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Pamela Carupia, la antioqueña de oro que ‘camina con sus manos’

Una mujer trans embera chamí del resguardo Karmata Rúa en Jardín recibió la condecoración.

  • Pamela Carupia forja cerámica en un pequeño taller en el resguardo Karmata Rúa, entre Andes y Jardín. Es una de las nueve antioqueñas de oro. FOTO carlos velásquez

    Pamela Carupia forja cerámica en un pequeño taller en el resguardo Karmata Rúa, entre Andes y Jardín. Es una de las nueve antioqueñas de oro.

    FOTO

    carlos velásquez

  • Pamela Carupia, la antioqueña de oro que ‘camina con sus manos’
11 de diciembre de 2022
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Una de las nueve antioqueñas de oro de este año vive en el resguardo indígena Karmata Rúa, entre Andes y Jardín. Allí sacan pecho porque, a los 37 años, Pamela Carupia logró este reconocimiento en la categoría de arte y cultura, entre 180 postulantes de diferentes subregiones. Ella, una mujer trans que ha liderado procesos deportivos y culturales en su comunidad, se siente orgullosa: dice no conocer el miedo y haber transitado un camino lleno de desafíos que, hasta el momento, no la han doblegado.

A las 11:00 de la mañana de un jueves recibe a los reporteros de este diario en su comunidad. A cuatro horas de Medellín, recorre con confianza los caminos del resguardo. Relata, con un tono de voz suave, acompañado por los movimientos de las manos, cuál es su rutina y por qué el primer punto de encuentro es la sede del cabildo. Explica luego que allí se toman las decisiones y que se traza en últimas el futuro de los 2.000 embera chamí que allí viven.

Sentada en una silla plástica abre las puertas de su vida: cuenta que comenzó a cultivar su liderazgo cuando se convirtió en consejera de su comunidad por accidente. En 2019, uno de los consejeros fue retirado de su cargo por un episodio de maltrato intrafamiliar y ella, luego de una votación, terminó relevándolo. “De imprevisto, en una asamblea, comenzaron a salir nombres. Hicimos campaña por ella en la cancha del resguardo. Ganó con los votos de los jóvenes”, dice Emilse Panchi, secretaria de Gobierno del resguardo.

De fondo suena la radio. Un vallenato, que habla de perdón, ambienta la construcción de la cárcel del resguardo. El viento sopla calmo y acaricia las plataneras de una de las huertas. Pamela, sobreponiéndose al paisaje, comparte su experiencia como consejera. Habla de justicia, de los casos en los que tuvo el deber de impartirla y del reto que significó hacer valer su palabra ante quienes cuestionaban su identidad de género. “¿A mí, un hombre, me va a juzgar una mujer como usted?”, decían algunos.

El episodio, aunque repetido, no causó mella: ella fungió siete meses como consejera y debido a las responsabilidades económicas en su casa se retiró. Volvió a los quehaceres del resguardo, que implican jornalear cogiendo café o desyerbando predios, pero también retomó su pasión: la producción de cerámica, herencia del matriarcado que es su casa; de su abuela, quien recorría los pueblos del Suroeste vendiendo jarrones y callanas —platos para asar arepas—, y de su madre, quien hoy celebra sus logros, aunque reconoce que ha sido un proceso complicado, doloroso.

***

Pamela fue llamada por otro nombre hasta los 14 años. Desde antes sabía lo que quería: vivir como mujer, vestir y maquillarse como las otras mujeres del resguardo, y trabajar por el bienestar y derechos de las mujeres. La pugna interna no fue sencilla, pero la externa rasgó con más ahínco. Hacer pública su identidad de género resultó en estragos familiares que terminaron por partir un matrimonio y suspender, temporalmente, la relación con su padre. Años después dejó su casa. En su comunidad, concluyó, no había espacio.

Terminó en Quindío, buscando sentirse parte. Allí conoció a otras trans. Fumó. Se emborrachó. También se enamoró de un hombre. Un señor, dice Pamela, con quien compartió cuatro años. “Salíamos a coger café o a volear machete con otras chicas trans. Así nos ganábamos la vida”. Volvió a Karmata Rúa. El señor se enamoró de otra embera chamí y la dejó. Desde entonces, cuenta, ha desistido del amor.

Su energía, desde que volvió, la ha dedicado a trabajar por las otras trans e indígenas diversos que viven en el resguardo. Primero hizo parte del equipo de baloncesto masculino de Jardín, pese a su identidad como mujer trans. Luego, en Andes, constituyó el primer equipo de este deporte integrado solo por hombres homosexuales. Llegó a ser la encargada de este renglón en su comunidad, impulsando las prácticas deportivas entre los jóvenes.

Igual impulso le ha dado a los procesos organizativos de mujeres. Participa de una asociación de mujeres artesanas, Imaginando con las Manos, donde abandera procesos de acompañamiento femenino y comparte procesos de aprendizaje con otras mujeres. Lidera, actualmente, el grupo diverso del resguardo. Ha sido referente para el resto de mujeres trans que allí residen.

“Ser rechazada públicamente ha sido lo más difícil. Pero eso me ha dado verraquera y me ha hecho sentir más fuerte y segura. Yo les decía a las otras trans: llegará el momento en que voy a hablar y luchar por todas. Llegará el día en que ellos, los líderes, nos escucharán”. Ese día llegó años atrás y, desde entonces, la voz de Pamela y la de sus pares no se ha apagado. Aunque su tono es sosegado, pausado, su cuerpo se ha convertido en una extensión de las palabras y en Karmata Rúa le creen, la escuchan.

“Es importante que el grupo diverso haga parte de la administración, porque a veces se nos olvida que existen, que están presentes, que ellas aportan a la comunidad en el tema de igualdad. Porque, aunque en nuestros abuelos haya habido personas diversas, nunca tuvieron la posibilidad de expresarlo públicamente”, dice Emilse.

El galardón de Antioqueña de Oro no se reduce a la cerámica, pese a que esta es su templo. En un taller pequeño, que sueña con ampliar y nombrar como Hija de la Madre Tierra, le da forma a las obras que luego vende en Jardín y que llegan, incluso, hasta Medellín. Con la destreza propia del talento, en menos de media hora forja una vasija a partir de barro y alcanza a elaborar sobre sus sueños.

Quiere graduarse como abogada de la Universidad de Antioquia, pero primero deberá concluir sus estudios de bachillerato. Espera que, en algún momento, su mamá se sienta completamente orgullosa. Ella —renuente a la conversación— dice estar feliz por los logros de su hija, pero reconoce que ha sido un proceso doloroso. “Pido fortaleza para seguir caminando con mi gente, más con las mujeres, que es con quienes más he trabajado. No conozco el miedo. El miedo es un impedimento”, dice Pamela, como toda una antioqueña de oro.

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