No es sencillo que caiga al piso un hipopótamo. Para tumbar a una mole de casi tonelada y media como Matildo, se necesita alta dosis de somnífero y esperar largo rato hasta que el animal se desplome. Lo hace lento, como en agonía y a veces se ve tan firme, que uno cree que se va a quedar de pie a pesar de la alta dosis de anestesia inyectada.
Se oye de todo en el quirófano móvil que instaló el Centro de Veterinaria y Zootecnia de la Universidad CES en la finca de la vereda San Juan, del corregimiento La Danta (Sonsón), donde fue operado ayer este ejemplar, igual que al martes el turno le correspondió a su compañero desde bebé, Juaco.
“Tres agujas de 18”, decía el anestesiólogo Diego Zuluaga. “Acá están”, respondía al instante una de sus asistentes al tiempo que llegaba con el pedido. “Ya no necesita lazo”, gritaba el galeno, y de inmediato otro de sus ayudantes del CES lo retiraba del cuerpo de Matildo, que tardó 25 minutos en desfallecer tras recibir los impactos de dos certeros dardos lanzados por el propio anestesiólogo y uno de sus ayudantes.
“Usted, póngase los guantes”. “Páseme un catéter 14 o 16”. “Aquí están la 14 y la 18”. “Métale el torniquete más arriba”...
Frases, palabras, monosílabos. Era lo que se escuchaba ayer en el corral que hizo de sala de operaciones donde fue intervenido Matildo, el segundo hipopótamo esterilizado por el CES en contrato con Cornare, con el cual se inició la protección controlada de los ejemplares fugados de la hacienda Nápoles y que busca que estos animales de gran tamaño traídos al país por el fallecido narcotraficante Pablo Escobar y que por veinte años crecieron sin control generando problemas de seguridad para las personas y constituyéndose en una amenaza para la fauna, la flora y los ecosistemas del Magdalena Medio y parte del Oriente de Antioquia, dejen de ser un problema.