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¿Son aburridas las novelas históricas?

Técnicas de narración literarias y cinematográficas han hecho de este género un deleite. ¿Está de moda?

  • ilustración morphart
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27 de octubre de 2015
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El nombre del escritor Pablo Montoya empezó a ser una repetición desde el día en que anunciaron que se había ganado el premio de novela Rómulo Gallegos.

En los siete finalistas había tres colombianos más, Piedad Bonnett, Héctor Abad y Óscar Collazos, muy conocidos ellos, muy premiados los dos primeros. Pablo era el último de la lista, casi como una predicción, la de que no sería él, no porque no pudiera serlo, sino porque era un autor silencioso, que no se conocía mucho fuera de Medellín, del que se decía que sus novelas eran difíciles. Un escritor de novela histórica.

Pasó. De las 162 obras de 17 países, la de Montoya, Tríptico de la infamia, se quedó con el galardón, y entonces se habló montones de él y las ventas del libro, que no se había vendido mucho, crecieron, y hasta por los días previos al galardón se agotó en librerías. No importó lo de su prosa poética ni lo de su relato histórico.

También apareció la duda de si la novela histórica estaba en auge. Había otros hechos, como que al concurso de la Cámara de Comercio de Medellín la mayoría de las 260 novelas que se presentaron fueron históricas. La novela de Juan Esteban Constaín, El hombre que no fue jueves, que ganó el Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana cabe en la categoría. Uno de los bestsellers más constantes de los últimos años es Santiago Posteguillo, que ha vendido sus novelas, incluso rompiendo el mito de que a la gente le interesa lo corto: las suyas se acercan o sobrepasan las mil páginas.

¿Un auge?

Pablo Montoya escribió un libro, Novela histórica en Colombia: 1998-2008, para el que leyó unos 50 libros publicados en los últimos 30 años. Él explica que desde Ivanhoe de Walter Scott, este subgénero tiene gran vitalidad.

“Lo que más se valoraba –sigue el escritor– era la tragedia, la comedia, la obra de teatro o la poesía. Con la aparición de la novela por entregas en el siglo XIX, esta comienza a marcar la pauta y la histórica desde siempre va a estar apareciendo. Los primeros grandes bestsellers de la novela latinoamericana son históricos, y muchos son imitaciones de las románticas”.

Ahora bien, sigue Pablo, en el siglo XX, según un autor que ha estudiado el tema, Seymour Menton, sí ha habido un auge de la novela histórica, y en América Latina fue entre 1950 y 1990. Además las conmemoraciones estimulan e incrementan la aparición de ellas.

Para el autor de Tríptico de la infamia lo que pasa ahora es solo una continuación de lo que ha sucedido desde el siglo XIX. Lo que no sería un auge actual, sino una continuación.

El escritor Rafael Baena, autor de varias novelas de este tipo, como La bala vendida y Tanta sangre vista, no cree que haya un boom. Desde su punto de vista de lector, sin tener cifras de mercado, la cantidad de novela histórica es la que siempre se ha escrito.

“No hay una especie de resurgimiento. A veces si alguien gana un premio, como la novela de Pablo, puede dar esa sensación, o la premiada del concurso de Eafit, que puede llamarse histórica, pero hace dos años el Rómulo se lo ganó William Ospina, también con una histórica, y en ese momento nadie pensó que había un resurgimiento. Simplemente empieza a rodar la bola, pero aún así no creo que haya un boom”.

Porque hay otros subgéneros de los que se habla con fuerza. El autor Santiago Gamboa señala que la negra y la social en Colombia tienen mucha fuerza y hay riqueza temática en todos los niveles.

Teorías hay varias, como la del editor argentino Hernán Casciari, quien piensa que el interés en ella ha crecido por lo que está pasando en las redes sociales, la desconcentración que causan y el que se viva la vida propia y la de los amigos, e incluso la de los desconocidos, en tiempo real.

“Si yo te empiezo a contar ahora una historia que me estoy inventando, te voy a interesar medianamente, pero si te cuento algo que me pasó a mí, o algo que le pasó a mi abuelo, y te lo cuento con una emoción verdadera, con lágrimas en los ojos, por más que me lo esté inventando, que lo esté exagerando, te voy a conmover más. Creo que estamos en un tiempo en donde la ficción está de capa caída porque justamente la vida entera es una macroficción en Twitter. Vivimos permanentemente cerrando y abriendo pestañas, cambiando de tema particularmente, y nos interesa mucho la realidad, las cosas que sabemos fehacientemente son true story”.

No hay que aburrirse

La mala fama de la novela histórica es parecida a la que carga el ensayo. Dicen que son aburridos, de lenguaje acartonado, difíciles de leer, sin la emoción que podría tener una historia fantástica.

Carlos Granés lo dijo hace un tiempo para este periódico, que el ensayo no tenía que ser aburrido. “El ensayo literario es un género delicioso, que puede ser divertido, provocador, irreverente e iluminador. Todo al mismo tiempo”.

Pasa igual con la novela histórica, porque no se trata de que el escritor haga una ficha historiográfica, llena de fechas y datos, ni un libro de historia para estudiar historia. Rafael precisa que no hay que confundir literatura con historiografía. “Si me pongo a hacer una novela histórica y me lleno de datos, y en el momento de escribir una ficción basado en esos datos no soy capaz de sacudirme de la rigidez, del rigor científico, de la historia como ciencia social, la estoy embarrando porque lo que estoy haciendo es copy-paste. Uno debe hacer una investigación histórica para respaldarse y estar seguro de lo que va a contar, pero la historia en sí ya es de uno, y ahí ya vienen técnicas que son comunes a todas las novelas, sea negra, de ciencia ficción, hasta la juvenil, que es la mayor o menor capacidad de un autor para seducir a un lector, para encarretarlo”.

Este subgénero, por más historia que tenga, debe seguir siendo literario, y relatar unos hechos que son los que tiene el escritor en su cabeza.

De ella hay categorías. La que tiene la historia como telón de fondo, en la que se enamoran dos personajes ficticios, o esa que usa datos históricos y no inventa demasiado, sino que enriquece con detalles, explica el escritor Gustavo Arango, lo que en los libros de historia es muy seco, muy parco.

A él le pasó en su más reciente novela, Santa María del Diablo, en la que sabía que hubo una peste de modorra por la que murieron 800 personas. No sabía más, así que lo que hizo fue hacer memoria sensorial, él que conoció el Chocó desde muy pequeño y que vivió en Cartagena, y se acordó de la humedad, del casi no poder moverse por el sudor, la pesadez, y del no quererse levantar. Todo eso volvió a su memoria para escribir sobre la peste de modorra. No es solo el dato, es lo que va más allá.

Sin acuerdo

Ahí es importante la definición de novela histórica, si bien no hay una exacta, porque hay varias maneras de entenderla y de mirarla. También depende de cada crítico.

Por lo general se trata de esas que recrean un momento anterior al de la vida del autor. Pablo indica que no importa si este se mete en ese periodo que recrea, como sucede en Tríptico de la infamia. No obstante, aclara él, algunos críticos comentan que al introducirse el autor, incluirá cosas de su tiempo, y que eso haría que no fuera de este tipo. Con ellos no está de acuerdo.

Ahora bien, ¿qué tan lejos tiene que estar la época de la que escribe el autor, con respeto al momento en el que escribe?

En ello no se ponen de acuerdo. Si alguien escribiera de la muerte de Galán, que fue en 1989, seguro muchos no la considerarían novela histórica porque es un tiempo muy cercano al ahora, pero, ¿qué es cercano?

Esa pregunta se la hace Rafael. “Diría que si hay que ponerle la etiqueta a la novela histórica sería el libro que narra unos acontecimientos acaecidos en un pasado más o menos remoto, pero eso es también discutible, porque si yo te hago una novela sobre lo ocurrido en los primeros diez años del siglo XXI, porque es tan reciente, ¿no es novela histórica? ¿Cuántos grados de envejecimiento o cuántas arrugas deben tener los personajes para que lo sea?”.

De todas maneras, ya pasó, pero si no hay límites, todas podrían ser históricas. El poeta mexicano José Emilio Pacheco expresa que toda novela es histórica o es susceptible de volverse histórica. “Por ejemplo La guerra y la paz de Tolstói –cuenta el ganador del Rómulo Gallegos–, que recrea las guerras entre Francia y Rusia, y la invasión de Rusia por Napoléon. Sucedió como unos 50-60 años antes del momento en que Tolstói la escribe, pero la novela tiene muchas cosas actuales, de la época en la que él la escribe. Para muchos no es una novela histórica, para otros es una gran novela histórica sobre esas guerras”.

Porque puede que una novela no sea histórica en su tiempo, y que incluso no sea concebida de esa manera, pero que después, cuando ya le haya pasado el tiempo, se lea de esa manera.

Incluso Pablo cuenta que muchos vieron en esta categoría a Cien años de soledad cuando se publicó, en tanto recreaba la época de las bananeras, la Guerra de los mil días, pero otros la descartaron como tal en tanto el último de los Buendía estaba en un momento muy cercano al presente de García Márquez, cuando la escribió en el 60. “Cuando apareció, sobre todo los europeos la leyeron como novela histórica”. Podría serlo ya.

Quizá el dilema se da por esa necesidad de etiquetar, de definir, de agrupar los libros para que se vean mejor en los estantes de las librerías o editoriales. Tal vez fuera mejor sufrir la peste del olvido de Cien años de soledad para leer tranquilos. Cuántos no descubrieron a Montoya en Tríptico de la infamia –incluso si compraron el libro porque se ganó el premio y sin saber su carácter histórico–, y llegaron hasta el final, simplemente, porque los atrapó.

Hay que saber que en la histórica, si el autor es responsable, los datos, las fechas, o el resultado de un batalla, van a ser como la historia dice que fue, y eso va a informar al lector. Sin embargo, no se puede olvidar que hay que leerla como lo que es, literatura, ficción. Esos enamorados en la revolución francesa solo pasaron de verdad en la imaginación del que escribió.

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