No hay fecha clara, pero desde hace varios años los políticos le subieron el tono al debate y les bajaron altura a sus posiciones. Frases desentonadas como “usted es un hombre cobarde que no tiene sentido de la humanidad” o “presidente, ¡amárrese los pantalones!”, han hecho carrera en Colombia, atizando una polarización que a nadie le sirve.
El Congreso de la República, un foro, una declaración en medios de comunicación y hasta un comentario en redes sociales, se convirtieron en tribunas para decir de todo, en muchos casos frases explosivas e incendiarias que poco aportan para solucionar las diferencias.
Sociólogos, politólogos y hasta los mismos protagonistas de las expresiones aseguran que el lenguaje salido de casillas divide al país, sobre todo cuando se debaten asuntos relevantes como la paz, la salud y el paramilitarismo, por mencionar algunos temas. Pero el ambiente se caldea cuando los argumentos se vuelven “personales”, dejando en un segundo lugar los verdaderos debates responsables que requiere Colombia como sociedad.
Palabras que dividen
Para el experto en sociolingüística, docente e investigador de la Universidad de la Sabana, Mariano Lozano, el uso de palabras incendiarias por parte de los políticos y de funcionarios públicos evidencia cómo se ha perdido lo esencial dentro de los valores de una sociedad.
“Cuando se trata de personas que representan a comunidades y pueblos, lo primero que se les pide es que sean respetuosos en el trato. Ellos se constituyen en referentes de uso, referentes lingüísticos de sus seguidores”, dice.
Añade que cada palabra lleva consigo la intención comunicativa del hablante y que detrás de esas frases que aparentemente no tienen fuerza violenta, logran su cometido que es “polarizar a través de esos elementos lingüísticos o dividir a la opinión pública”, expone el experto.
Al ser referentes públicos, la comunidad ha aceptado poco a poco aquellos insultos y malos tratos llegando a verlos como normales. Además, las redes sociales como Facebook y Twitter hacen más fácil esta conducta de los políticos, sin medir la responsabilidad de sus comentarios.
Así lo cree Juan Carlos Escobar, magíster en ciencias políticas de la Universidad de Antioquia, quien indica que muchas veces la velocidad del medio hace que primero el funcionario envíe el mensaje y luego reflexione sobre el mismo.
Igualmente, sostiene que los debates que hay en los modelos democráticos, es decir, discrepancias entre gobierno y oposición son sanos, pero cuando hay intereses “guerreristas o la intención de respaldar la toma de armas, las cosas cambian y es necesario mirar los límites”.
Recuerda que el uso de este lenguaje fuerte tiene antecedentes nefastos en la historia del país, como lo ocurrido con Jorge Eliécer Gaitán, quien usaba la frase “a la carga” o la palabra oligarquía, mientras que Laureano Gómez le respondía con vocabulario agreste y hablaba de “restauración moral”.
“De esa manera era como la violencia que se daba en los campos tenía su combustible en la ciudad, con los discursos de líderes políticos, todo esto desencadenó en la denominada época de la violencia”, añade el politólogo.
Escobar esboza que ahora se nota más el uso de lenguaje explosivo y caldeado, ya que hay más focos de difusión, existen más partidos políticos y cada uno tiene personajes que incendian la vida política nacional con sus expresiones.
“Deben entender que son funcionarios públicos y que las cosas que dicen pueden incitar a asuntos que pueden llevar a confrontaciones en otros escenarios”, concluye.