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En las laderas de Medellín no solo hay amenazas, también es posible hallar soluciones

A pesar de vivir con la amenaza de que la montaña se desprenda o el afluente se desborde, dos barrios de Medellín resisten con iniciativas de resiliencia urbana.

  • La ola urbana, con viviendas informales, pobló las montañas del oriente de Medellín. FOTO jaime pérez
    La ola urbana, con viviendas informales, pobló las montañas del oriente de Medellín. FOTO jaime pérez
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En las laderas de Medellín no solo hay amenazas, también es posible hallar soluciones
04 de septiembre de 2022
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La ciudad no siempre fue esa mole de cemento color ladrillo que se empina hasta los confines de las montañas, como si necesitara asomar la cabeza para respirar. Antes de que mataran a Gaitán y empezara un nuevo desmadre en el país, Medellín era un caserío en auge, tranquilo, moderno, limpio, con barrios trazados, un tranvía eléctrico y un ferrocarril. Pero la Violencia en el campo despachó a diestra y siniestra oleadas de gente a las ciudades y no hubo cómo contener la proliferación de barrios completos que crecieron a su arbitrio en las laderas. Nadie pidió permiso.

Ahí cabe una casa, allá otra, hagamos el banqueo, después montamos la plancha, que quede el cielo para hacer otro piso y hágale de ahí para arriba. Pronto esa multitud de desarraigados y sus descendencias se convirtieron en obreros, oficinistas, empleados oficiales, rebuscadores y vagos; y el barrio se fue estirando con mucha prisa a lo largo y ancho de la montaña, junto con sus billares, heladerías y graneros.

Entonces Medellín pasó de ser una pequeña ciudad con aproximadamente medio millón de habitantes en los 50 a convertirse en una urbe de 10 cabezas con cuatro millones a bordo.

El problema es que este valle es más loma que otra cosa. Alrededor del 57% del territorio tiene pendientes altas y muy altas, superiores a los 15 grados, pero como todo creció tan rápido y llegó tanta gente en pocas décadas, la montaña, que no estaba preparada, ni tuvo trazos ni planificación de calles y espacios públicos, se llenó de asentamientos precarios de difícil acceso.

De las 15.792 hectáreas construidas en el territorio metropolitano, el 62% se encuentra en pendientes moderadas y muy altas, es decir, entre el 5% y el 45%.

Por ejemplo, El Escobero, que es la subida de mayor pendiente media y con las rampas más inclinadas de todo el país, en la que los carros se ahogan hasta en primera velocidad, tiene pendientes que oscilan entre el 13% y 18%.

La moraleja de vivir aquí, es que pa’ donde mires tienes que subir, dice con atino una canción de la agrupación de rap Alcolirykoz, que canta desde las lomas del barrio Aranjuez.

A este empinado panorama se le suman otros problemas, como las fallas geológicas, problemas de suelos y la ocupación de los retiros de las quebradas, lo que aumenta la amenaza constante para todas las construcciones que se asientan en la ladera.

Por eso las quebradas se vuelven torrenciales, con alta capacidad destructiva durante sus crecientes periódicas, porque además del agua enfurecida, lleva piedras, rocas y todo lo que se aparezca a su paso. Ese video sí que lo hemos visto este año con tanto aguacero que cayó junto.

En plata blanca, la ocupación irregular de las laderas le generaba riesgo a 284.000 personas en 2016, según los estudios del Área Metropolitana del Valle de Aburrá. Pero el panorama es más crítico a futuro: en 2030 serán 344.000 habitantes.

Lo ideal sería que la ocupación del Valle de Aburrá, según las directrices de ordenamiento territorial que se empezaron a escribir desde 2006 y que poco se han aplicado, tuviera un crecimiento compacto en las partes planas, sin embargo, esos terrenos, caracterizados por ser los suelos de oportunidad para tener mayores densidades, ocupan escasamente el 13% del territorio y cargan con solo el 37% de las construcciones.

Más crudo no puede ser el panorama: inadecuada ocupación, disparidad entre lo plasmado en los planes de ordenamiento y la realidad del territorio, pérdida acelerada de suelos de la estructura ecológica principal, deforestación en las laderas, expansión acelerada de los corregimientos que ahora parecen nuevos barrios, además de un deficiente control urbano y rural de la ocupación territorial.

Pese a todo, las mismas barriadas, más maduras ahora después de medio siglo de torear la montaña y sus vacilaciones, decidieron echarse al hombro la lucha social y política para garantizar su derecho a habitar de manera digna y segura sus territorios.

A pesar de vivir con la amenaza a cuestas de una ladera que puede venirse en cualquier momento, crearon iniciativas de resiliencia urbana como huertas y autonomía energética, entre otros.

Las historias de El Pacífico y Bello Oriente muestran cómo hay que luchar para seguir con los pies firmes en la cuesta.

A el pacífico no le tiembla el pulso ni le falta energía

En las laderas de Medellín no solo hay amenazas, también es posible hallar soluciones

En el acento paisa-costeño de Dairo Urán la historia de El Pacífico adquiere el tono de una saga de relatos fantásticos. Dairo es, pues, el presidente de la junta de acción comunal y el narrador oral de un barrio incrustado en la comuna 8 que nació sin agua y ya hasta es capaz de generar energía hidráulica.

Que en el 94 empezaron a llegar desplazados de todo Antioquia y expulsados de una Medellín que negó a muchos el derecho de admisión. Que por allá en los primeros suspiros del siglo 21, tras el primer tropel de desalojo, pasaron de regar aceite y grasa a las lomas para que las autoridades no subieran a colmar los semilleros de organización y liderazgo que hasta allá llevó la Unión Europea. Ahí agarraron ideas y escudos para ir a librar una lucha larguísima por el agua contra EPM, la Alcaldía y la dirigencia política. Un día subieron los concejales al barrio y para atenderlos les sirvieron agüita silvestre.

–¡Esto es veneno! Es una falta de respeto que nos sirvan esto para tomar– protestaron.

–Es una falta de respeto que ustedes crean que así podemos vivir nosotros– respondieron.

La primera gota de agua potable salió por la llave en 2016. No era un favor, era un derecho, gritaba un cartel en los años de lucha.

Mucho tiempo para saborear su triunfo no tuvieron. El 18 de septiembre de 2020 una avenida torrencial los dejó aturdidos. La quebrada La Rafita lanzó rocas gigantes y ordenó la evacuación de 52 viviendas. El Dagrd quiso zanjar el asunto con cobijas y ollas. Quieto ahí, Dagrd, dijeron. Curtidos ya cómo estaban en lidiar a la institucionalidad, sabían que la entidad tenía la obligación de decirles por qué les pasó el desastre y cómo debían solucionarlo para que no se repitiera.

En las laderas de Medellín no solo hay amenazas, también es posible hallar soluciones

Mientras esos estudios se materializaban El Pacífico no se quedó manicruzado. La recuperación del barrio corrió por cuenta de convites y en paralelo toda su experiencia organizativa acumulada se potenció y, desafiando a la incertidumbre pandémica, desde 2020 el Movimiento de Laderas –resultado de una década de procesos comunitarios, sociales y barriales de El Pacífico y El Faro, en la comuna 8, y Bello Oriente (comuna 3) – se ha fortalecido para incidir en el plan de desarrollo de Medellín y enriquecer el debate público en torno al territorio y el medio ambiente.

Las corporaciones Jurídica Libertad y Contracorriente y las organizaciones Tejearaña y La Moradía aportaron un conocimiento necesario para equilibrar una cancha repleta de trampas jurídicas y administrativas. En la MAR, la Mesa de Atención y Recuperación de El Pacífico, ese equilibrio de fuerzas se ha sentido. En las sesiones de la MAR los funcionarios públicos, acostumbrados a posarse en la palabra, han encontrado el contrapeso de los argumentos y las propuestas, como esta concreta: que sea en El Pacífico el lugar donde se empiece a ejecutar la Política Pública de Protección a Moradores en escenario de riesgo.

¿Y se acuerdan de la agüita que fue a dar a los vasos de los concejales? Sí, la misma que los habitantes de El Pacífico consumieron durante dos décadas. Pues bien, el Movimiento Laderas se propuso con la Escuela Popular de Autonomías entregar conocimiento a las comunidades para resolver necesidades puntuales. Resuelta el agua, en El Pacífico se le midieron a la autonomía energética. Con el rebose del agua y una Rueda de Pelton que construyeron con sus propias manos con cucharas para mazamorra y baterías de computador recicladas lograron generar 34 kilovatios, suficientes para surtir a la sede la junta o cualquier otra casa.

Empadados en ciencia y soluciones para el territorio se ganaron también un proyecto de $92 millones con Minciencias para desarrollar prototipos barriales para gestión del riesgo.

Y mientras todo eso pasaba, salieron los estudios del Dagrd. Dicen que se necesitan casi $7.000 millones de obra pública para garantizar que la mayoría pueda seguir viviendo con menos riesgos. La Alcaldía ya dijo que no tiene plata. Si no hace las obras o no las hace a tiempo el estudio perderá vigencia porque la composición del territorio cambia aceleradamente. Sería un detrimento de $450 millones que costó el estudio. Frente a las grietas de la administración la respuesta en el barrio es seguir con paso firme. No están pidiendo favores, sino reclamando su derecho a la ciudad.

El pregón de Bello Oriente: no hay ecociudad si no existe primero el ecobarrio

Cuando Luz Inés sale en la mañana a su balcón encuentra a Medellín, de punta a punta, envuelta en bruma. Si va atrás, a su solar, encuentra arveja, maíz, plátano, banano, cilantro y limón mandarino. Es el paraíso.

Luz Inés Morales vive en el sector Palomar, la huella más distante de la ciudad al nororiente. Palomar es helado y huele a tierra fresca. De juntanza en juntanza en Bello Oriente se formó una red de huerteros con un conocimiento tal sobre el suelo que hay colegios y organizaciones que cruzan el Aburrá en busca de ese conocimiento. Así como El Pacífico le apostó a la autonomía energética, El Faro a la autonomía hídrica con cosechas de agua a través de cubiertas con diseño hidrológico, en Bello Oriente se la jugaron por la autonomía alimentaria con mejoramiento del suelo y abonos con pacas digestorias, bocashi, lombricultivo y penetrando la montaña en busca de microorganismos.

Hay un concepto de la Escuela Popular de Autonomías que Luz Inés dice que se le quedó grabado: “Hágalo usted mismo” que abarca la posibilidad de conocer la tierra, el suelo, y saber extraer de allí los alimentos que necesita para vivir. Cada vez que siembra o cosecha en su solar, mientras divisa parte de la ladera atiborrada de casas, piensa en esas tres palabras.

Pero alimentar el cuerpo no es suficiente. Por eso Arnulfo Uribe, un hombre que es a la vez líder comunitario y sabio atemporal, tiene desde hace dos décadas abiertas las puertas de su casa llamada Teofanía. Allí llegan estudiantes y profesores de toda la ciudad para conocer lo práctico: cómo hacer una paca digestora o constrir con materiales reciclados, y hablar de lo más complejo: cómo vivir en esta ciudad, qué sentido crecer en un mundo en el que los adultos dicen que está por extinguirse. Preguntas así, hechas por estudiantes de colegios ricos y pobres, resuenan en el escuchadero construido con botellas de plástico y llantas.

Arnulfo llegó hace 26 años al barrio, desplazado por amenazas y violencia del municipio de Bello. Sus años trabajando con los sectores más vulnerables de la ciudad le enseñaron que el conocimiento barrial es un activo que puede convertirse en beneficios tangibles para una comunidad. En la parte alta de Bello Oriente están gestando un ecobarrio, sumando ideas y buscando, en una extensa red que ya pasó las fronteras del barrio, los aliados y la forma de materializarlo.

Por ejemplo están afinando los detalles para la construcción de la Casa Vida, un espacio para hacer promoción de salud y prevención de la enfermedad y que encontró en un colectivo de arquitectas francesas las manos que harán posible.

“Queremos decirle al alcalde Daniel Quintero que para hacer la ecociudad que él pregona, hay que empezar por un ecobarrio. Aquí estamos haciendo ecobarrio. Aquí puede entender cómo lograrlo”, dice Arnulfo.

Es un mensaje poderoso y una idea que ronda ya desde hace algún tiempo entre las organizaciones sociales de asentamientos informales de Medellín. “Nosotros no somos la periferia, sino las nuevas centralidades”, pregona Arnulfo. Es un concepto sobre el cual la ciudad que habita el valle debe empezar a reflexionar. Durante años la institucionalidad ha lanzado ideas como globos al aire. Planes rimbombantes con largas siglas. Hace diez años apareció un plan metropolitano, Pemot, que prometió ponerle fin a la expansión en las laderas. Propuesta tras otra mientras en la periferia han aprendido a sortear las condiciones más extremas del territorio; a bregar ríos, conocer montañas y suelos. Tal vez haga falta escuchar lo que desde allí tienen por decir, ahora que en las zonas provistas de las mejores condiciones de hábitat sus habitantes empiezan a sentir que no estaban tan blindados como siempre creyeron y que el cambio climático también tocará sus puertas.

En las laderas de Medellín no solo hay amenazas, también es posible hallar soluciones
Infográfico
49%
del Valle de Aburrá está en ladera clasificada como alta pendiente (15° a 30° grados).
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