Hace 36 años, cuando no había industria cinematográfica, ni un gremio de profesionales, ni productoras de cine consolidadas, un grupo de jóvenes de Medellín hizo la hazaña cinematográfica de grabar una película en la ciudad.
No era cualquier Medellín la que se retrató. Era un territorio no visto: calles abandonadas, comunas, el basurero de Moravia, alcantarillas, desechos del río, el Pedrero y bares del Centro. Era la metáfora de una ciudad sin mar, cuyo personaje principal es un navegante que lleva a cuestas una canoa en busca de un cauce entre las montañas, en su empeño vano de llegar al océano.
Esa locura felliniana se llamó “Balada del mar no visto”, un documental-ficción de 23 minutos rodado en 1983 y estrenado una año después que con los años se convirtió en una documento de memoria urbana y un referente en la cinematografía local.
El cortometraje fue rodado en 16mm por el realizador Diego García Moreno. En su momento tuvo mejor recibimiento en Europa, gracias a una coproducción francesa. Participó en los festivales de Nantes, Toulouse, Berlín, Huelva, Chicago, Bogotá, La Habana y fue emitida por la televisión colombiana.
Hoy esta producción se presenta en una versión restaurada con al apoyo del Ministerio de Cultura. La proyección virtual será a las 6:00 p.m. a través del Facebook de la Cinemateca Municipal de Medellín. Posterior al encuentro habrá una charla con Diego García Moreno, director y productor; Jorge Luis Pérez, coguionista (codirector de La Fanfarria); Julián David Correa, escritor y gestor cultural; y Marina Arango, experta en archivos audiovisuales.
Cómo nació la idea de hacer “Balada de un mar no visto”
“Luego de 7 años, regresé a Medellín y me encuentro con Jorge. Le digo que estoy impresionado con el cambio que había tenido Medellín entre el año 77 y el 84. En ese momento la ciudad estaba de capa caída, era el preámbulo de esa época negra marcada por el narcotráfico y el sicariato. Nosotros acabábamos de hacer una película en Francia con mi hermano Sergio García, “Hilo, Caracol y Punto sobre un Plano” (1984), en la que había trabajado con el grupo de La Fanfarria.
De París me traje unas 10 latas de cine de 16mm porque quería hacer cine en Colombia. Encontré a una Medellín que tenía un símbolo en la mitad del Valle de Aburrá, que era el morro de Moravia, que siete años antes no existía. En cierta forma la violencia del país y el desplazamiento que se estaba dando en ese espacio dantesco era tan evidente... Era la época en la que la diversión cotidiana era contar las proezas violentas y catastróficas de los mafiosos: el cumpleaños, la fiesta de quinces, los regalos y todas las cosas estrafalarias que hacían”.
¿Cómo se llevó eso a la escritura?
“Con los ‘fanfarrios’ dijimos, ‘qué interesante sería contar toda esta historia de desesperanza, pero en una forma de metáfora’. Claro, la conversación con un titiritero nos lleva a un mundo de muñecos. Eso nos llevó a hacer algo que no se acostumbraba en la época, performance, palabra que no hacía parte del léxico artístico de Medellín. Para entonces Víctor y el cura Álvarez (Luis Alberto Álvarez) habían hecho unas peliculitas de tinte muy literario, con un cierto costumbrismo que luego evolucionó muy potente a un nivel social con “Rodrigo D”, donde yo también trabajé. Yo creo que “Balada del mar no visto” fue anterior a la creación de Teleantioquia y a la aparición de “Rodrigo D”, fue la primera vez que una cámara se metió a los barrios y logra tener un fotograma entre la periferia y el Centro.
¿Cómo se convirtió eso en historia?
“La ciudad se volvió el personaje, el set. Queríamos dejar testimonio de lo que estaba pasando de una manera artística, no optamos por un realismo sino que estábamos marcados por un mundo mágico y surreal. Veíamos que Medellín era una ciudad muy blanca y racista, porque curiosamente ese cerramiento (entre las montañas) había producido artistas con falta de horizontes, encerrados por el Valle. Ahí nos vino a la memoria el poema de León de Greiff “Balada del mar no visto”, que es un recorrido, y dijimos, ‘qué bonito encontrar un personaje diferente que sienta la desesperanza de Medellín y que busque un horizonte.
Ahí fue como llegamos a un personaje clave de la ciudad, el Negro Billy, el cantante, un personaje importante. Le dijimos que nos ayudara a construir este poema visual, y que él representaría la diáspora negra escondida entre las montañas que tiene la añoranza de llegar a su espacio marino, al que podía llegar navegando desde Medellín por las aguas. Eso empezó a hilar la historia, las aguas contaminadas de Medellín, la violencia...”