Como si su registro civil se hubiera traspapelado entre los cientos de calendarios que tiene encima, la fecha de cumpleaños de Medellín es, a su vez, varias fechas. A la usanza de las viejas y diluidas partidas de bautismo, el lugar de nacimiento también son dos sitios, una suerte de generación espontánea.
Bien dice Italo Calvino, en Las ciudades invisibles, que estas no dicen su pasado, sino que lo contienen como las líneas de una mano, escrito en los ángulos de las calles, en las rejas de las ventanas, en los pasamanos de las escaleras, en las antenas de los pararrayos, en las astas de las banderas, surcado a su vez cada segmento por raspaduras, muescas, incisiones y cañonazos.
La historia da cuenta que San Lorenzo de Aburrá fue el primer caserío establecido en el Valle el 2 de marzo de 1616 —evento del cual se conmemoran 404 años este lunes— en lo que ahora es el parque de El Poblado.
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Cabe apuntar que los invasores españoles llegaron al territorio que entonces era habitado por nativos aburráes, yamesíes, peques, ebéjicos, noriscos y maníes, los cuales se dedicaban al cultivo de maíz y frijol, a sus sembrados, tejidos y animales.
El Aburrá propiamente fue divisado el 24 de agosto de 1539 por Jerónimo Luis Tejelo, después de la fundación de Guaca (Heliconia, al suroccidente).
Los nativos opusieron resistencia a la llegada de los extranjeros a tal punto que muchos prefirieron la muerte a ser sometidos. Durante la Conquista, narra el libro Breve historia de Antioquia de la U. de A. (2001), los indios fueron prácticamente exterminados.
“La mayoría murió por enfermedades, entre ellas gripa, viruela, sarampión, tifo, malaria y fiebre amarilla, contagiadas por los españoles y los esclavos africanos. Otros cientos perecieron en las guerras, exceso de trabajo en las minas o porque no aguantaron el cambio tan brusco en sus costumbres y creencias”, explica.
Entonces el visitador Francisco de Herrera Campuzano, antes de que muriera el último indígena, estableció en 1616 el asentamiento de El Poblado de San Lorenzo de Aburrá, un caserío que establecería las bases para el futuro nacimiento de la ciudad de Medellín. En este vivieron 80 indígenas tributarios con sus respectivas familias.
Si con el acto, el oidor Herrera protegía a los indígenas, el pueblo fue una torre de babel por sus diferentes culturas, lenguas y creencias. Así, la vida de San Lorenzo del Aburrá fue efímera. En pocas décadas la mayoría de los indígenas murieron o se fugaron.