Cuando Candelita no está haciendo florecer sonrisas en los rostros del público, está sacándoles la mejor cara a las flores de un jardín.
Esta combinación, payaso y jardinero, hacen de la suya una existencia envidiable.
Nacido en Leticia y registrado con el nombre de Elvis Peña, es payaso hace doce años. Allá, en el Amazonas, tenía un compañero con el que salía a las calles y a los parques a representar su acto.
“Vine a Medellín hace dos años. Mi amigo se quedó allá. Por eso no he vuelto a hacer ‘ruedo’, porque en los parques se necesitan dos”.
Vive en Manrique con su esposa. Se levanta temprano cada día y va a sembrar y abonar las rosas en una quinta de El Poblado. Vuelve a casa al mediodía y después de almuerzo se dedica a ensayar.
“Busco temas que pueda incluir en mi repertorio, pienso los chistes y las ocurrencias. Y como también soy cantante, preparo las canciones”.
En sus actos canta seriamente, aclara, incluso cuando lo hace vestido de payaso.
Con cicla y skate
Popiño es un artista integral de circo de origen venezolano. Se llama Cristian Alcubilla y hace dos años está en Colombia y de este tiempo, año y medio en Medellín. Integral, porque actúa de payaso, malabarista y equilibrista.
Al igual que Candelita, no desdeña el trabajo de calle, lo que llaman “hacer ruedo” ni la actuación en los semáforos.
En la República Bolivariana era un artista reconocido, con show de televisión. En Colombia, como no lo conocen, al principio actuó en los semáforos de Bogotá y Medellín.
Realizaba sus números valiéndose del rojo en una señal intermitente de Sabaneta. Un día, una señora apareció para invitarlo a su casa a comer sancocho. “Esa es una de las cosas que me han hecho amañar más en Medellín: la hospitalidad”.
A los semáforos, los cirqueros los llaman “la oficina”, porque cuando están varados o mal de plata, se establecen en uno de ellos, y entre el rojo y el verde hacen un espectáculo breve y medido que les resuelve los problemas.
Vive en Envigado. Se levanta temprano y se va en cicla hasta el Circo Medellín. Este ejercicio, al que suma la práctica de skate, le basta para mantenerse en forma. De modo que allá llega a ensayar sus actos de una vez.
Las tardes se le van en formular proyectos para enviarlos a empresas o instituciones para que le compren su programa. ¿Los semáforos? Se gana bien en ellos, dice, tal vez mejor que andando por ahí guerreando, pero no los volvió a frecuentar porque cree que le pueden restar credibilidad o respeto a la hora de realizar esos contratos.
Carlos Álvarez, el mimo y payaso que dirige el Circo Medellín, revela que los días de su grupo —que bien puede llamarse internacional, pues tiene en sus filas a una cubana que hace malabares en el trapecio y a un venezolano que hace reír en la cuerda floja, quienes se suman a más de 15 colombianos de distintas regiones del país—, comienza a las 8:00 a.m., en su sede situada en la base del Cerro Nutibara. Allí acuden quienes no van a semáforos ni a trabajar en otros oficios. En las primeras horas, hacen ejercicios de mantenimiento físico; después, cada uno ensaya sus números, es decir, “cada cual se desbarata por aparte”, si son contorsionistas, en tanto que los malabaristas arrojan sus objetos al aire y los vuelven a agarrar.
A las 12:00 se reúnen a almorzar. Por la tarde asean la biblioteca, las oficinas, los corredores y desmalezan el jardín. A media tarde van a la biblioteca a leer o a mirar videos de cirqueros del mundo.
“Somos unos monjes del circo”, resume el mimo.