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Evacuar sí, pero con garantías: Puerto Valdivia

Sin claridad de cómo será y por cuánto tiempo, los pobladores exigen salir con todas sus pertenencias.

  • Los habitantes del Puerto se lamentan porque su territorio dejó de ser un vividero tranquilo. FOTO ESNEYDER GUITÍERREZ
    Los habitantes del Puerto se lamentan porque su territorio dejó de ser un vividero tranquilo. FOTO ESNEYDER GUITÍERREZ
12 de noviembre de 2022
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Evacuar 5.000 personas se dice fácil. El alcalde Daniel Quintero, desde Medellín, creyó resolverlo el pasado martes con una fórmula expedita: una evacuación que no dure más de 12 horas y que tranquilos, que si le toca ponerle a eso cámaras y el Robocop para que nadie entre a robar, lo hará.

Habría que saber cómo se vive en un pueblo agrietado donde duermen desde hace cuatro años con un ojo abierto. Habría, al menos, que recorrer el corregimiento y ver la colección de rostros ansiosos y confundidos para imaginar qué tan difícil es sacar, otra vez, a miles de personas a causa de Hidroituango.

En Puerto Valdivia, cuya población tendrá que ser evacuada por orden de la Ungrd junto con los poblados vecinos hasta el kilómetro 12 de Tarazá para realizar las pruebas de la hidroeléctrica, sus habitantes sonríen amargamente al escuchar los planes y declaraciones de EPM y de Quintero.

Salomón López Osorio dice que el escepticismo y temor están bien justificados. Cuatro años no bastaron –dice– para que EPM curara las heridas que abrió en el corregimiento. “¡Qué vamos a confiar en ellos!”, sentencia.

En Puerto Valdivia todavía esperan por el nuevo puente que reemplace el que el río Cauca arrasó en la contingencia de 2018. Aguardan, también, por el centro de salud, por el colegio. Esperan el regreso de los seres queridos que se fueron y dejaron una comunidad fragmentada; por el comercio, sus modos tradicionales de sustento y la tranquilidad que tampoco volvieron a plenitud desde 2018.

Una de tantas cosas que le demuestran a Salomón que nada volvió a ser igual es la reacción de los niños cada vez que escuchan una ambulancia o sirena: salen a esconderse bajo la cama.

La necesidad de evacuar, la prudencia de hacerlo –mejor dicho– parece ser unánime entre la población. Esta vez, sin embargo, piden que EPM les otorgue las garantías que no brindó hace cuatro años. “Si vamos a estar fuera un día, un mes o un año exigimos que sea en condiciones de vivienda digna y con todos nuestros animales y nuestras cosas”, recalca Darío Mejía.

Los saqueos y la muerte de decenas de mascotas y animales de granja mientras estuvieron hacinados en el coliseo en Valdivia o alojados en otros municipios todavía está en la memoria de los valdivienses.

Hoy, con el comercio medio entumecido, la actividad pesquera y el transporte fluvial completamente trastornados por los cambios del Cauca, muchos apostaron todas sus cartas a pequeños proyectos porcícolas y avícolas.

Gallinas gordas y sanas otras descoloridas se pasean por las calles, entre las ruinas de las casas a orillas del Cauca, acompañadas por pequeños perritos, una colonia entera de cachorros que buscan juego en las viviendas, entre algunos cultivos de pancoger y por las aceras polvorientas. Esto, sus animales, sus pertenencias, no figuran en el censo adelantado por las juntas de acción comunal que ya quedó cerrado desde el pasado martes.

Y mientras unos rezan para encontrar la forma en la que puedan salir con sus animales y enseres, otros como Julio César Botero Pérez, están literalmente en el limbo. Julio César, habitante desde hace 41 años del Puerto, estuvo en las últimas semanas acompañando a su mamá en la agonía, hasta que murió hace una semana en la León XIII, en Medellín.

Al regresar al corregimiento, donde vive de la venta puerta a puerta de ropa y cachivaches, encontró que ya no cabe en ningún censo a pesar de tener su carnet que lo identifica como miembro de la junta de acción de la vereda Cachirimé. Nadie le responde y él sigue arrastrando los pies con un bolso largo esperando por una solución.

Y así, todos los que tendrán que salir nuevamente de su hogar parece que perderán algo con la nueva evacuación.

Hernán Darío Pérez, pescador, barequero y miembro de Ríos Vivos, dice con amargura que salir otra vez de sus casas, aunque por horas, días o semanas, es otra señal de que, lamentablemente, el Puerto ya no tiene futuro como un vividero tranquilo.

Sostiene que la transformación que dejó Hidroituango al río Cauca es irreversible y que nunca más el bienestar de los habitantes aguas abajo estará garantizado. Por eso cree que no hay otra salida más que una reubicación definitiva que les permita, eso sí, mantener lo más que se pueda su vida ribereña.

Evacuar 5.000 personas se dice fácil. Lo difícil es entender el profundo impacto que causa cada decisión que toman sobre ellos.

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