Es como ponerle un nombre a un hijo: difícil e importantísimo. Así describe la editora Lucía Donadío la misión de titular un libro. El título es el que condensa un texto, pero lo que lo hace inolvidable pueden ser muchas cosas: la sonoridad (El ruido de las cosas al caer, de Juan Gabriel Vásquez), la precisión (Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez), la belleza (Todo lo sólido se desvanece en el aire, de Marshall Berman), porque corta de un tajo al lector (La máquina de follar, de Charles Bukowski), crea una imagen (La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera) o juega con las palabras (Open de window, para que la mosca fly, de Jaime Espinal).
Uno de los escritores invitados a la Fiesta del Libro, Esteban Carlos Mejía, anunció en su cuenta de Twitter a finales de agosto la segunda edición de su libro I love you putamente (2017). Patricia Kolesnicov, editora cultural del diario argentino El Clarín, le escribió: “Bello título”.
También a Donadío, directora de Sílaba Editores, le encantó: “Es impactante. A casi todos deslumbra por su fuerza y rebeldía en usar un adjetivo que es sobre todo del lenguaje verbal”.
Es el título, ese y otros, de tal tenor, la razón por la que se ha dicho es la mitad del libro. Para esta editora, Guerra y paz es inolvidable, sonoro y preciso. A Juan Esteban Constaín, por ejemplo, los nombres de los trabajos de Ernst Jünger siempre le parecen muy sonoros (Los acantilados de mármol). También los de Álvaro Mutis (Crónica regia y alabanza del reino).
Sin reglas
En su Método fácil y rápido para ser poeta (1999), un irónico manual literario para jóvenes escritores, el poeta antioqueño Jaime Jaramillo Escobar aborda este arte de poner un nombre, y de paso sugiere lo difícil que es: “La incapacidad para titular los poemas se disimula muy bien dejándolos sin título”.
A 20 años de la publicación de su libro, a sus 86 años, Jaime no cree que haya reglas para nombrar ni para establecer si es bueno o no: “Depende de muchas cosas: del texto, del autor, de la época”.
Para él es un tema muy vasto porque son millones y termina siendo una “apreciación muy personal”. Nunca mencionó el poeta uno que le fuera inolvidable; prefirió el más famoso: “La Biblia –que significa El Libro–. Pero ese texto no es de autor sino que se hizo solo, por la gente”.
Además, explica, un buen nombre depende del editor y si es literatura, antropología o ciencia.
En la memoria
El escritor antioqueño Héctor Abad Faciolince no sabe con exactitud qué hace que el título de un libro sea inolvidable. “Creo que debe haber un equilibrio entre lo que promete y lo que el contenido ofrece”.
Se refiere a que, a veces, a un gran nombre lo envuelve un contenido decepcionante y el lector se siente defraudado. “Una mujer de cuatro en conducta (de Jaime Sanín) es mucho mejor que la novela que encierra”.
El autor alude factores que influyen, como la psicología de la percepción: “Si uno dice ‘cien años’, eso parece más largo que ‘un siglo’. Por eso Un siglo de soledad sería uno muy malo”, anota Héctor.
El autor de El olvido que seremos, Angosta y La oculta da incluso una explicación desde la métrica literaria: “En castellano los versos más naturales son el heptasílabo, el octosílabo y el endecasílabo. El coronel no tiene quien le escriba es un endecasílabo. Cien años de soledad, un octosílabo”.
Más allá de las sílabas se logran esas frases o palabras que atrapan, tal y como nos lo contaron siete escritores invitados a la Fiesta del Libro, que hablaron sobre cuáles son esos títulos que todavía llevan en la memoria .