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Machuca se reconstruye sobre las propias cenizas

Ante la poca presencia del Estado, los habitantes de ese corregimiento han buscado fórmulas para resistir. Siguen esperando que el ELN pida perdón.

  • María Cecilia Mosquera recibe consuelo, ella perdió a sus tres pequeños y a su esposo durante la masacre. FOTO Manuel Saldarriaga
    María Cecilia Mosquera recibe consuelo, ella perdió a sus tres pequeños y a su esposo durante la masacre. FOTO Manuel Saldarriaga
Machuca: 20 años de tragedia y de promesas incumplidas
23 de octubre de 2018
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En Machuca han tenido que curarse solos. El abrazo solidario del vecino, la palabra de aliento del párroco, el trabajo hombro a hombro de las comunidades negras y campesinas les ha permitido resurgir después de la masacre que hace 20 años les arrancó a 84 de los suyos.

Sobre las cicatrices que les quedaron en el cuerpo a 30 sobrevivientes del incendio provocado por el Eln, cuando voló el Oleoducto Central el 18 de octubre de 1998, los habitantes de Machuca, como cariñosamente llaman al corregimiento de Fraguas, en Segovia, Nordeste antioqueño, han construido su discurso de resistencia: “Aquí estamos y aquí nos quedamos, aunque nos hagan ir tantas veces”, dice la corregidora Carmen Ramírez, quien ha escuchado esta sentencia cuando los habitantes, que han salido corriendo por lo menos tres veces en las últimas dos décadas a causa de la guerra, siempre han regresado.

Cada que alguno logra hacer un negocio, recoger algún dinero, incluso si a alguien le llega una indemnización administrativa por ser víctima del conflicto armado, invierte ese dinero en mejorar Machuca: ponen más bonitas sus casas, mejoran sus negocios, montan un hospedaje o una estación de servicios. En 20 años, asegura Ramírez, la misma gente ha hecho que Fraguas crezca y tenga otra cara.

Lo que de boca en boca recorre el pueblo, justo por estos días que visitantes de todo el país caminan sus calles al cumplirse 20 años de la masacre, sea bajo el título de funcionario, periodista, militar, policía o presidente de la República, es que la emisora ayudó a sanar las heridas.

“Solo seis meses después de la tragedia abrimos la emisora, porque en este pueblo todo el mundo se enteraba de las noticias por megáfono. Pensamos entonces que si hubiéramos tenido una emisora mucha gente se habría enterado de lo que estaba ocurriendo. Tal vez se hubieran podido salvar más vidas”, recuerda Maribel Agualimpia, sobreviviente de la masacre y directora de Machuca Estéreo.

Así que los habitantes de Fraguas llamaban a la radio para recordar, al aire, a sus muertos, contaban anécdotas de quienes ya no estaban en medio de ellos, y así, poco a poco, lograron reponerse.

La masacre

Pasada la media noche de ese remoto sábado, en 1998, una explosión despertó a quienes habían conciliado el sueño. Los demás andaban de parranda en las cantinas de la calle principal.

Guerrilleros de la Compañía Cimarrón del Eln rompieron el tubo del Oleoducto Central en un cerro cercano al caserío, minutos más tarde, volaron el puente colgante de Machuca. El río Pocuné que traía el combustible derramado y el fuego caído del puente cruzaron caminos, ese fue el detonante que terminó calcinando el Barrio Nuevo.

“Era una bola de fuego del fin del mundo”, asegura un hombre maduro a quien todo el mundo llama Simón, pero que de antemano dice que ese no es su nombre, que en Machuca todos se conocen por el apodo. Y en eso concuerda doña Nury, quien perdió a su esposo esa madrugada: “¿Para qué corremos, si esta candela viene del cielo? Esto no es de esta tierra, esto es que se acabó el mundo”, recuerda que les decía a sus pequeños hijos.

Simón se dedicó esa madrugada a salvar gente. El barrio frente a su casa se iba volviendo cenizas en sus narices y el rescate de sus vecinos, los amigos de toda la vida, se complicaba cada segundo. Lo impactaba ver cómo el fuego calcinaba las extremidades del cuerpo con tanta facilidad, cómo los párpados y los labios eran las primeras partes del rostro en consumirse y el olor de carne quemada se le quedó impregnado toda la vida. Todo olía al fin del mundo.

Simón, y el resto de habitantes que estaban ilesos, fueron recogiendo a los heridos ubicándolos en un planchón en la calle principal. A oscuras, porque la electricidad falló, los iban poniendo en hileras esperando a que llegara el auxilio desde el cielo, porque por el mal estado de la carretera no podía ser de otro modo.

La teniente Claudia Cruz, médica de la XIV Brigada del Ejército, llegó en el primer contingente para atender la emergencia. “Nos avisaron en la madrugada y finalmente salimos en el helicóptero como a las 4:30 de la mañana, llegamos a las 5:00. Lo que hacíamos era estabilizarlos, se canalizaban, se les ponía antibiótico, se les hacía la curación inicial de las heridas, se cubrían y esperábamos que llegaran los helicópteros ya para la evacuación a Medellín donde los iban a atender finalmente”.

Las aeronaves de la Cruz Roja y de la Gobernación llegaron sobre las 10:00 a.m.

Jaqueline Duque, comunicadora de la Gobernación de Antioquia, iba en uno de ellos. Vio el desastre, escuchó los lamentos de quienes no soportaban el dolor de las quemaduras y de quienes habían perdido a todos sus familiares. “Fue algo muy impactante, pero había que actuar muy rápido, era necesario evacuar a los heridos porque de la rapidez con que se hiciera dependía cuántos lográbamos salvar”. Así que el dolor que contuvo aquel día la acompañó en silencio por muchos años, hasta que en una capacitación de su trabajo, un ejercicio vivencial frente a la muerte, rompió en llanto y descubrió que nunca había llorado por Machuca.
La responsabilidad del Eln

En principio el Eln negó su responsabilidad. Era un momento importante para la insurgencia porque empezaba a avizorarse una posibilidad de negociar la paz con el gobierno de Andrés Pastrana. Así que un golpe de opinión tan duro, que los mostrara capaces de asesinar a 84 personas indefensas y dejar a otras 30 heridas, era mortal para ese objetivo.

Sin embargo, las pruebas eran muy contundentes. Los habitantes de Machuca sabían de las prácticas frecuentes de esa guerrilla de dinamitar el oleoducto y así lo denunciaron públicamente. Un mes después Nicolás Rodríguez Bautista, alias “Gabino”, máximo comandante del Eln, reconoció en una entrevista la actuación de sus hombres.

“Fue un error grave de los compañeros que ejecutaron la acción en cuanto a que se equivocaron en la apreciación de las consecuencias que podía ocasionar el derrame del crudo”, expresó “Gabino” en entrevista con el noticiero de televisión En Vivo 9:30.

El comandante “Felipe Torres” era el vocero del Eln, y hoy, desde la legalidad y convertido en gestor de paz, bajo su nombre verdadero, Carlos Arturo Velandia, cuenta que querían que se abriera la tierra y se los tragara.

“Esto era un contrasentido, no entendíamos por qué cuando habíamos avanzado tanto, una estructura de manera inconsulta hace un atentado de esta índole con el resultado que ya se conoce. Esto cayó en las filas del Eln no solo como un baldado del agua fría a todo el tema de la paz, sino que fue un golpe moral muy fuerte, puedo asegurar que los militantes se sintieron muy golpeados porque fue algo que no se buscó, nunca se quiso hacer ese daño”.

Pese a reconocer su error, del Eln nadie ha ido a Machuca a pedir perdón, y eso es algo que les duele a sus habitantes. “El perdón no se pide en comunicados, se da la cara y se explica por qué pasaron las cosas. Cuando lo hagan cada uno de nosotros mirará si en su corazón hay perdón para dar”, advierte Agualimpia.

20 años no es nada

En la víspera de la conmemoración de los 20 años de la masacre, María Cecilia Mosquera estaba nerviosa. Corría de un lado al otro del pueblo, recibía instrucciones allí y las daba allá. Cuando cayó la tarde se sentó en la oficina de la inspectora de Policía para que algunas funcionarias del Estado le ayudaran con el discurso que diría al día siguiente frente al presidente Iván Duque. No era el primer mandatario con el que hablaba, pero de todas formas estaba ansiosa.

EL COLOMBIANO le pidió una entrevista, porque Mosquera es el emblema de esa masacre, las imágenes de sus brazos cicatrizados le han dado la vuelta al mundo, en especial porque habló con el Papa Francisco en nombre de las víctimas de Colombia, pero no quiso conversar. “¿Para qué hablar? He dado cientos de entrevistas y eso no ha servido de nada, aquí seguimos en las mismas. Todos ustedes vienen cada aniversario, luego se van y nos dejan solos”, reclamó. Y es verdad.

No solo los medios de comunicación, los funcionarios, desde presidentes de la República hasta alcaldes han llenado a Machuca de promesas que no cumplieron jamás.

La Corporación Antioquia Presente, la Gobernación de Antioquia y Ocensa (filial de Ecopetrol operadora del oleoducto) construyeron casas para quienes lo perdieron todo, pero no hubo amoblamiento y la calidad, según dicen los habitantes, no es la mejor.

De acuerdo con cifras de la Unidad para las Víctimas, se ha invertido $17.793 millones en reparación individual y ayuda humanitaria a sobrevivientes del conflicto en el municipio de Segovia, pero no hay una cifra desagregada para Fraguas. Las víctimas aseguran que ni la mitad ha sido indemnizada todavía.

Ademas, la Unidad les reconoció dos sujetos de reparación colectiva, uno para campesinos y otro que agrupa a tres consejos comunitarios afrodescendientes, pero apenas están en el diagnóstico del daño; es decir, faltan muchos años para materializar los proyectos.

Sin embargo, el presidente Duque prometió $6.000 millones para agilizar las reparaciones y con recursos de Ocensa la construcción de un parque infantil, en un pueblo en el cual los niños no tienen dónde jugar. “Que esta comunidad sienta el afecto del Presidente de la República, pero no solo a título personal sino de todo un país”, les dijo el mandatario.

“No pasarán otros 20 años en Machuca llenos de promesas”, expresó antes del evento el director de la Unidad para las Víctimas en Antioquia, Wilson Córdoba.

Sin embargo, las necesidades de ese corregimiento son tantas que esos miles de millones prometidos serían solo paños de agua tibia. Tienen un acueducto pero sin conexión; la vía está en muy malas condiciones; tienen una ambulancia que utilizan como centro de salud, pero no hay médico, aunque allí viven 4.300 habitantes.

En Machuca el dolor de lo que perdieron los acompaña todavía y las promesas rotas los hacen sentir solos, olvidados. Son 20 años de una herida abierta que ellos solos han tratado de sanar, pero que les ha dado la fortaleza para reconstruir a Machuca desde sus propias cenizas.

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