismos errores. Voy en un proceso muy bonito, me he sentido cómodo y a gusto. Si voy a llegar a la dimensión del Matheus de 2016, no lo sé. Han pasado años, tengo unas características y una mentalidad diferentes, pero eso también le aporta al club. He venido mejorando poco a poco, aún me falta, porque soy muy autocrítico, y para eso trabajo día a día con paciencia y disciplina”.
Callado, sin buscar titulares, Matheus Uribe le ha vuelto a dar sentido a esa frase que tanto repiten los paisas: “Al que le van a dar, le guardan y le calientan.” Y él, más caliente que nunca, está listo para escribir su nuevo capítulo con Atlético Nacional.
Porque mientras haya fútbol y familia, habrá Matheus para rato.