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7 y 9
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Parece una cifra de mal augurio, un designio de la mala suerte: 13 meses. Ese es el tiempo en que las bancas del Atanasio Girardot, bajo la intemperie, han esperado infructuosamente el día en que vuelva el público.
Palideciendo ante la furia del sol, o bajo una lluvia paciente, han escuchado, lejanos, los gritos de gol que antes las estremecieron. Lo mismo pasa en el centro de eventos La Macarena, frente al río indómito que hace poco se desbordó. Sus tribunas, que en 2019 recibieron a 500.000 personas, permanecen frías, ignorando la razón de su soledad. Y la escena se repite. En Plaza Mayor, la babel de Medellín, se dejaron de realizar 327 eventos en 2020. Este es el panorama de una ciudad que se quedó sin eventos masivos.
Esta historia comienza en las afueras del Atanasio. Allí, desde hace 55 años, Belarmino Ortiz vende prendas deportivas. Frisa los 81 años y su piel, apergaminada por el paso del tiempo, advierte las secuelas de una vida ruda. Nació en Ebéjico y llegó a Medellín muy joven. En 1965 0 1966, no recuerda bien, comenzó a vender viseras en los partidos de fútbol. Terminaba la mercancía y, corriendo, se metía al estadio, sin importar si jugaba Nacional o Medellín.
Recuerda aquellos años como un remanso de paz. Dice que debajo de una ceiba —que todavía está en pie— tomaba aguardiente con hinchas de ambos equipos. Una vez, comenta para ilustrar aquella época, olvidó qué equipo jugaba. De su casa salió con la camiseta de Medellín y, una vez llegó al estadio, se dio cuenta que el partido era de Nacional. “Entré con la camiseta de Medellín y con una bandera de Nacional. A nadie le pareció raro ni me volteó a mirar. Eran otros tiempos”, comenta.
Ahora trabaja en uno de los 298 módulos que ocupan los venteros en las afueras del Atanasio. En un domingo de fútbol, cuando las familias llegaban al estadio, podía vender hasta $1 millón. Camisetas, gorras y cornetas rodaban de sus manos hacia las de los hinchas. Pero hoy, después de 13 meses sin fútbol con público, agradece cuando vende una camiseta en un día. “La cosa está durísima. Hay días en que no vendo un peso. Si no fuera por mi familia, estaría aguantando hambre”, relata.
Álex Ramírez, presidente del comité de la Red de Venteros del Estadio, comenta que de los 298 módulos solo hay 186 funcionando. Y, de ellos, 70 están quebrados, sin plante y sin productos. “Llevamos 13 meses sin ingresos. Desde el 7 de marzo de 2020, cuando Medellín le ganó a Millonarios, hemos estado sufriendo”, expone. Y a paso seguido, con voz acoquinada, dice que han hecho lo posible por “reinventarse”. El año pasado, todavía incautos sobre el futuro, decoraron los locales para la Copa América. El de Álex se adornó con los colores de Argentina. Pero la Copa América nunca se jugó y las ansias de reactivación se diluyeron.
En diciembre tuvieron otro plan. Para atraer turismo, hicieron gestiones y consiguieron un alumbrado. Aunque fue insuficiente para el enorme espacio, lo instalaron. Pero cayó otra desgracia: “En diciembre nos cerraron y no pudimos reactivarnos. También pensamos hacer pesebres, invitar a la gente. Las cosas no se dieron por culpa de esta pandemia”.
Sabiendo que el fútbol con público no va a retornar pronto, decidieron crear algunos emprendimientos. Aunque todavía no han pelechado, es la única opción para salir adelante. Entre las ideas está vender salpicón por Internet, instalar paneles solares para ahorrar energía y construir una plataforma que ofrezca comida rápida. “Otra apuesta es que la administración le haga mantenimiento a estos módulos, pues desde 2010, cuando los construyeron, están iguales. Nosotros podemos ser la mano de obra”, señala Álex. Y añade que la propuesta se la enviaron al Inder, de donde esperan respuesta.
Pero, si afuera del estadio llueve, adentro tampoco escampa. Helber Restrepo es el presidente de la Asociación de Venteros y Arrendatarios del Atanasio Girardot. Es decir, los que venden puertas adentro en los partidos. “Ahora nos la estamos rebuscando. Muchos hemos tenido que salir a la calle a vender aguacates o lo que sea. Esperamos el día en que vuelva público al estadio”, expresa Restrepo.
Belarmino, con sus casi 81 años a cuestas, dice que prefiere no estresarse. Se pasa los días en su local, con calma, viendo películas o escuchando la radio. “Aunque la situación es preocupante, vivo con tranquilidad. En algún momento volverá el público. Mientras tanto, esperar”, concluye.
***
Corría el año de 1928 y en Medellín había una pasión que unía a las clases sociales: las corridas de toros. Gracias a esta afición y al creciente público, se tomó la decisión de construir una plaza de toros que reemplazara al Circo España. Así fue como en Otrabanda, con planos del arquitecto Félix Mejía Arango, se dio inicio a la construcción. Pero muy pronto llegó la crisis del 29 y la plaza solo pudo ser terminada en 1944.
La Macarena fue el lugar de encuentro de los amantes de las corridas todo el resto de siglo. En 1991, sin embargo, la violencia que azotaba la ciudad se ensañó con ella. Un carrobomba estalló a sus afueras. Eran las 6:10 de la tarde cuando 200 kilos de explosivos dejaron 17 muertos y más de 60 heridos.
Pero La Macarena renació con el nuevo siglo. Fue remodelada, cambió su apellido a centro de espectáculos y amplió su aforo a 12.000 personas. Con los años, la pasión por las corridas decayó y eso llevó a la desintegración de Cormacarena, la entidad que administraba la plaza. Así, en diciembre de 2018, la empresa de eventos Dgroup se quedó con el 51 % de La Macarena.
Desde eso son los administradores. Ricardo Peláez, CEO de esa empresa, reconoce que hoy están “completamente inoperativos”. En 2019 entraron cerca de 500.000 personas a los conciertos y eventos realizados en La Macarena. Ya van 13 meses sin público y Dgruop ha sentido las consecuencias. Aunque el CEO no entró en detalles, comentó que el personal de la compañía ha disminuido, pero han tratado de mantener la mayor cantidad de empleos posible. “Ha sido uno de los momentos más difíciles de la compañía, pero nos ha servido para profundizar más en nuestro propósito, unirnos, fortalecer las relaciones con empleados, proveedores y accionistas. A pesar de todo, mantenemos las esperanzas y el optimismo”, dice Peláez.
Remata que están a la espera de autorización para realizar eventos en La Macarena. Por ahora, dice, se están manteniendo con campañas de mercadeo y el hotel Park 10, que pertenece a la compañía. “Estamos a la espera de poder reagendar los eventos que aplazaron y con la intención de captar algunos nuevos”, concluye.
***
Juan Carlos Tirado es dueño de la cadena hotelera EE. Antes de la pandemia tenía 200 empleados. En el peor momento, su personal se redujo a 103 personas. Pero la reapertura, aunque lenta, le ha ayudado a aumentar a 133 sus trabajadores. EE es víctima de la pandemia: el año pasado se cancelaron o aplazaron 327 eventos en Plaza Mayor, lo que redujo el turismo en la ciudad. “Antes, el 60 % de nuestros visitantes venían a eventos o negocios. Perdimos ese público y ahora tenemos que buscar estrategias. La más viable es apuntarle al turismo regional”, dice Tirado.
Plaza Mayor también ha sentido esa ausencia. El año pasado dejó de recibir $22.000 millones. “La contingencia de la covid-19 no ha puesto freno al deseo de llevar a cabo eventos de talla mundial, es así como día a día se trabaja en la agenda de eventos para 2021, con el firme propósito de generar experiencias memorables y oportunidades para el desarrollo de la ciudad – región”, dijo Víctor Zapata, gerente de Plaza Mayor. El centro de convenciones, además, recibió hace poco el sello “Check In Certificado” que da el Icontec y lo acredita como centro de eventos.
Los hoteleros como Tirado también siguen haciéndole frente a la crisis. “Hemos hecho eventos híbridos, con una parte virtual y otra presencial. No es lo mismo, pero eso nos ha permitido mantenernos. Nos tenemos que adaptar a los eventos de esta nueva manera”, cuenta el dueño de EE.
Tirado es obstinado y persiste. Dice que “no puede darse por vencido”. Con tozudez, y con amor por el oficio, busca salidas a la crisis provocada por la falta de eventos. Incluso, ha encontrado soluciones en la raíz de los problemas más complicados.
Así sucedió con el encierro obligado de los últimos fines de semana. Este le abrió la puerta a un nuevo público: las personas que quieren cambiar de ambiente. “Viene gente de la ciudad y se encierra en el hotel. Leen, comen bien, cambian de ambiente”, advierte Tirado.
Sandra Restrepo, directora ejecutiva de Cotelco Capítulo Antioquia, complementa: “La ocupación hotelera en marzo subió a 42 %. Sin eventos, quiere decir que aumentó el turismo local. Una buena idea es ofrecer noches románticas o planes de fin de semana”.
Ya son 13 meses y la ciudad siente la ausencia de los eventos masivos. Sus habitantes y quienes trabajan en ese sector seguirán dando la lucha para que los escenarios más importantes derroten a la soledad .
Parece una cifra de mal augurio, un designio de la mala suerte: 13 meses. Ese es el tiempo en que las bancas del Atanasio Girardot, bajo la intemperie, han esperado infructuosamente el día en que vuelva el público.
Palideciendo ante la furia del sol, o bajo una lluvia paciente, han escuchado, lejanos, los gritos de gol que antes las estremecieron. Lo mismo pasa en el centro de eventos La Macarena, frente al río indómito que hace poco se desbordó. Sus tribunas, que en 2019 recibieron a 500.000 personas, permanecen frías, ignorando la razón de su soledad. Y la escena se repite. En Plaza Mayor, la babel de Medellín, se dejaron de realizar 327 eventos en 2020. Este es el panorama de una ciudad que se quedó sin eventos masivos.
Esta historia comienza en las afueras del Atanasio. Allí, desde hace 55 años, Belarmino Ortiz vende prendas deportivas. Frisa los 81 años y su piel, apergaminada por el paso del tiempo, advierte las secuelas de una vida ruda. Nació en Ebéjico y llegó a Medellín muy joven. En 1965 0 1966, no recuerda bien, comenzó a vender viseras en los partidos de fútbol. Terminaba la mercancía y, corriendo, se metía al estadio, sin importar si jugaba Nacional o Medellín.
Recuerda aquellos años como un remanso de paz. Dice que debajo de una ceiba —que todavía está en pie— tomaba aguardiente con hinchas de ambos equipos. Una vez, comenta para ilustrar aquella época, olvidó qué equipo jugaba. De su casa salió con la camiseta de Medellín y, una vez llegó al estadio, se dio cuenta que el partido era de Nacional. “Entré con la camiseta de Medellín y con una bandera de Nacional. A nadie le pareció raro ni me volteó a mirar. Eran otros tiempos”, comenta.
Ahora trabaja en uno de los 298 módulos que ocupan los venteros en las afueras del Atanasio. En un domingo de fútbol, cuando las familias llegaban al estadio, podía vender hasta $1 millón. Camisetas, gorras y cornetas rodaban de sus manos hacia las de los hinchas. Pero hoy, después de 13 meses sin fútbol con público, agradece cuando vende una camiseta en un día. “La cosa está durísima. Hay días en que no vendo un peso. Si no fuera por mi familia, estaría aguantando hambre”, relata.
Álex Ramírez, presidente del comité de la Red de Venteros del Estadio, comenta que de los 298 módulos solo hay 186 funcionando. Y, de ellos, 70 están quebrados, sin plante y sin productos. “Llevamos 13 meses sin ingresos. Desde el 7 de marzo de 2020, cuando Medellín le ganó a Millonarios, hemos estado sufriendo”, expone. Y a paso seguido, con voz acoquinada, dice que han hecho lo posible por “reinventarse”. El año pasado, todavía incautos sobre el futuro, decoraron los locales para la Copa América. El de Álex se adornó con los colores de Argentina. Pero la Copa América nunca se jugó y las ansias de reactivación se diluyeron.
En diciembre tuvieron otro plan. Para atraer turismo, hicieron gestiones y consiguieron un alumbrado. Aunque fue insuficiente para el enorme espacio, lo instalaron. Pero cayó otra desgracia: “En diciembre nos cerraron y no pudimos reactivarnos. También pensamos hacer pesebres, invitar a la gente. Las cosas no se dieron por culpa de esta pandemia”.
Sabiendo que el fútbol con público no va a retornar pronto, decidieron crear algunos emprendimientos. Aunque todavía no han pelechado, es la única opción para salir adelante. Entre las ideas está vender salpicón por Internet, instalar paneles solares para ahorrar energía y construir una plataforma que ofrezca comida rápida. “Otra apuesta es que la administración le haga mantenimiento a estos módulos, pues desde 2010, cuando los construyeron, están iguales. Nosotros podemos ser la mano de obra”, señala Álex. Y añade que la propuesta se la enviaron al Inder, de donde esperan respuesta.
Pero, si afuera del estadio llueve, adentro tampoco escampa. Helber Restrepo es el presidente de la Asociación de Venteros y Arrendatarios del Atanasio Girardot. Es decir, los que venden puertas adentro en los partidos. “Ahora nos la estamos rebuscando. Muchos hemos tenido que salir a la calle a vender aguacates o lo que sea. Esperamos el día en que vuelva público al estadio”, expresa Restrepo.
Belarmino, con sus casi 81 años a cuestas, dice que prefiere no estresarse. Se pasa los días en su local, con calma, viendo películas o escuchando la radio. “Aunque la situación es preocupante, vivo con tranquilidad. En algún momento volverá el público. Mientras tanto, esperar”, concluye.
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Corría el año de 1928 y en Medellín había una pasión que unía a las clases sociales: las corridas de toros. Gracias a esta afición y al creciente público, se tomó la decisión de construir una plaza de toros que reemplazara al Circo España. Así fue como en Otrabanda, con planos del arquitecto Félix Mejía Arango, se dio inicio a la construcción. Pero muy pronto llegó la crisis del 29 y la plaza solo pudo ser terminada en 1944.
La Macarena fue el lugar de encuentro de los amantes de las corridas todo el resto de siglo. En 1991, sin embargo, la violencia que azotaba la ciudad se ensañó con ella. Un carrobomba estalló a sus afueras. Eran las 6:10 de la tarde cuando 200 kilos de explosivos dejaron 17 muertos y más de 60 heridos.
Pero La Macarena renació con el nuevo siglo. Fue remodelada, cambió su apellido a centro de espectáculos y amplió su aforo a 12.000 personas. Con los años, la pasión por las corridas decayó y eso llevó a la desintegración de Cormacarena, la entidad que administraba la plaza. Así, en diciembre de 2018, la empresa de eventos Dgroup se quedó con el 51 % de La Macarena.
Desde eso son los administradores. Ricardo Peláez, CEO de esa empresa, reconoce que hoy están “completamente inoperativos”. En 2019 entraron cerca de 500.000 personas a los conciertos y eventos realizados en La Macarena. Ya van 13 meses sin público y Dgruop ha sentido las consecuencias. Aunque el CEO no entró en detalles, comentó que el personal de la compañía ha disminuido, pero han tratado de mantener la mayor cantidad de empleos posible. “Ha sido uno de los momentos más difíciles de la compañía, pero nos ha servido para profundizar más en nuestro propósito, unirnos, fortalecer las relaciones con empleados, proveedores y accionistas. A pesar de todo, mantenemos las esperanzas y el optimismo”, dice Peláez.
Remata que están a la espera de autorización para realizar eventos en La Macarena. Por ahora, dice, se están manteniendo con campañas de mercadeo y el hotel Park 10, que pertenece a la compañía. “Estamos a la espera de poder reagendar los eventos que aplazaron y con la intención de captar algunos nuevos”, concluye.
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Juan Carlos Tirado es dueño de la cadena hotelera EE. Antes de la pandemia tenía 200 empleados. En el peor momento, su personal se redujo a 103 personas. Pero la reapertura, aunque lenta, le ha ayudado a aumentar a 133 sus trabajadores. EE es víctima de la pandemia: el año pasado se cancelaron o aplazaron 327 eventos en Plaza Mayor, lo que redujo el turismo en la ciudad. “Antes, el 60 % de nuestros visitantes venían a eventos o negocios. Perdimos ese público y ahora tenemos que buscar estrategias. La más viable es apuntarle al turismo regional”, dice Tirado.
Plaza Mayor también ha sentido esa ausencia. El año pasado dejó de recibir $22.000 millones. “La contingencia de la covid-19 no ha puesto freno al deseo de llevar a cabo eventos de talla mundial, es así como día a día se trabaja en la agenda de eventos para 2021, con el firme propósito de generar experiencias memorables y oportunidades para el desarrollo de la ciudad – región”, dijo Víctor Zapata, gerente de Plaza Mayor. El centro de convenciones, además, recibió hace poco el sello “Check In Certificado” que da el Icontec y lo acredita como centro de eventos.
Los hoteleros como Tirado también siguen haciéndole frente a la crisis. “Hemos hecho eventos híbridos, con una parte virtual y otra presencial. No es lo mismo, pero eso nos ha permitido mantenernos. Nos tenemos que adaptar a los eventos de esta nueva manera”, cuenta el dueño de EE.
Tirado es obstinado y persiste. Dice que “no puede darse por vencido”. Con tozudez, y con amor por el oficio, busca salidas a la crisis provocada por la falta de eventos. Incluso, ha encontrado soluciones en la raíz de los problemas más complicados.
Así sucedió con el encierro obligado de los últimos fines de semana. Este le abrió la puerta a un nuevo público: las personas que quieren cambiar de ambiente. “Viene gente de la ciudad y se encierra en el hotel. Leen, comen bien, cambian de ambiente”, advierte Tirado.
Sandra Restrepo, directora ejecutiva de Cotelco Capítulo Antioquia, complementa: “La ocupación hotelera en marzo subió a 42 %. Sin eventos, quiere decir que aumentó el turismo local. Una buena idea es ofrecer noches románticas o planes de fin de semana”.
Ya son 13 meses y la ciudad siente la ausencia de los eventos masivos. Sus habitantes y quienes trabajan en ese sector seguirán dando la lucha para que los escenarios más importantes derroten a la soledad
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¿Cómo ha impactado la falta de eventos masivos a la economía de la ciudad?
“Los eventos nacionales e internacionales que capta la Alcaldía de Medellín a través de El Bureau, aunque se ha visto afectada por la imposibilidad de realizar los eventos que se habían atraído a la ciudad en años pasados para llevarse a cabo en 2020 y 2021, no han sido cancelados en su mayoría, sino aplazados”.
El turismo de eventos era relevante para la ciudad, ¿cómo ha perjudicado esto al sector y qué se ha hecho para alivianar la situación?
“La labor de la Alcaldía y El Bureau, en este sentido, se ha enfocado en mantener los eventos, evitando su cancelación y buscando mantener la derrama económica que percibe la ciudad por su realización. El 97 % de los eventos que se iban a realizar durante 2020 fueron reprogramados con éxito para los próximos tres años, con lo que la ciudad deja de perder un impacto económico de más de $77.000 millones.
El año pasado iba a celebrarse la Copa América en la Medellín, ¿cómo impactó la no celebración del evento?
“Su realización en 2020 iba a impactar de manera importante en el turismo de la ciudad, la ocupación hotelera y diversas industrias conectadas con el turismo y el deporte. Pero es una muy buena noticia que no se haya cancelado sino aplazado para este año. El impacto económico no será el mismo, pues las limitaciones de vivir el evento 100 % presencial, además de las limitaciones de aforo, disminuirán el impacto. Sin embargo, hay otras consecuencias positivas que quedan en la ciudad como lo es la imagen positiva de Medellín”.