La lectura es un hábito y como tal, no hace al monje... pero habla de él lo que no está escrito. Cada uno va desarrollando gustos y manías para acompañar esa acción placentera.
Hace unos días escuché a un lector decir que había obtenido una silla estilo Luis XV y, desde que la vio, decidió que la dejaría para esta actividad que en él ocupa parte de las noches. La acompañará de una lámpara que arroje un chorro de luz sobre el libro y la pondrá junto a una mesita donde pueda descargar la botella y la copa de aguardiente.
La escritora Claudia Ivonne Giraldo dice que esta —la del trago— es una parte importante de una situación especial para la dulce actividad. “Cuando era feliz e indocumentada —señala, refiriéndose a una época cuando en su vida había más tiempo para el ocio, menos compromisos y ningún hijo— leía de noche, con un vinito o, cuando menos, con un cafecito”. A esa atmósfera creada, “si le añadimos un sofá, una mantica para los pies si hace frío y hasta una chimenea, sería ideal”.
Pero como sus días están llenos de trabajo académico, lee desde las tres de la madrugada. La lectura le sirve para solucionar su problema de insomnio. No porque la duerma, sino porque la entretiene cuando el sueño no pone goma en sus ojos para pegárselos. Y siempre lee acostada.
Tiene otros momentos para leer con la boca cerrada “que es tan sabroso”: en el metro, en un avión. No le estorba el ruido.
Otro que lee acostado es Jorge Franco. Lo suyo son novelas y cuentos, porque son los géneros que escribe, y a veces poesía, “para refrescarme”.
Lee de noche. “No, no es acostado del todo. Es reclinado. A veces pongo música clásica o jazz a volumen bajo. Otras veces, en silencio”. Y dura tiempo en esa posición en la cama. ¿Beber? No. Ni café, ni licor. A veces agua o gaseosa. Otro sitio en que lee es en el estudio. Allí no se acuesta; se sienta en la silla y apoya el libro en el escritorio.
“Creo que lo importante, para durar un buen rato en una posición es descargar el libro o la tableta. Uno se cansa es de sostenerlos”.