La voz entrecortada, 71 globos blancos volando libres hacia el cielo y una emoción colectiva que se convirtió en lágrimas: “los brasileros jamás olvidaremos la forma en que los colombianos sintieron como suyo el terrible desastre que interrumpió el sueño del heroico Chapecoense”.
La frase la pronunció José Serra, ministro de Relaciones Exteriores de Brasil, ante un Atanasio Girardot colmado por una marea blanca que aplaudió al unísono y que entonó cánticos futboleros para despedir, como si los conociera de toda la vida, a las víctimas de la tragedia más mortífera registrada en el fútbol de alta competencia.
El canciller lloró de gratitud ese miércoles 30 noviembre y muchos colombianos, dentro y fuera del estadio, lo abrazaron y también lloraron. Habían pasado menos de 48 horas desde que la irresponsabilidad de una compañía aérea truncó los sueños de un plantel que venía a escribir su historia en el fútbol y que se convirtió en el detonante para que dos pueblos se proclamaran hermanos.
Medellín y Chapecó. Antioquia y Santa Catarina. Colombia y Brasil. Las muestras de solidaridad comenzaron en la fría noche del fatídico lunes. Una vez se hizo público el siniestro, decenas de conductores del Oriente antioqueño, en sus camionetas 4x4, acudieron a las inmediaciones de Cerro Gordo en La Unión para intentar ayudar con el traslado de los sobrevivientes.
Fue tal el éxito de la convocatoria que la ayuda espontánea se convirtió en pocos minutos en un problema logístico porque la información se regó como pólvora en redes sociales y la cantidad de vehículos dificultó el paso de las ambulancias. También resultó masiva la convocatoria de traductores en portugués para facilitar el diálogo en aeropuertos, hospitales y demás entidades, con las familias de las víctimas. En pocos minutos se llenaron las más de 70 vacantes solicitadas.
El parte médico de los sobrevivientes (Alan Ruschel, Jackson Follman, Helio Neto, Ximena Suárez, Erwin Tumiri y Rafael Henzel) se volvió cuestión de Estado. Los colombianos siguieron con especial atención la evolución de cada uno y los despidieron como verdaderos héroes cuando partieron para seguir con su recuperación en los países de origen. El Club Atlético Nacional, por su parte, resignó disputar el título internacional y cedió la copa al club brasilero en un gesto de gallardía ante la magnitud de la tragedia.
El día del homenaje en el estadio Atanasio Girardot, que se realizó a la misma hora que estaba estipulada la final de la Copa Sudamericana entre Nacional y Chapecoense, miles de personas se quedaron por fuera del recinto porque el aforo se completó con más de dos horas de anticipación. Velas, flores y pancartas en español y en portugués adornaron un duelo conjunto que el mundo del fútbol reconoció como un gesto de solidaridad.
Fruto de esas muestras de afecto, y de conmoción colectiva por el dolor ajeno, Chapecó construye una plaza con el nombre de la capital antioqueña a manera de homenaje. Medellín, por su parte, decretó el pasado 12 de marzo en el Concejo a ese municipio del sur de Brasil como una ciudad hermana.
La pelota no se mancha: ni cuando la corrupción invade al fútbol ni cuando una tragedia termina con la ilusión de un equipo humilde, que parecía sacado de un cuento de hadas.