El espacio no tendrá más de 40 metros cuadrados, los suficientes para que un ciego pueda aprender las distancias entre el comedor y la cocina, entre el baño y la habitación, que no serán las mismas de su casa, pero servirán para devolverle la confianza cuando comprenda que puede “ver” aguzando otros sentidos.
Fue en 2010, cuando un cuarto oscuro en los bloques de Medicina Física y Rehabilitación del Hospital San Vicente Fundación, en Medellín, pasó de ser un rincón subutilizado a llenarse de enseres, electrodomésticos y muebles que lo transformaron en un pequeño apartamento, en un simulador de vivienda.
“En este lugar se desarrollan actividades de autocuidado y de vida diaria dentro de un proceso de rehabilitación. Esta estrategia es común en la literatura científica y es intuitivo que si una persona en terapia está entrenándose, por ejemplo para vestirse sola, lo logrará mejor por medio de la simulación”, explica Juan Carlos Parra, jefe del departamento.
En 2008 el hospital tuvo acercamientos con la Agencia de Cooperación Internacional del Japón (Jica) y como parte de un proyecto para atender a pacientes víctimas de mina antipersonal visitaron simuladores de vivienda en el país asiático.
Parra conoció el modelo junto a otros colegas. Lo que habían leído en estudios médicos pudieron observarlo en la práctica. No era un objetivo costoso y trajeron la iniciativa a Medellín. Hoy en día el Centro de Rehabilitación de Sura también tiene este espacio; es decir, no son extraños, pero son poco conocidos por la ciudadanía.
En la “casita”, como llaman al simulador algunos médicos del San Vicente, no solo los ciegos logran autonomía en el autocuidado o el desarrollo de su día a día, también se pueden conducir terapias de otros pacientes como aquellos con discapacidades motoras.
Reaprendiendo
Lo cotidiano para unos es un suplicio para otros. Para que no lo sea más, por ejemplo, en el comedor del pequeño apartamento el tenedor va a la izquierda, el cuchillo a la derecha, la cuchara en la parte superior del plato y en este, la comida suele ubicarse de acuerdo a una guía internacional que, según el tipo de alimento, tiene su cuadrante en el plato.
En la habitación, la ropa se clasifica por colores y por categoría, como zapatos, pantalones o camisas. “No es necesario que esté siempre alguien al lado de un ciego. Las personas con ceguera desarrollan planos para moverse y ubicarse, y con el entrenamiento pueden hacerlo solas”, anota Parra.
Las personas que llegan al simulador de vivienda lo hacen a través del Plan de Beneficios en Salud (PBS, antes el POS). Los pacientes llegan remitidos por oftalmólogos, fisiatras, neurólogos o pediatras, que detectan pérdida de visión irreversible que repercute en su cotidianidad y, tras una evaluación, pueden entrar al programa para ciegos.
Así ingresó José Albeiro Delgado hace un año, pero antes pasó más de ocho meses en casa sin animarse a retomar el rumbo de su vida. “Yo decía que no volvería a trabajar, me creía inútil”, confiesa.
Parra explica que es un síntoma de muchas personas con discapacidad visual. “La ceguera ha estado soslayada, escondida, hay pacientes que prefieren encerrarse sin enfrentar la enfermedad”, observa.
Albeiro cuenta que al comienzo fue difícil ubicarse en la “casita”, solo con el tiempo logró dominar el espacio y ahora sabe que al entrar hay un comedor y cuatro sillas, a la izquierda se entra a la cocina y desde allí a la derecha el lavadero y al otro costado la habitación, que tiene al fondo un baño.
“Sé dónde está ubicada la cocina, donde está el ropero en el cuarto —y señala a estos cuartos con el bastón—. Aprendí a doblar la ropa y guardarla. Ya fui capaz de freír papas, hacer huevos revueltos, arepa con quesito y chocolate”.