Hace 94 años el escritor austriaco Robert Musil proclamó que en este mundo no había nada más invisible que un monumento. Una denuncia sobre el excesivo uso de estatuas y bustos para instaurar una memoria hecha a medida, según explica Iván Gallego, del Centro de Investigaciones del Patrimonio Cultural del Externado.
La falta de identificación de la sociedad frente a esos símbolos se convirtió en progresivo rechazo después de la Segunda Guerra Mundial. “Los monumentos fueron concebidos para erigirse de manera hegemónica, para ensalzar el heroísmo e imponer indefinidamente el triunfo de unos sobre otros. Después de lo que vivió la humanidad en la Segunda Guerra no era posible hablar de heroísmos ni aceptar una memoria jerarquizada”, expone.
Hoy, la ola de confrontaciones alrededor de monumentos en Europa, Estados Unidos y Latinoamérica demuestra que están lejos de ser los invisibles elementos ornamentales que señalaba Musil. En Europa han caído estatuas de reyes, como la de Leopoldo II en Bélgica, responsable del genocidio congoleño; en Reino Unido cayeron monumentos de esclavistas; en Estados Unidos han derribado cientos de símbolos confederados y de colonizadores, tal como ocurrió en México.
Durante las protestas de 2020 y 2021 en Colombia fueron derribados monumentos de Misael Pastrana, Diego de Ospina y Medinilla, Sebastián de Belalcázar, Simón Bolívar, Antonio Nariño, Gonzalo Giménez de Quesada, Julio Arboleda Pombo y Gilberto Alzate Avendaño.
Esta semana el debate en torno a los monumentos conmemorativos, el patrimonio colectivo y el espacio público tuvo otro momento álgido por cuenta de la demolición del monumento a los Héroes en Bogotá, en lo que opositores a la alcaldía de Claudia López vieron un gesto político, pero que ya había sido acordada desde 2019 como parte de las obras para dar paso al metro.
Fabio Zambrano, director del Instituto de Estudios Urbanos, advierte que, aunque incómodo y complejo, la revisión de la historia en torno a estos símbolos no desaparecerá, pues en esencia es la huella que están dejando las nuevas generaciones y minorías en busca de su identidad y de una memoria histórica más amplia.
¿Qué hacer entonces? Ni en Colombia ni en el exterior hay consenso al respecto. Las opciones que contempla el debate abarcan desde la posibilidad de avalar la remoción de monumentos que agredan a poblaciones y grupos específicos, como los esclavistas o conquistadores; pasando por la opción de intervenir y resignificarlos o crear nuevos símbolos de memoria.
En lo que sí parece haber puntos de encuentro es en la necesidad de evitar estigmatizaciones, juicios simplistas y tratar de entender en su totalidad el contexto de cada hecho. Tras el derribo de la estatua de Belalcázar en Popayán, hace justo un año por parte del pueblo Misak, 633 expertos de diversos campos, unidos en una iniciativa del Externado, rechazaron las amenazas y racismo contra los Misak y pidieron que estos hechos sean la puerta para comprender de una manera más amplia la historia del país. A continuación algunas reflexiones alrededor de los monumentos que cayeron, los que siguen en pie y los que se levantan