En un panorama que no ofrece muchas certezas para la cultura, muchas cabezas siguen ingeniándose formas para que diferentes tipos de proyectos encuentren otros caminos y sigan vivos.
Como parte de esos planes a futuro, la Filarmónica de Medellín está en búsqueda de un nuevo director titular, quien, en palabras sencillas, “es como el director técnico de un equipo de fútbol”, explica María Catalina Prieto, subdirectora de programación de la Filarmónica de Medellín.
Se trata de una persona que tendrá la responsabilidad de diseñar la estrategia por medio de la cual la orquesta se seguirá moviendo y hacia dónde. Además, tendrá que encargarse de pensar “cuál es ese factor diferencial que quiere con la orquesta, cómo quiere que sea reconocida”.
Así que entre sus labores, el nuevo director, estará encargado de una parte fundamental de la programación como escoger a directores y solistas invitados y, además, cumplir con otros roles vinculados al resto de programas que desarrolla la orquesta, como los enfocados hacia la educación y los procesos comunitarios.
El paso a paso
El más reciente director titular que tuvo esta orquesta fue el chileno Francisco Rettig, quien arrancó sus labores en 2013 y las culminó en 2018. “Después de que salió decidimos darnos una pausa y oxigenar la orquesta”, ya se había vuelto una costumbre estar bajo una única manera de dirigir. El plan fue empezar a traer maestros invitados para que los músicos pudieran experimentar otras técnicas, escuelas y personalidades a la cabeza de su orquesta. “El resultado fue muy bueno y le dio bastante moral a la orquesta”, cuenta Prieto.
¿Qué se necesita?
No podían quedarse sin director titular, así que aprovecharon tantas visitas y experiencias de fuera para ir pensando en una terna que encajara en sus necesidades. “Como esta orquesta es sui géneris”, se requieren habilidades y disposiciones para sacar adelante sus planes.
Como es un proyecto que no tiene financiación pública, por ejemplo, se requiere que el director titular pueda darle visibilidad a la orquesta por fuera, crear conexiones y ampliar posibilidades para el grupo. Que sepa manejar relaciones públicas y sepa compartir el proyecto. Por eso su puesto no es 100 % en Medellín, sino que va y regresa con frecuencia.
Adicionalmente, desde la Filarmónica necesitan “una persona que tenga sentido social”, que entienda que la música es herramienta de transformación en la sociedad.
Por último la Filarmed quiere a un director con experiencia en programas educativos y que crea en ellos, pues otra de sus labores será seguir impulsando procesos de este tipo y sociales en el departamento, esa persona tendrá que dar línea a todos lo que marcha en paralelo.
La terna quedó elegida tomando en cuenta la experiencia de los músicos que conforman la orquesta. “Es importante hacerlo de la mano porque son ellos con los que tendrá una relación directa, debe ser alguien con quien los músicos se sientan cómodos y apreciados”, apunta Prieto. Se tuvieron en consideración evaluaciones que los músicos hicieron a finales de 2019 sobre aquellos maestros invitados con los que trabajaron y así se llegó a este punto: Christian Vásquez, David Greilsammer y Robin O’Neill fueron los tres que más se acercaron a esa necesidad.
La idea será que cada uno se quede por una temporada durante este 2021 para explorar y en noviembre se daría a conocer quién será el elegido. Su ritmo de trabajo en una época sin covid será la de pasar ocho semanas dobles a lo largo del año en Medellín y que cuando no están, vayan haciendo seguimiento, siempre de la mano el comité artístico.
Para conocerlos un poco, estos son los perfiles de los maestros que optan para guiar esta orquesta y sus prioridades en estos momentos
David Greilsammer - Israel
Su encuentro con Mozart llegó temprano, apenas tenía 4 años. Fue durante la primera vez que escuchó una grabación en su casa o al menos hasta donde llega la memoria. “Era un viejo álbum de piezas de Mozart que mi madre decidió poner y todavía recuerdo haberme dicho: ¡Esto es lo más hermoso que he escuchado!”. Ese primer encuentro definiría una fascinación a la que volvería varias veces ya siendo mayor, convertido en pianista y director: en una maratón de un día, interpretó todas las sonatas para piano de Mozart. También interpretó y dirigió 27 conciertos de piano en una sola temporada.
Antes de llegar a cumplir esos retos propios, se acuerda de que el día que supo que quería ser músico fue luego se toparse con la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvorak durante su primer concierto sinfónico, ese día dirigía Leonard Bernstein. El piano ha sido la compañía a través de la cual ha entendido el mundo, recientemente le dio forma a un sueño recurrente por medio de las teclas. A ese disco lo bautizó Labyrinth. Como solista ha tocado en Concertgebouw de Ámsterdam y en el Kennedy Center de Washington y lleva más de siete años como director musical de la Geneva Camerata. En ese rol y como director invitado de otras orquestas se la ha jugado, siempre queriendo llevar las posibilidades del repertorio un poco más allá. De hecho, es en lo primero que piensa cuando llega una nueva propuesta.
“Estoy convencido de que presentar un programa fascinante, original y audaz es la primera clave para tener una actuación exitosa”. Su meta es lograr construir un diálogo musical entre “diferentes estilos, culturas y géneros”. Ya con la orquesta, le gusta fijarse en detalles, sección por sección, porque “tenemos que recordar: lo que hace grande a una orquesta es la belleza y la precisión de su sonido”. Dentro de esas posibilidades a las que les ha abierto la puerta por medio del repertorio, se ha convencido de que “la música nunca debería ser un ‘lujo’, es una necesidad profunda y una parte fundamental de nuestra sociedad. Espero que cada vez más gobiernos de todo el mundo comprendan esto. Siento que la música ha sido un regalo en mi vida y, por lo tanto, tengo que devolverle a la sociedad tanto como sea posible”.
La pandemia ha irrumpido en la vida cotidiana de las orquestas y está convencido de que en estas “no es la individualidad lo que cuenta, sino el espíritu colectivo y el sentimiento de ser parte de una comunidad”. Por ahora, no puede esperar al momento en el que los grupos puedan regresar a los conciertos presenciales y llevarlos fuera de las salas de conciertos tradicionales, a más niños y adolescentes, a hospitales, clínicas y refugios, “para que la mayor cantidad de personas pueda volver a tener acceso a la música y así hagamos de la música una parte central de la vida de todos nuevamente”. Es más, no tiene dudas de que en un momento complejo como este la música puede “curarnos, ayudarnos y darnos fuerza”.
Robin O’Neill -Reino Unido
Un día, mientras Robin O’Neill interpretaba el fagot en medio de una lección con su profesor, alguien entró a la sala. La puerta estaba a su espalda, así que Robin, quien apenas cursaba en primer año en el Guildhall School de Londres, no vio quien entró y continuó tocando. Se trataba del director Leonard Bernstein, quien había dirigido un concierto de la Sinfónica de Londres ese mismo día. “¡El muchacho tiene talento!”, le dijo Bernstein sonriéndole al profesor.
Después de una corta charla, cuando el conocido director salió de la sala, su maestro le susurró al muchacho: “¡No dejes que eso se te suba a la cabeza!”. Hasta el día de hoy, no se olvida de ese episodio porque para él, Bernstein es el modelo más grande para un músico del siglo XXI. “Era un gran intérprete, pero también increíblemente creativo, un compositor muy ocupado y un gran educador de su época”, cuenta.
La perspectiva personal que O’Neill le ha dado a su relación con la música fue expandiéndose también, ha conducido la Philharmonia Orchestra, donde ocupa la silla del primer fagot, la Camerata Royal Concertgebouw Orchestra, London Philharmonic Orchestra, el English Chamber Orchestra y las filarmónicas de Medellín y Bogotá, entre otras. Se la pasa, además, arreglando cada vez que se presenta la oportunidad. Como director orquestal se define como alguien práctico, sin mucha filosofía, al punto, pero destaca que su rol principal debe es el de escuchar.
“No hay punto en conducir a menos de que escuches de cerca todos los sonidos que llegan, eso es con lo que trabajas”, cuenta. Estudia mucho, además, pero sabe que su tarea cada vez que debe pararse frente a una orquesta es “entrar en la mente del compositor” y ese reto le parece alto porque los compositores “son criaturas complejas”, cuyas creaciones están hechas para descifrarse en múltiples niveles.
A él le corresponde ser una especie de puente, pues una pieza musical “solo existe cuando la gente la toca o la canta”, opina. Más allá de montañas de partituras con “un montón de lineas y puntos” y aunque esa también sea otra manera de encontrarse la música, “no existe hasta que suena” y hasta que 4,10 o 50 personas se reúnen a interpretarla y hay alguien, en la audiencia, dispuesta a recibirla. “En nuestras vidas tenemos toda clase de problemas y decepciones, pero el gran arte siempre está ahí” y eso lo maravilla. Opina que para que la música vaya transformando la sociedad es necesario el amplio espectro de educación y la cultura que “promueve la comunicación, el aprendizaje y lleva a la creatividad”. Esa para él es la fuerza que conduce al desarrollo exitoso de la sociedad. Desde su puesto procura hacerlo, una obra musical a a la vez.
Christian Vásquez - Venezuela
En la mitad de una de las calles principales de San Sebastián de los Reyes, Venezuela, fue que Christian Vásquez se enamoró de lo que era una orquesta. Tenía 8 años cuando sucedió, caminaba con sus padres cuando un juego sonoro que provenía de una casa llamó su atención. Una orquesta ensayaba un pasillo que se escapó por el ventanal que daba a la acerca, era inevitable contener el sonido. El niño paró en seco, sus papás avanzaron una cuadra antes de darse cuenta de que se había quedado atrás, como en trance, observando como interactuaban los instrumentos.
Fue en ese instante que Christian decidió que quería entrar a estudiar música. Le hicieron pruebas melódicas y rítmicas donde cantó el Himno Nacional de Venezuela y Los Pollitos Dicen, entró y poco después fue su encuentro con el violín. Se formó en la Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela, donde se convenció de que “la música tiene un poder transformador”. Las realidades de algunos de sus compañeros eran duras, las conoció de primera mano, y por eso concluye que el sistema, “cambia un arma por un instrumento”. Además, la música parecía ser contagiosa. Cuando arrancó a ensayar, los niños de su barrio se percataron del nuevo hábito de Christian, al igual que su hermana, y poco a poco, más de ellos querían aprender también. En el entorno la música florecía y se multiplicaba. Vásquez perteneció a la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar y en 2006 quiso enfocarse en dirigir. Estudió bajo la mentoría del maestro José Antonio Abreu.
Todavía tocaba en la orquesta y andaba siempre con las partituras a la mano, anotando todas las indicaciones de los directores que conducían a la orquesta, al igual que lo que quería aprender de ellos y lo que prefería evitar. Por ese entonces, en 2006, fue nombrado director musical de la Sinfónica Juvenil José Félix Ribas, del estado Aragua. Ha sido director titular de la Orquesta Sinfónica de Stavanger y principal director Invitado de la Het Gelders Orkest. “Teniendo esa experiencia de tocar con la orquesta y de haber trabajado con muchos directores, ya sé qué se siente lo que es cuando el director se pone muy fastidioso en un ensayo o cuando le habla mal a la orquesta y trata mal a los músicos. Eso me permitió entender cómo manejar un ensayo o entender cómo está la energía de la orquesta y su atmósfera”, dice.
Se fija mucho en los rostros de los músicos cuando los tiene al frente, es un detalle que le gusta tener presente en su trabajo para cómo abordar cada orquesta, cada cuál tiene una personalidad diferente. Su labor es entenderla para saber “dónde presionar un poco, dónde aflojar” y finalmente hacer buena música. En tiempos de covid siente que la labor que debe cumplir una orquesta es la de seguir buscando medios y nuevas maneras de “llevar música a las personas”.