Intentando revivir lo padecido aquella noche, el sobreviviente Daniel Botero lo describió como un rugido atronador. Un alarido, no de una bestia, sino de una montaña herida, que le avisaba a la gente que se estaba despedazando, con quebradas desbocadas fluyendo como hemorragia de sus cavernas, y rocas filosas aterrizando cual guillotinas, arrastrando incontenibles el otrora paisaje de su ladera.
“El monte rugía y rugía, y luego las personas gritaron ‘¡se vino, se vino!, y no paraba de llover”, comentó el joven de 23 años, residente de la vereda Botón, en el sur de Dabeiba.
De todos los desastres que produjeron las lluvias el fin de semana en Antioquia, la naturaleza tenía reservada su peor partida para este pueblo del Occidente. Los testigos le narraron a un equipo periodístico de EL COLOMBIANO que el cielo empezó a llorar a las 2:00 p.m. del viernes 13 de noviembre; primero fue un sollozo, y luego un berrido que no paró hasta la madrugada.
El agua, contaron los bomberos, se fue reposando en la corona de la montaña, y a eso de las 7:00 p.m. se produjeron avenidas torrenciales en las quebradas Botón, Caño Hondo y Mohán. Los cauces se derramaron con violencia, sorprendiendo primero a los habitantes de las veredas Mohán y Dabeiba Viejo. Algunos alcanzaron a correr, refugiándose en los cerros vecinos, pero otros quedaron sepultados bajo toneladas de lodo, árboles muertos y el dolor de quienes los vieron desaparecer.
En la vereda Botón, surcada por la vía Medellín-Urabá, las quebradas Botón y Caño Hondo, separadas por un kilómetro entre sí, crearon un efecto de tijera. Cada una cortó un tramo de vía, derrumbando la banca y dejando atrapados en medio a un bus, una ambulancia, dos tractomulas y cuatro automóviles.
La tijera se fue cerrando, provocando pánico en los ocupantes de los vehículos. Wilmer Ramírez se estaba duchando en un cuarto del estadero-hotel Botón, cuando le dio por asomarse y vio los carros flotando junto a los troncos. “Quedé impactado, y me agarré a una columna del estadero”, dijo.
En un Chevrolet Beat, la docente Natalia Quiroz, que venía desde Santa Fe de Antioquia con un amigo y su hija 8 años, recién operada de un brazo fracturado, reaccionó cuando el agua inundó la cabina. “Mi amigo se asustó mucho por la niña, no sé de dónde saqué fuerza para abrir la puerta, y saltamos a un morrito. Nunca más en la vida volveré a conducir de noche por carretera”, profirió.
El bombero Alejandro Rojo, que llegó de Cañasgordas como apoyo en la emergencia, corrió hacia el bus de Sotraurabá que quedó apresado por el fango. La mayoría de pasajeros había salido, quedando solo el conductor y una mujer aferrando a su hijo en silla de ruedas y con síndrome de Down. “No tenían cómo salir, entonces entre el chofer y yo los sacamos. El niño de la señora tenía 18 años, pero se veía como de nueve, estaba asustadito”, indicó.
Mientras cada quien luchaba contra el destino, al estadero llegaron dos hombres con los ojos enjuagados por la lluvia y el horror de la tragedia. El inquilino Deiver Ocampo los vio con aire sombrío: “Nos contaron que iban en una camioneta Duster. Cuando se vino la borrasca, los dos lograron salir, pero la muchacha que iba con ellos no pudo. Se llama Natacha, es esposa del uno y compañera de trabajo del otro”.
La mujer abrió la puerta del automotor y la corriente la sacudió. El compañero la agarró del brazo, pero no hay fuerza humana que pueda contener a una cañada embravecida y el agua la empujó barranco abajo. La vieron por última vez aferrada a un árbol, hasta que su voz se diluyó entre los rugidos.
Horror con luz de día
Al amanecer del sábado, los sobrevivientes pudieron contemplar la magnitud del desastre. A lo largo de cuatro kilómetros, múltiples deslizamientos de tierra pelaron la montaña y taponaron la vía.
El balance inicial hablaba de 80 desaparecidos, aunque la cifra se fue reduciendo a medida que aquellos para los cuales no era la hora señalada, empezaron a emerger de los escondites. En Botón, varios se refugiaron en la iglesia Pentecostal Unida de Colombia, un templo de tablas en una pequeña cima; en Mohán, la mayoría escapó hacia las cumbres y 150 personas fueron evacuadas en helicóptero. Así, el censo de perdidos se redujo a ocho, con el pasar de las horas.
Según el Dapard, hubo 497 damnificados y 20 heridos. Los afectados fueron llevados al casco urbano de Dabeiba, donde recibieron las visitas del presidente Iván Duque y el gobernador Aníbal Gaviria.
En Botón, Daniel y sus amigos entraron a rescatar enseres de las viviendas destruidas. En una de ellas, el muchacho se subió a la cama, con el agua a las rodillas, y el lodo le dejó ver medio rostro sepultado. “Pensé que era un muñeco, hasta que le toqué el pelo y las orejas. Aún estaba caliente”, narró.
El difunto era Gabriel Lopera, de 85 años, a quien llamaban “el Primo”. Enfermo, llevaba años postrado en el lecho, por lo que no alcanzó a moverse cuando el muro de la habitación se le vino encima. No fue el único muerto, pues en Mohán se perdieron las vidas de Sandra Gaviria Arango, de 19 años, y su bebé Cataleya David Gaviria, de 19 meses.
La casa invisible
Dando paladas de esperanza, en la mañana de ayer, Noraldo Quiroz buscaba desenterrar su cama recién comprada.
De lo que antes fue su casa, quedaron cuatro tristes maderos empantanados. Sin embargo, recordaba dónde quedaba cada cosa: “Aquí teníamos el televisor, acá estaba mi pieza, allá la nevera”, contaba, mientras dibujaba en el aire la arquitectura invisible de su hogar.
Como la suya, 67 viviendas quedaron destruidas y 104 averiadas, según el Dapard. Y eso sin contar los enseres desperdigados por el lodazal, ni a las gallinas, gatos, perros y codornices que sin sus dueños quedaron desorientadas, siguiendo a cualquiera que se les pareciera a un potencial amo.
Ayer las autoridades abrieron paso temporal para vehículos atrapados en la zona de los derrumbes, pero solo en dirección norte (Urabá). Para los demás, al cierre de esta edición, el trayecto seguía bloqueado.
En la caravana de carros estancados había una limusina fúnebre, proveniente de Medellín, con el conductor y dos ocupantes. La pasajera Omaira Urán relató que transportaban el cadáver de su hija Olga Estela Cardona, fallecida por una enfermedad pulmonar tres días antes. El velorio será en la iglesia de Dabeiba y, debido al desastre, no será el único.
La apertura temporal de la vía fue aprovechada por soldados y policías, que se echaron el ataúd al hombro por varias cuadras, hasta dejar atrás el lodazal. Al paso de esta marcha sepulcral, el silencio se esparcía en Botón, no solo por respeto a Olga, sino en memoria de quienes no salieron del lodo, y de aquellos que, estando en él, podrían estar vivos de milagro.
Esa persistencia es la que impulsa a los rescatistas que indagan por el paradero de la mujer de la camioneta Duster, arrastrada por la corriente. A Natacha Madrid Serna la buscan en las riberas del río Sucio, donde desembocan las cañadas del poblado.
Luego de muchas paladas bajo el sol, el cabezote de la cama de Noraldo emergió de la tierra, y con eso la esperanza de recuperar, al menos, un pedacito de la vida que tenía antes, porque en Dabeiba habrá un antes y un después del 13 de noviembre de 2020.
497
damnificados hacen parte del censo realizado ayer por la Gobernación de Antioquia.
67
viviendas quedaron destruidas y 104 averiadas, informó el Dapard.