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Los tres rechazos a Marcel Proust: un siglo sin el autor de En busca del tiempo perdido

Los siete tomos de la ficción se publicaron entre 1913 y 1927.

  • Marcel Proust fue uno de los novelistas más importantes del siglo XX. Su obra amplió el espectro de la ficción literaria. FOTO: EFE
    Marcel Proust fue uno de los novelistas más importantes del siglo XX. Su obra amplió el espectro de la ficción literaria. FOTO: EFE

En el origen de los libros famosos suele haber anécdotas sabrosas. Mucho se ha hablado de la venta de los electrodomésticos de la casa en México de los García Barcha con el objetivo de reunir el dinero necesario para enviar el original de Cien años de soledad a las oficinas en Buenos Aires de la editorial Sudamericana. En el caso de la publicación de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust –cuya muerte ocurrió hace un siglo, el 18 de noviembre de 1922– también hay anécdotas pintorescas, tristes.

En el diciembre de 1912, Proust recibió en cuestión de pocos días las respuestas negativas de tres editoriales distintas a su propuesta de publicar el primer tomo de los siete que componen su obra magna. Las editoriales Fasquelle, Nouvelle Revue Française y Ollendorff le dijeron no al original de una de las ficciones importantes de la literatura francesa. Y los nombres de algunos de los responsables del rechazo han sobrevivido al paso del tiempo precisamente por no acoger la novela de Proust.

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El primer rechazo

Tras publicar algunos pasajes en las páginas de Le Figaro, Proust le envío Por el camino de Swann a Fasquelle. Allí Jacques Madeleine desaconsejó la publicación del libro. Madeleine fue un poeta menor que en vida tuvo alguna celebridad, pero dejó escapar la posibilidad de ser quien le diera el visto bueno a un libro que cambió la forma de escribir literatura. “Terminadas las setecientas doce páginas de este manuscrito, uno no tiene idea de qué trata”, escribió en su dictamen.

Proust nació el 10 de julio de 1871, en París. Hizo parte de la clase adinerada de la Francia de finales del siglo XIX: su padre fue el médico y político afamado Adrien Proust y su madre fue Jeanne Clemence Weil, descendiente de un exministro de Justicia. La fortuna familiar le permitió dedicarse por completo a los oficios de la literatura. Sin embargo, en un principio su carrera en las letras se limitó a colaboraciones esporádicas y a traducciones menores. La muerte de su madre en 1905 fue un hito en su vida: aunque tardó cuatro años en iniciar la escritura de En busca del tiempo perdido, el dolor de la orfandad alimentó de alguna manera la empresa escritural. Al menos eso insinuó Roland Barthes en la nota Los enigmas que encierra la obra cumbre de Marcel Proust.

El segundo rechazo

Con no poco humor, Alfred Humblot, director de Ollendorff, escribió un dictamen que deja muy clara la singularidad de la novela de Proust: “No comprendo cómo un señor puede emplear treinta páginas para describir cómo da vueltas y más vueltas en la cama antes de conciliar el sueño”.

El original de Por el camino de Swann tenía mil páginas y era apenas la primera parte de una serie de libros. Además, la prosa se Proust se extiende, adorna, adquiere ribetes de erudición. Las acciones no tienen prisa y los personajes van al ritmo que les depara una vida de lujos e introspección. Este es un ejemplo de una típica oración proustiana, tomado de la primera página de Por el camino de Swann: “Y media hora después despertábame la idea de que ya era hora de ir a buscar el sueño; quería dejar el libro, que se me figuraba tener aún entre las manos, y apagar de un soplo la luz; durante mi sueño no había cesado de reflexionar sobre lo recién leído, pero era muy particular el tono que tomaban esas reflexiones, porque me parecía que yo pasaba a convertirme en el tema de la obra, en una iglesia, en un cuarteto, en la rivalidad de Francisco I y Carlos V”. En busca del tiempo perdido exige del lector una disposición especial, una actitud particular.

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Proust vivió en la ambivalencia de la fortuna económica y la esterilidad artística, del cuidado de la madre y los amores clandestinos con los hombres. En 2019 se editaron en Francia unos relatos desconocidos del autor que dejan ver con claridad sus inclinaciones homosexuales. También buena parte de su vida cargó con el estigma de ser un dandi aficionado a la frivolidad y los chismes de salón, algo que también se dijo del poeta colombiano José Asunción Silva. A los 25 años, en 1896, Proust publicó Los placeres y los días, unos esbozos en los que la crítica no se fijó salvo para juzgarlos con severidad.

El tercer rechazo

El no más doloroso para Proust fue el que le dio Nouvelle Revue Française. Y no era para menos: era la editorial de André Gide, Paul Claudel, Francis Jammes, Jacques Copeau, la crema de la crema de la intelectualidad francesa del momento. Y fue Gidé quien ejerció el veto. En su momento dijo: “Nuestra editorial publica obras serias. Está fuera de discusión que se edite algo como esto, mera literatura de un dandi mundano”. Según las memorias de su asistente personal, Proust siempre creyó que Gidé rechazó el libro sin haberlo leído, movido por unos desencuentros del pasado. Sea esto cierto o no, una vez se publicó el tomo Gidé lamentó la decisión de darle un portazo al novelista más original de su generación.

La primera edición de Por los caminos de Swann fue financiada por el mismo Proust. De ahí en adelante el ciclo novelístico alcanzó el aplauso unánime de la crítica. Proust murió de neumonía y fue enterrado en Père Lachaise, el cementerio museo más importante de Europa. Los tomos finales de En busca del tiempo perdido fueron publicadas de manera póstuma.

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