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El arte como vacuna para la pandemia

El Banco de la República invitó a 130 artistas a crear dos obras, una propia y otra ajena, desde la empatía. Se exhibieron en sus casas.

  • Cada artista ideó dos obras desde sus casas: una propia y otra que sería asignada a otro artista de la iniciativa. FOTO cortesía banco de la república
    Cada artista ideó dos obras desde sus casas: una propia y otra que sería asignada a otro artista de la iniciativa. FOTO cortesía banco de la república
  • El arte como vacuna para la pandemia
  • El arte como vacuna para la pandemia
  • El arte como vacuna para la pandemia
  • Desde la ventana de su apartamento, Natalia Pérez compartió el anhelo de querer estar en dos lugares a la vez, Bogotá y Medellín, con una palmera como símbolo. FOTO cortesía banco de la república
    Desde la ventana de su apartamento, Natalia Pérez compartió el anhelo de querer estar en dos lugares a la vez, Bogotá y Medellín, con una palmera como símbolo. FOTO cortesía banco de la república
31 de agosto de 2020
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Sea para generar preguntas o respuestas, el arte contemporáneo generalmente hace reflexiones. El artista manizaleño Julián Mejía Villa, con lo que tenía en su casa, hizo una intervención sobre la coyuntura que vivimos debido al coronavirus. A partir de la idea de los trapos rojos, que se convirtieron en símbolo de necesidad y hambre, instaló dentro de la nevera un foco rojo. Cada vez que la abría, la nevera encendía esta “señal advertencia” y le recordaba que las cosas no estaban bien para todo el mundo.

En su cuenta de Instagram @4factorial, escribió con la imagen de su propuesta: “No quiero olvidar que la gente no come si no tiene plata. No quiero olvidar que el Estado dejó, deja y dejará morir de hambre a la gente. No quiero olvidar los trapos rojos en las fachadas. No quiero olvidar que el símbolo se transforma. No quiero olvidar que la rabia me hace actuar”.

Su trabajo hace parte de un proyecto nacional de exposición colectiva: Intercambios artísticos en época de pandemia que promueve el Banco de la República. La entidad convocó a 130 artistas del país para hacer creación nueva durante la emergencia sanitaria. Esta vez, el arte se exhibiría en sus propios espacios. “El proceso artístico muchas veces es muy cerrado e individualista... En esta ocasión quisimos buscar que se creara a partir de la empatía”, apunta María Wills, directora de la Unidad de Artes y otras Colecciones del Banco de la República.

Para ella, lo novedoso del proyecto es que el encierro permite una apertura creativa, emocional y empática en el sector de las artes del país. Además, era una oportunidad para apoyar al gremio.

La casa

Cada artista fue responsable de dos obras, una que él mismo creaba y otra que le proponía a alguien más –se hicieron 260 obras en total–. La artista plástica y docente de la Universidad Nacional, Natalia Pérez (@nataliaiperez), una de las participantes, recibió “instrucciones” de que debía buscar imágenes de su álbum familiar y proyectarlas en la fachada de su casa para contarles a los vecinos quién era. Decidió colgar una sábana en su balcón y proyectar imágenes de una palmera que había grabado desde su casa cuando vivió en Suba, Bogotá. En su apartamento de Medellín también tiene, casualmente, el mismo árbol al frente.

“A partir de la proyección, decidí juntar las dos ciudades, no sé si algún vecino lo vio o lo entendió, pero para mi esposo y para mí fue conmovedor. A veces uno quiere estar en dos partes, ahora no se puede salir; la intervención proyecta ese lugar que uno anhela estar”, comenta la autora. Desde afuera de su apartamento en La América, se veía su recuerdo de Bogotá y adentro de él se veía el velo de proyección, con Medellín traslúcido. Esta instalación la hizo dos días durante una hora cada noche.

Ese tipo de intercambios artísticos han sido la esencia de la muestra, porque han permitido establecer vínculos con el otro a partir de una ventana o una puerta, que se abría para reflexionar sobre temas como la resiliencia, la empatía, la coyuntura y el futuro.

Esa noción de interior/exterior la premeditó el grupo de siete curadores que dirige la muestra general en el país y sobre la que trabajó cada autor. “Hubo un interés por el espacio de la casa, se ha convertido en este momento en la mejor amiga y la peor enemiga, es un lugar de protección y miedo”, indica Melissa Aguilar, investigadora antioqueña que está a cargo de 19 artistas y dos colectivos de Medellín, Manizales, Pereira y Armenia.

“Uno ve que hay un panorama muy amplio que inquieta de todo esto. Fue un reto ver cómo ellos vinculaban esos espacios de la cotidianidad con lo que podían echar mano; no había forma de imprimir cosas ni salir, era una invitación a crear con lo que tenían”, apunta Aguilar.

Al estar confinados, entre las propuestas hubo mucho protagonismo de la casa y se buscó una conexión con vecinos. Para su segunda obra, Pérez tomó fotos a las aves que veía desde la ventana de su edificio y las imprimió en su casa con información cotejada del libro Aves del Valle de Aburrá, publicado por la Sociedad Antioqueña de Ornitología. A el carpintero habado, el canario costeño y la garcita del ganado les escribió la fecha de avistamiento y una corta descripción.

Sus hallazgos los repartió en hojas por debajo de la puerta de los vecinos del edificio con un mensaje en el que les recordaba la fauna que tenían en común y la propuesta de “entablar una conversación”. Dos vecinos le respondieron al correo electrónico, uno de ellos le envió las fotos de atardeceres y otra le mandó una foto de pájaros que se animó a capturar. Otros, con ayuda del portero, la buscaron para agradecerle por el gesto, estaban conmovidos; hablaron del momento distante que vivían y siguieron en contacto.

Ana Catalina Escobar Arango (@ana_escobar_ana), licenciada en Artes Plásticas, define la actualidad que ha vivido por más de cinco meses como de mutación, incertidumbre y azar. Su propuesta fue un jardín incierto: “Estamos bombardeados todo el tiempo de información, no se sabe muy bien del futuro. Los jardines me conectan con lo elemental, con lo que creo y puedo controlar”, comenta. Para ella, la conexión con las plantas es una forma de catarsis contra el miedo que de alguna forma tranquiliza.

A principios de este mes hizo una intervención efímera, una acción espontánea en frente de su casa taller, en el barrio Prado. Colgó en la fachada un jardín de tréboles sembrados en macetas de plástico y aluminio recicladas. Les regalaba un ejemplar a las personas que pasaban: “La gente les da características a las plantas, como sucede con el quereme, el seguime o los cactus. Le decía a cada transeúnte que eran tréboles porque quería regalar suerte en medio de la incertidumbre”, relata. Algo así sucede cuando se siembra, nadie sabe si va a morir o vivir, dice la artista, una situación que se asimila a la que condujo la amenaza del coronavirus.

Las 260 obras hacen parte de una puesta en escena singular en Colombia. No se exhiben en simultáneo, tampoco en galerías ni museos, están en las fachadas, ventanas y puertas, algunas permanentes y otras efímeras. Todas en la intimidad de sus casas, ese lugar que protege a la vez que despierta incertidumbres.

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