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Legado del tejo sobrevive en este municipio del Aburrá

El deporte es ofertado como plan turístico en Envigado. Historia sobre cómo funciona y sus creadores.

  • Chris Cajoleas aprendió a jugar tejo en Colombia. Hoy comanda un plan que promueve este deporte entre turistas extranjeros. FOTO Julio césar herrera
    Chris Cajoleas aprendió a jugar tejo en Colombia. Hoy comanda un plan que promueve este deporte entre turistas extranjeros. FOTO Julio césar herrera
  • En el tour, además de la historia, se aprende sobre la técnica y reglamento base del juego del tejo. FOTO julio césar herrera
    En el tour, además de la historia, se aprende sobre la técnica y reglamento base del juego del tejo. FOTO julio césar herrera
24 de mayo de 2021
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Una práctica que emergió otrora entre los Muiscas es la que, entrada la tarde, entretiene a varios descendientes de los Aburráes. En el Polideportivo Sur de Envigado, un legado, que quiso hacerse nacional hace años, trata de sobrevivir.

Variadas son las teorías sobre el origen del tejo, disciplina que fue declarada como deporte nacional, mediante la Ley 613 del año 2000. “Declárese la disciplina deportiva del tejo como deporte nacional en todo el territorio. Su divulgación y fomento estará a cargo del Instituto Colombiano de la Juventud y el Deporte”, puede leerse en el artículo 1° del texto de ley.

La mayoría de estas teorías confirman, sin embargo, que Boyacá fue su cuna. Se dice que los Muiscas, también llamados Chibchas —pueblo indígena que habitó el altiplano cundiboyacense y Santander desde el siglo VI a. C.—, crearon el juego como un desafío para acompañar sus celebraciones, nacimientos, ofrendas e, incluso, el arreglo de matrimonios.

Esta tradición recóndita se convirtió en la base de una ruta que un hombre, de 50 años y extranjero, ha querido mostrarle al mundo. Originario de Florida, Estados Unidos, busca que habitantes de otros países viajen hasta el Valle de Aburrá, para que conozcan —y aprendan a jugar— el deporte madre de estas tierras del Sur.

“Llegué a Colombia hace once años. Tenía un restaurante. Escuché a unos mochileros hablando sobre un partido, y golpeando una cosa, pero no entendí qué era. Así fue como conocí el tejo”.

La anterior es la introducción con la que Chris Cajoleas, sentado en las gradas de ese polideportivo de Envigado, arranca un relato que, en retrospectiva, habla de cuándo dejó su tierra madre, para hacer en otra, como vocación tardía, que algunos reconozcan el legado que les confió la suya.

Conocer el tejo

“Vendí mi restaurante. Estaba muy aburrido. Traté con el tejo. Daba diversión, pero no mucha, al principio”, continúa Chris, acompañado de Juliana Ortiz, su esposa.

Tras un año, este le dio una nueva oportunidad a ese disco de metal —que fue de oro alguna vez— e intentó de nuevo. Le gusto más. Y después de ese juego, un colombiano le regaló su primer tejo: “A guy gave me his tejo!”. Debido a ese regalo, se vio en la necesidad de practicar y usarlo. Ese paso vaticinaba la imposibilidad del retorno.

“Seguí yendo a jugar los sábados. Y veía a otros hombres que jugaban mejor. Yo quería jugar con ellos. Cada sábado vine a entrenar temprano, con el ánimo de que me preguntaran: gringo, ¿quiere jugar?”. Pero eso, explica Chris, no sucedió. O, por lo menos, no antes de siete meses.

“Él venía y entrenaba súper juicioso, pero solo, ellos nunca lo invitaban a jugar. Entonces, él seguía ensayando, y mirando bien cómo jugaban”, detalla Juliana, que es paisa y le ayuda a su esposo con las explicaciones complejas en español. “Aunque a ellos (la familia de su esposa) no les gusta el tejo”, arremete él, como si se permitiera una imprudencia, una confesión.

Pero el día anhelado llegó. Una tarde faltaba un integrante para componer la escuadra. Lo dejaron jugar. Y, según él, lo hizo mejor que todos. Desde ese momento, como quien corrobora que ha acertado en su vocación, el turmequé (nombre originario del tejo) fue su pan de cada día.

Emprender vuelo

A los seis meses, Chris abrió “Tejo in Medellín”, pues pensó que los turistas estarían interesados en jugar al tejo. “Porque es un deporte bueno”, justifica. Era 2016. Entonces, participó de un torneo y comenzaron a llegar más turistas extranjeros. “Es más fácil para mí, porque soy el único gringo entrenador y con un tour de tejo en Colombia. Como hablo inglés, es más fácil para mí: I know what they look for, so I can help tourists through better”, dice.

De inmediato, Juliana lleva la idea al español, mientras, al fondo, las letras de una canción de música popular desgarran un radio, que está detrás de las mallas que componen el complejo. De ese resguardo también sale el “traguito”, cuando los jugadores consagrados, o los visitantes, se quieren tomar uno.

“Dependiendo de cómo ellos jueguen, él les da los tips para que lo hagan mejor: el equilibrio, cómo lanzar, dónde ubicarse”, describe ella. Esto, sin embargo, no es posible siempre, confiesa Chris. Los locales no toman sus consejos tan fácilmente. Es probable que, cuando se resisten, reclamen como suyo ese deporte: ¿Cómo es posible que un extranjero me vaya a enseñar a jugar tejo?, se preguntarán algunos.

En ese complejo ha habitado otra historia, desde hace 21 años. La protagonista de esta es doña María Cristina Duarte, hoy colega de Chris en el negocio.

“Mi esposo impulsó a Chris a que jugara el tejo. Y se animó. Es una persona que lo promociona mucho. Cosa que poco hacen las directivas del tejo en Colombia. Él programa sus jugarretas con los turistas extranjeros, y trabajamos juntos”, expone.

Chris recuerda que su primer torneo lo vivió en tierras paisas, lejos de Turmequé, Boyacá, donde nació la práctica. Sobre el cemento de esa cancha, que cierra una de las puntas del polideportivo, debutó. Es probable que la atmósfera del lugar no haya cambiado desde entonces.

Un letrero que reza “Tejo Envigado” se impone, a media altura, delante de los restos de producción de una empresa vecina; hay tableros y barro en los cancheros, y tejos y rayas amarillas pintadas en el suelo; también jugadores que esperan su turno y tumban sus cuerpos sobre sillas plásticas, mientras se hidratan con una “fría” y estudian la técnica de sus contrincantes.

Concretar la ruta

El tour que creó Chris comenzó a tomar fuerza. Las redes sociales, alimentadas por las fotografías y videos que hacía en los torneos y lugares que visitaba, le permitieron al tejo trascender sus propias fronteras. Estadounidenses, irlandeses y alemanes han llegado hasta esa cancha de Envigado, tras conocer las rutas de Chris por Armenia, Ibagué, Roldanillo, Valledupar, Honda, Villavicencio, Montería y Manizales.

Estos, en ese plan del tejo, escuchan su historia, en inglés fluido, de la mano del americano: “El tejo es el deporte nacional de Colombia. Tiene más de 500 años. Su nombre original es Turmequé, porque los indígenas de ese pueblo de Boyacá lo crearon. El tejo era un disco de oro. Se practicaba en las tribus, en la era prehispánica. 300 años más tarde, llegaron los españoles, lo encontraron y les gustó, pero ya no fue posible jugar con oro”.

Estos, relata Chris, cambiaron el oro con el que se jugaba, además del nombre —que pasó a tejo, por el río Tajo, que cruza la Península Ibérica y toma el de Tejo cuando cruza Portugal—, por otro metal: “Non precious metals. Y luego, hace 100 años, la mecha llegó”.

¿Cómo se juega? Ese es el siguiente paso en el tour. Este es el panorama básico para no fracasar en el intento: cuando el tejo cae cerca del bocín (metal en el centro del canchero) es una mano, que significa un punto; cuando se explota una mecha, se suman tres; si el tejo cae dentro del bocín, los jugadores se llevan seis; y si se ubica dentro del bocín y explota una mecha es una moñona —strike, en inglés—, que equivale a nueve puntos.

“La mayoría de la gente no conoce la historia. Se la he contado a extranjeros y locales”, aclara Chris, ya intermitente, pues lo esperan en el juego. “Toda la gente piensa que el tejo es, solamente, para tomar. No. Es un deporte de precisión, de acompañamiento y diversión. Estoy muy triste, porque, en realidad, no son muchos paisas los que juegan”, concluye el extranjero que se dedicó al juego nacional.

Pese a ello, con su labor, reafirma doña Cristina, más personas han conocido el deporte y llegado a Envigado. Ella y Chris no dudan en pedir más apoyo para este deporte desde las autoridades gubernamentales.

Su promoción, en últimas, sería cumplir con el porqué de su nacimiento y avanzar en esa apuesta inconclusa de convertir el tejo en aglutinador de una comunidad. Que los Muiscas y los Aburráes puedan fundirse en uno, sobre las tierras que alguna vez habitaron, a través del tejo

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