La memoria, si está atravesada por la dicha o el dolor, atesora con facilidad los recuerdos. Las tres salas de cine —para entonces conocidas solo como “teatros”— que tuvo el municipio de Bello entre los años 40 y principios de los 2000, crearon recuerdos entre los bellanitas.
Aquellos que presenciaron los años dorados del Teatro Iris, el Rosalía y el Bello (ver Imágenes) rememoran con nostalgia las jornadas cinematográficas que los acercaron, no solo a las producciones audiovisuales más aclamadas de la época, también a sus semejantes, pues por primera vez, cuentan quienes lo vivieron, ricos y pobres coincidían en un mismo espacio y tiempo alrededor del arte y la cultura.
Del emblemático trío solo uno ha “sobrevivido” –entrecomillado, porque hace más de 25 años el lugar está en desuso y ruinas– a los intereses de las distintas administraciones municipales y al río del tiempo: el Teatro Rosalía.
No obstante, y pese a su valor histórico cultural, para agosto de este año —a más tardar septiembre— la actual Alcaldía de Bello, liderada por Óscar Andrés Pérez Muñoz, proyecta demoler la infraestructura para construir un edificio de seis pisos, que sería en definitiva un Centro Vida Día, en el que esperan recibir a más de 60.000 adultos mayores a través de una oferta de programas formativos, de salud y deportivos. El plan, que está ad portas del proceso contractual, ya cuenta con el aval de la Gobernación de Antioquia, que aportará el 70 % de los recursos para la remodelación, es decir, 3.933 millones de pesos.
Sin embargo, sigue siendo cuestionado —como en ocasiones anteriores cuando trató de ser vendido a privados en el 2019— por colectivos culturales bellanitas. “Durante las últimas administraciones se ha dado un proceso de gentrificación frente al bien, que consiste básicamente en abandonarlo progresivamente hasta que el deterioro obligue, bien sea a venderlo, o bien sea a demolerlo para ubicar algo más redituable a nivel económico”, señala Jeison Tabares, defensor de Derechos Humanos y miembro del colectivo Lazos de Libertad.
El rifirrafe
Entre las propuestas que han planteado artistas y gestores se encuentra el establecer una cinemateca para fortalecer el séptimo arte en el territorio pues, a día de hoy, hay procesos populares como Cine pa’ la calle, e institucionales como el Consejo de Cinematografía, que se verían positivamente impactados.
Además, según complementa Tabares, en el municipio hay apenas 12 escenarios culturales que no dan abasto a la amplia oferta de actividades y el acceso al Parque de Artes y Oficios, también llamado Talleres del Ferrocarril, es difícil.
Frente a esto, responde la administración municipal en voz de Yenia Rivas Rentería, gerente de Proyectos Especiales de Bello, el plan bandera para la cultura es el parque que enuncia Tabares. “Allí tendremos un teatro de gran aforo, con capacidad para 745 personas. Para esto ya tenemos un convenio firmado con el Área Metropolitana que aportará $60.000 millones”.
La inminente demolición del Rosalía se suma al de otros bienes importantes para la memoria social y cultural del municipio, entre ellos, la casa Lola Vélez, la Plaza de Mercado, el Teatro Iris y el Teatro de Bello. “Lo destacable es que esto no pasa solo en Bello, pasa en toda Colombia. Los gobiernos no invierten ni siquiera en los Bienes de Interés Cultural y Patrimonial (BIC) porque no dan réditos políticos ni económicos”, apunta el historiador Guillermo Aguirre.
El ocaso
En la década de los 80 fueron construidas en el país un sinfín de listas de BIC, entre las que incluyeron, no solo los tres teatros en cuestión, sino barrios enteros como el Barrio Obrero de Bello y Fontidueño.
No obstante, la ambición con la que fueron elaboradas encontró su declive en la implementación de los Planes de Ordenamiento Territorial. El bellanita, de 1990, dejó enlistado solo al Teatro Iris como bien cultural, una salvaguarda que no fue suficiente para evitar su demolición en 2009.
“Para que un bien sea BIC no necesariamente tiene que tener belleza arquitectónica, sino un reconocimiento popular, que esté en la memoria de la gente, que haya sido un referente cultural, político, económico”, precisa el historiador. Condiciones que cumplen los extintos teatros municipales. Allí la gente gozó y sufrió, construyó parte de su vida social desde los 40 hasta bien entrados los 70.
Una política patrimonial podría garantizar que estos inmuebles sean, por ley, reconstruidos, restaurados o conservados como parte de la memoria social, artística y cultural, puntualiza Mauricio Celis Álvarez, docente de la Facultad de Artes de la Universidad de Antioquia. “Esa memoria la merecen tener las nuevas generaciones, las que nos relevan a quienes sí tuvimos la oportunidad de ocupar y vivir esos espacios”.
Teatro Iris (demolido), hoy casino Malibú
En la década del 20, cuenta el historiador Carlos Enrique Uribe Restrepo citando registros del Archivo Histórico de Bello, las películas podían verse en un entorno privado, en la finca Niquía, propiedad de Joaquín Jaramillo Villa. No fue hasta la década de los 40 que, para celebrar los 25 años del municipio, se realizaron una serie de transformaciones y cambios amparados en el concepto de modernidad. Fue entonces cuando inauguraron el Teatro Iris, con una fachada de estilo medieval. Allí llegaron distinguidos cantantes de tango con sus orquestas, como el afamado Óscar Larroca. La silletería era en hierro forjado y el palco imponente. “La demolición (en 2009) fue muy dolorosa”, expresa Uribe, “cuentan que en él habían incluso funciones gratis para los estudiantes cada sábado”.
Teatro Rosalía (en ruinas), próximo a ser demolido
A inicios de los 40 fue inaugurado el Teatro Rosalía Suárez (nombrado en homenaje a la madre de Marco Fidel Suárez). Su ubicación (aún pueden visitarse sus ruinas) es céntrica, a media cuadra de la Alcaldía de Bello, en el sector conocido como Guayaquilito. Su fachada es de aspecto simple, sin embargo, su interior es descrito por quienes lo conocieron muy cercano, estéticamente, al art decó. Un mirador con pasamanos separaba el segundo piso del primero. La galería baja estaba amoblada con bancas colectivas, en las que cabían de 10 a 15 personas, hechas de hierro y madera. Había también una luneta con sillas individuales.
Teatro Bello (demolido), hoy sede del Concejo Municipal de Bello
Con la intención de proyectar películas moralmente aceptadas, la Iglesia Católica dio apertura, a mediados de los 50, al Teatro Bello. Su estructura era moderna, contaba con una pantalla plegable que daba lugar a un escenario abierto para obras de teatro. Su diseño tenía cierta inclinación para facilitar la visualización del escenario, además de que fue reconocido por los altos estándares acústicos. Sus sillas eran de madera, duras, sin acolchado. “Ahí nos aguantábamos series que iban desde la una de la tarde hasta las nueve de la noche”, cuenta el historiador Aguirre. Entre los amigos del barrio reunían el dinero para asistir juntos a las jornadas, bien fueran matinales (de 9 a 11 a.m.), vespertinas (de 3 a 5 p.m.) o nocturnas (de 6 p.m. en adelante).