Deslumbrado con las luces intermitentes y con el sonido de las sirenas, al niño Carlos Andrés Ramírez, de cuatro años, se le olvidó que tenía quemaduras en su cuerpo y por un momento se convirtió en conductor de un carro de batería en el que se paseó feliz por los pasillos del hospital Infantil San Vicente Fundación, de Medellín.
Los vendajes en sus brazos y las molestias por las quemaduras no le impidieron tomar el volante y conducir sonriente y con asombro entre su habitación y el quirófano, donde iba a un procedimiento médico como parte de su recuperación. Su joven madre, Sandra Liliana Lizcano, lo miraba sonriente, mientras él aceleraba, hacía sonar el pito y las sirenas y metía frenazos en seco cuando de pronto sentía que se iba contra las paredes.
Contó que su hijo sufrió quemaduras con aceite caliente, que pudieron haber sido más graves si ella no lo hubiera auxiliado a tiempo.
“Eso pasó en un segundo que me descuidé, es muy fácil que un niño se queme, pero menos mal no fue tan grave”, dijo Liliana, que también se vio sorprendida cuando le llegaron a la pieza con el vehículo para que su hijo lo montara y piloteara.
Pero el más fascinado fue sin duda el niño: “él no dudó para nada en subirse y arrancar, y lo veo tan feliz, que tal vez le dé uno en diciembre”, dijo entre risas Sandra, mientras Carlos balbuceaba palabras inentendibles opacadas por el sonido de los pitos y las sirenas del pequeño vehículo.
Terapia antisufrimiento
Pero el carrito de batería no llegó como un regalo exclusivo para el hijo de Sandra sino que lleva allí ya cuatro meses y ha sido montado por centenares de niños que en la institución se recuperan de diversas lesiones y enfermedades y que, cuando van para cirugía o algún otro procedimiento médico, los movilizan en él como un elemento que los relaja y los entretiene.
Según Abraham Chams, cirujano pediátrico y director del hospital infantil, “llevarlos en el carrito es algo que les reduce tensión, les disminuye el llanto, el temor y hace que los procesos de anestesia y cirugía sean menos traumáticos”.
Son dos vehículos los que tiene el hospital para esta misión: uno de batería para niños mayores de cuatro años y otro de plástico, que el personal médico debe arrastrar por los pasillos, para los bebés más pequeños que no pueden manejarlos ellos solos.
En promedio, los carritos son usados por diez niños al día, según las cuentas del hospital, que atiende al año entre 40 y 50 mil pacientes menores de edad por urgencias, consulta externa y cirugías.
El programa surgió de la iniciativa de un benefactor y un integrante de la junta directiva del hospital, tras observar que en instituciones de otros países se utilizan métodos similares para aminorar la tensión de los pacientes.
Otros beneficiarios directos de los carritos son los médico y enfermeras, que observan a niños más relajados y fáciles de atender una vez los usan. Claudia Álvarez, enfermera, califica el programa de ingenioso: “cuando llegan en el vehículo, los niños entran al quirófano sin temor y la atención es más fácil”, afirma Claudia luego de ayudar a Carlos a manejar por los pasillos.