Allí donde hoy está Zimbabwe, en ese punto que parece tan remoto al sur de África, quedaba Rodesia (Rhodesia, en inglés), un país que no era reconocido como tal por la comunicada internacional. Adoptó ese nombre durante 14 años (entre 1965 y 1979), un momento en el que se desató una guerra civil empapada de disputas raciales muy violentas en la que fue una colonia inglesa.
Rhodesia fue el nombre que N.Hardem trasladó al presente para bautizar esta colaboración con Las Hermanas, un proyecto en solitario de Diego Cuéllar. Lejos de beats que podrían considerarse tradicionales para el rap, Hardem y Cuéllar se lanzaron a una experimentación entre electrónica y rap.
Ellos presentarán el disco por primera vez en Medellín este viernes desde las 9:00 p.m. en La Pascasia. Sobre el escenario estarán Las Hermanas, El Kalvo y Saga, este último ha sido como un mentor para N. Hardem.
Aunque el rapero estrenó Tambor 2 después de Rhodesia, ya había tenido la oportunidad de interpretarlo en un toque pequeño en Medellín. Este es el primer espacio en el que el trabajo experimental se lleva el protagonismo.
Una exploración
Rhodesia no es tan digerible de primerazo. En ciertos momentos el fraseo de Hardem se ajusta al ritmo a veces golpeado o un tanto frenético de los beats de Las Hermanas. A veces las palabras entran con tal velocidad y contundencia que no dan tiempo para encontrarles un sentido.
Para algunos se va revelando de a pocos, tras varias escuchas y para Hardem este proyecto de ocho canciones resultó siendo, finalmente, “una exploración hacia darle libertad a la palabra ligándola directamente a lo que me provocaba el sonido y la experiencia de trabajar con Diego”.
Dice que aparte de Vísperas, cuya letra ya había trabajado, no hubo temáticas parciales que dirigieran cada canción. Cuando lo analiza dice que el álbum es una especie de abstracción de esas horas que compartía con Las Hermanas en sesiones de composición y grabación.
“Todo el disco es un solo tema, el momento que estábamos viviendo allí”, explica. Las canciones se iban construyendo en paralelo, no siempre de la misma forma. Escuchar beats, llevar notas y rayar cuadernos hasta “buscarle las palabras”.
Como un mantra, ha intentado no repetir, no buscar sonar igual a los predecesores o a los colegas. Ese es casi un principio moral del rapero de la capital que guía su música, que sea “ingeniosa y original”. Lo logra.
Sobre si se sabe exactamente para dónde va con sus experimentos, no tiene en mente un punto fijo, porque la música para él no es una sola cosa ni una carretera de una sola vía. “Con el ejercicio de hacer música y de entregarse al oficio, quiero seguir explorando formas de hallarme libre y entregar y, hasta donde creo, poder ser responsable de otorgarle algo beneficioso al entorno inmediato”, cuenta.
“Ese deseo, parte de hacer algo bueno, algo con lo que me siento pleno y tranquilo y a la vez creciendo y aprendiendo de la artesanía”, de esa forma musical tan diversa que puede llegar a ser el rap.