Sobre un escenario, ya en varias oportunidades, la actriz y soprano Teresita Estrada ha escogido poner bajo el reflector ciertas historias que para ella son valiosas. Se ha puesto en los zapatos de Eva Perón, también ha cantado las canciones que el mundo conoció a través de Edith Piaf, al igual que ha mirado hacia dentro y ha decidido untarse de pintura para representar a Débora Arango o lanzar arengas como lo hizo alguna vez María Cano.
De hecho, sobre esta última, va a estrenar una dramaturgia el próximo sábado con el Teatro Popular de Medellín. La bautizó María Cano: Mujer valiente, no perfecta. A Cano, líder política del siglo XX en Colombia, Estrada decidió retratarla en diferentes etapas de su vida. Desde que se preguntaba qué era una “excomulgación” o cuando no dejó de pronunciar un discurso viéndose amenazada en medio de una plaza, hasta cuando prefirió encerrarse en los últimos años de su vida.
Cano también fue la protagonista de otros dos textos que han escrito investigadoras con respecto a mujeres colombianas que han sido pioneras. Dinamita, de la escritora Gloria Susana Esquivel, abordó la vida de esta líder, al igual que la periodista Myriam Bautista. Ella escogió tres adjetivos: rebeldes, osadas y transgresoras, para nombrar los perfiles que construyó de seis mujeres colombianas que, a su manera, sacudieron el piso por donde andaron.
Además de Cano, Bautista investigó sobre las vidas de la pintora Débora Arango, la doctora Cecilia Cardinal de Marín, la socióloga Virginia Gutiérrez de Pineda, la escritora Soledad Acosta de Samper y la periodista Emilia Pardo.
En el Hay Festival Colombia 2021, Bautista y Esquivel conversaron con Beatriz Mesa Mejía sobre esas mujeres que aprovecharon la vida y le dieron giros que antes les eran vedados. Decisiones que permitieron que tantas otras lo pudieran hacer después.
Cargadas de rebeldía
Lejos de pensar que la palabra “rebelde” podía ser sinónimo de revoltoso o violento, Bautista lo ligó más a la escogencia de no seguir el canon, no amoldarse y dar ajustes a la regla.
Lo encontró en caminos como los que recorrió la artista antioqueña Débora Arango. “El país entero era provinciano y ella era muy ligada a la religión católica, de misa diaria y rosario por la noche”, narra. Se dedicó a cuidar a su padre, era soltera y ese papel cayó entre sus manos, aunque ninguno de esos elementos fue impedimento para que en el lienzo pudiera representar aproximaciones artísticas que no eran comunes para la mujer en esos momento.
“Las mujeres no pintaban desnudos, pero ella pintaba desnudos. Las mujeres no hacían crítica política y ella hacia una virulenta”, cuenta Bautista.
Sus hermanos eran muy críticos con sus desnudos “y ella lo que hacía era que le ponía unas sábanas de los desnudos”, no los borraba y se dedicó también a retratar múltiples rostros de una Medellín de “protuberantes diferencias sociales. Ella finalmente ni es la más feminista de puño en alto, pero hizo una rebeldía contra el canon de la pintura establecida”.
En el escenario, en el caso de Estrada, la idea de representar esas historias ha estado atada al valor que ha visto en sus protagonistas, ese que trae el “no tener miedo al fracaso” y como continuando una cadena que empezó con ellas en diferentes campos, “estas mujeres, en situaciones tan extremas como las que le tocó vivir, demostraron que fueron capaces de enfrentar esas dificultades y salir adelante por más difícil que fuera la situación”.
María Cano, quien defendía las ocho horas de trabajo, ocho horas de descanso y ocho horas de ocio para los trabajadores, muchas veces fue considerada como anormal por dedicarse a su labor, “mientras que si los señores hacían ese tipo de trabajo, en ellos era visto como algo natural”, enfatiza Bautista. “En María era absolutamente extraño. Ya cuando ella empieza a hacer su labor tenía 30 y pico de años, lo de ella irrumpía de una manera muy extraña en los sectores sociales altos”.