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La confudieron con alias Karina y estuvo presa: “Fui un falso positivo”

Camila Úsuga estuvo más de 1 año en Bellavista tras ser detenida en un operativo en Dabeiba, en el 2000. No se parece físicamente a la exFarc. ¿Por qué fue a la cárcel?

  • La confudieron con alias Karina y estuvo presa: “Fui un falso positivo”
  • Foto Julio César Herrera
    Foto Julio César Herrera

El 4 de noviembre de 2000, en un operativo que parecía la grabación de una película, Camila Úsuga Vásquez fue capturada en su propia casa en Dabeiba, Antioquia. Esa mañana, agentes del CTI y miembros de la Policía y el Ejército entraron por el techo y la puerta principal de la vivienda y la esposaron frente a su mamá. Escoltada, y ante la mirada de sus amigos y vecinos, fue llevada a la cancha del pueblo donde la esperaba un helicóptero que 20 minutos después aterrizó en Medellín.

Así fue el comienzo de los días más oscuros de Camila en sus 41 años. La capturaron porque, supuestamente, era Elda Neyis Mosquera, alias Karina, la sanguinaria excomandante del los frentes 9 y 47 de las Farc, una de las caras más violentas de la extinta guerrilla: solo a ella se le atribuyen, por lo menos, 1.932 víctimas directas en todo el país.

A Camila la detuvieron porque creían que era Karina y debía rendir cuentas por, supuestamente, haber asesinado con un arma AK-47 a dos policías y 17 soldados en el parque principal de Dabeiba, un mes antes de la captura. También le atribuyeron ser la responsable del derribamiento de un helicóptero en el que iban 15 soldados a bordo. La primera semana en esta ciudad que nunca había pisado transcurrió en audiencias y encerrada en un calabozo.

A la semana siguiente durmió en la cárcel Bellavista. “No hicieron un enfoque de género y me llevaron para Bellavista. Karina y yo somos muy distintas, ella es mujer, afro y con una de sus vistas mala; yo soy mujer trans, blanca y en ese entonces con el cabello muy largo. Somos muy diferentes la una de la otra, ellos simplemente por falso positivo dijeron cojamos a esta y ya”, dice Camila.

Las esperanzas de salir de prisión eran prácticamente nulas, por su mente solo pasaba que su futuro era estar tras la rejas. Según la Justicia, debía pagar 60 años de condena por ser una terrorista. Pensar en eso la atormentaba, lloraba mucho, casi todas las noches. Intentó seguir estudiando porque cuando la capturaron cursaba grado séptimo, pero no pudo, no tenía cabeza ni ánimos para hacerlo. Más tarde y para distraerse en algo decidió meterse a clases de peluquería donde aprendió a coger las tijeras y la máquina. Se convirtió en la encargada de motilar a los internos del patio 1 conocido como la “Guyana”, a quienes les cobraba 2.000 pesos para poder comprar sus implementos de aseo, esos que al principio fueron escasos en su celda.

“Una de las mayores secuelas que me quedó fue en mi dentadura, que se me descuidó mucho. Como no tenía útiles de aseo ni nada, mis dientes fueron los que más sufrieron, no tenía a nadie que me visitara y me llevara un cepillo de dientes, una crema dental o un jabón para bañarme”.

Pero ese infierno llegó a su fin el 25 de enero de 2002. Tras 15 meses en la cárcel, Camila quedó libre luego de tener tres abogados de oficio y de ser citada a varias diligencias judiciales en las que nadie le creía que no era la sanguinaria guerrillera, pese a que no se parecen en nada. Solo hasta que un abogado cercano a su familia tomó el caso, se conocieron pruebas y testimonios que ratificaron que el día de la matanza en el parque principal de Dabeiba ella no estaba allí y que por obvias razones no era alias Karina, la exguerrillera que en ese momento seguía delinquiendo en las montañas de Antioquia.

“Esta es la hora que no sé por qué me confundieron. Por falta de conocimiento no demandé al Estado colombiano y en el 2004, cuando quise hacerlo, me dijeron que los términos se habían vencido porque el tiempo máximo para hacerlo eran dos años y se habían acabado de cumplir. A mí el Estado nunca me ha pedido perdón y quiero que lo hagan en público los policías, los del CTI de la Fiscalía y el Ejército, porque los tres fueron los que entraron a mi casa y me sacaron esposada”, dice.

Otro capítulo

El horror de la guerra ha irrumpido varias veces a Camila. Su hermano mayor fue asesinado por las milicias de las Farc siete meses antes de ella ser capturada; su hermana Karen, a los 12 años, quedó en medio de una balacera del Ejército y las Farc, cuando viajaba en un bus de Mutatá a Dabeiba: recibió dos impactos de bala en la clavícula; y su hermano menor, Juan, fue reclutado por las Farc, en 2001 y hoy continúa reportado como persona desaparecida.

“Aunque tenía mucho temor, por los días del Acuerdo de Paz fui a la zona veredal de Llano Grande en Dabeiba con la foto de mi hermano Juan para abordar al comandante alias Moisés, quien aceptó que lo había asesinado alias Águila Negra, me mostró que lo habían enterrado en la montaña del frente, en la raíz de un árbol, en una finca que se llama Las Claritas. Me dijo que podía estar solo o con otras personas, que lo habían matado después de un consejo de guerra porque se iba a volar del campamento”, cuenta.

Agrega que en Antioquia es la primera mujer trans que ha declarado por desaparición forzada en la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD) por el caso de su hermano. “Como mis padres son de edad tan avanzada, soy yo la que anda en todos esos procesos porque quiero que el día que mi mamá se vaya, lo haga tranquila. La pandemia retrasó todo porque el contacto que nos iba a llevar hasta el punto exacto se perdió”.

Ayudar a la población víctima del conflicto armado es lo que la mueve. Hace parte de la Mesa de Víctimas de Bello; entre 2017 y 2019 fue la representante Lgbti de Antioquia en la Mesa de Víctimas; acompaña al colectivo Tejiendo Memorias que trabaja por las víctimas de ejecuciones extrajudiciales y en la Comisión de la Verdad participó en el informe final con su historia en el capítulo Mi cuerpo es la verdad. Experiencia de mujeres y de personas Lgbtiq+ en el conflicto armado. (Ver foto)

En la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) está en el caso 03 y 04, y ha asistido a varias audiencias en Bogotá para escuchar a los comparecientes de las Farc y los militares. Fue de las primeras en conocer lo ocurrido en el cementerio Las Mercedes de Dabeiba donde la JEP habría descubierto la más grande fosa común de falsos positivos en Colombia: “Asistí para conocer cuáles fueron mis victimarios cuando me cogieron como un falso positivo”.

Un renacer

Desde hace 16 años Camila vive en la vereda Granizal del municipio de Bello. Un asentamiento donde las calles están en mal estado, no hay agua potable (se debe comprar en bolsas a 3.000 pesos) y tampoco hay un centro de salud cercano. Su casa queda en la punta de la montaña, está junto a un pino que parece un árbol de navidad.

“Yo misma construí mi casa cargando los palos de los árboles del Parque Arví, la vereda El Tambo de Santa Elena y la represa Piedras Blancas. Con la indemnización de la Unidad para la Atención y Reparación Integral a las Víctimas compré adobes y material, y la reformé”.

Sus mamá, Edelmira Vásquez, y su papá, Ramón Eduardo Úsuga, todavía están vivos, ambos tienen alrededor de 80 años y siguen en el pueblo. La última vez que los visitó fue hace dos años.

En el 2016, Camila validó el bachillerato: estudió todos los domingos en el Colegio San Nicolás del barrio Zamora. Y no para porque es muy inquieta: quiere postularse a una beca para estudiar Derecho y ser una excelente abogada.

“Hoy me siento una mujer fuerte y empoderada debido a las capacitaciones y los espacios de las organizaciones en las que he participado, siento que tengo más formación y herramientas para poderme expresar y dialogar para pedir mis derechos y los de las demás personas, porque yo trabajo es por la población Lgbti, las víctimas del conflicto armado, los adultos mayores, las personas discapacitadas, los indígenas y los afros”.

En la Defensoría del Pueblo de Granizal es voluntaria: le colabora a sus vecinos en temas jurídicos, les ayuda a elaborar los derechos de petición y tutelas, a encontrar las rutas para reclamar las ayudas por parte del Gobierno. En el sector también fundó un colectivo llamado Las Mariposas del que hacen parte más de 20 integrantes de la población Lgbtiq. “Por mi confianza muchos han salido del clóset, les di esa fuerza para que se reconozcan”.

Su oficio de estilista no lo ha dejado. En su casa montó su propia peluquería: hay una silla, un tocador, varias tijeras y máquinas para cortar cabello. Sus vecinos son sus clientes. “Mi arte es ser estilista y me da risa porque la gente me dice que sí estudié en La Mariela y cuando les digo que no, que fue en Bellavista, se quedan sorprendidos porque suena como un chiste, pero es la verdad”, dice Camil.a

Juan Alcaraz

Periodista. Hago preguntas para entender la realidad. Curioso, muy curioso. Creo en el poder de las historias para intentar comprender la vida.

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