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El placer infinito de pintar

El maestro Fernando Botero ha logrado que su obra traspase fronteras sin olvidar de dónde viene. Un retrato íntimo e inspirador.

  • El mayor gozo del maestro Botero es pintar y expresarse a través del volumen. FOTO emanuel zerbos
    El mayor gozo del maestro Botero es pintar y expresarse a través del volumen. FOTO emanuel zerbos
  • El placer infinito de pintar
  • FOTO SOPHIA VARI
    FOTO SOPHIA VARI
30 de enero de 2019
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Por Martha Ortiz Gómez y Jorge Mario Velásquez

El artista antioqueño es un referente universal: “La idea es pertenecer a un sitio y expresarlo con mucha honestidad, así se tocan el corazón y la sensibilidad de la gente en todas partes”, dice Fernando Botero, quien aspira a ser recordado como “el autor de las esculturas de la Plaza Botero”. Con una obra extensa que lo ha llevado a exponer en 80 museos del mundo, a los 86 años sigue pintando de 4 a 6 horas diarias, aunque ha bajado el ritmo a sus viajes. En entrevista exclusiva en Mónaco, con Martha Ortiz, directora de EL COLOMBIANO y Jorge Mario Velásquez, presidente de Grupo Argos, Botero se declara un “trabajador incansable”.

MO: ¿Qué es y qué no es el arte?

FB: “El arte es todo lo que no es funcional. Es decir, cuando a una ventana o a una puerta les hacen adornos, los que sean, esto es arte, aunque no todo tiene que serlo. Es la definición más corta que puedo dar. Me puedo quedar hablando sobre lo que creo que es el arte y las ideas que me producen un estilo y que son el resultado de mi reflexión sobre la excelencia. Ahora que me lo dicen, eso de pensar cómo hacerme mejor todo el tiempo, me ha traído ideas e inquietudes, esto también puede ser arte, esa reflexión permanente sobre la calidad (...) Desde luego, hay arte menor y gran arte, y uno trata de afiliarse a este último. La idea es lograr una calidad que pueda, muy lejanamente, compararse con la de los grandes maestros”.

JMV: En ese proceso, ¿aún hace bocetos?

FB: “Dibujo todos los días y lleno cuadernos de todo lo que pasa por mi imaginación. Si un boceto es el punto de partida hacia una obra mayor, entonces lo trabajo. Todas esas cosas que hay aquí (en mi estudio), nacieron de un pequeño boceto que me tomó cinco minutos hacerlo (...) Lo paso y, en el acto de pintar, invento el 80 %. Es el caso de un hombre: no sé aún si quiero hacer esta figura en el interior o en el exterior; no tengo idea del color y pongo uno que en ese momento me atraiga y ese me sugiere un segundo color, y luego un tercero. Me dejo ir como si fuera un ‘médium´ y la pintura se fuera en cadena. Así va surgiendo el cuadro lentamente, pero nunca está totalmente en la imaginación al empezar”.

JMV: Alguna vez dijo que cuando se inicia una pintura el artista está afuera, pero cuando la obra termina, el artista está inmerso en ella. ¿Cuándo finaliza una obra?

FB: “Sí. Ese es un problema que han tenido todos los pintores, es decir, cuando encuentro los colores armónicos o la composición balanceada, en ese momento la obra está terminada, pero esto no tiene fin, porque cuando acabo el cuadro, a los ocho días lo vuelvo a ver y quiero cambiar cosas o volver a empezar”.

MO: ¿Y cuándo dice basta?

FB: “Una definición muy buena es la que dio Rembrandt cuando dijo: ‘termino un cuadro cuando paro de pensar’ (...) Uno a veces se conforma con menos. Es muy difícil terminar un cuadro, en realidad no se termina nunca”.

Su impronta

MO: ¿Cómo define su propio estilo?

FB: “El estilo es la identidad de un artista. Es una manifestación de principios, un manifiesto. Cuando uno pinta un cuadro hace una declaración. El estilo es lo único que no se puede enseñar y nace de las necesidades espirituales que se tengan. Es un proceso largo, se va depurando después de muchas pequeñas dudas e influencias y se va aclarando, pero toma tiempo. Empecé en 1946 a pintar acuarelas en Medellín y el primer cuadro que consideré que era un ‘Botero’ lo pinté en 1966, más o menos (...) Me tomó 20 años porque tenía muchas dudas, timidez, adhesiones e influencias, hasta que dije: ´este cuadro es ciento por ciento mío´”.

JMV: ¿Cómo explicarle a una persona ajena al arte ese estilo marcado por el volumen?

FB: “En el arte cuando uno empieza es como si lo invitaran a un banquete donde se tienen todas las posibilidades. Uno puede sentir la necesidad del color en la pintura. O puede decir que el color es más importante que la forma o el volumen. Uno busca qué es lo más importante. También es una cuestión de afinidad.

Por ejemplo, empecé en Medellín con acuarelas que eran volumétricas. No entiendo por qué, pero siempre he tenido esa tendencia, desde que tenía 15 o 16 años. Después fui a Europa y vi —sobre todo en Florencia— el arte italiano que inventó el volumen en la pintura. Ahora parece normal, pero el hecho de que en una superficie plana se produzca una visión de algo que no existe, que uno casi puede tocar, no era lógico. Lo hicieron los griegos, luego, durante la Edad Media, la pintura se quedó plana; después, a partir de Giotto, empezó el volumen en la pintura y durante cinco siglos hasta Courbet, fue muy importante.

El volumen comunica sensualidad a la forma y uno se siente exaltado por él; por la sensualidad que hay en la ejecución, esa exaltación de la existencia de las cosas, porque, por ejemplo, si yo pinto una manzana o una fruta y la hago más volumétrica es ‘más manzana’.

Mirando la gran pintura italiana, empecé a formarme una gran idea del estilo. Leí a Bernard Berenson, el famoso crítico inglés que crea una escala basada en la capacidad que tiene cada artista de producir los ‘valores táctiles’, esa sensación de que se puede tocar. Para él los más importantes eran Miguel Ángel y después Masaccio, Piero della Francesca y Giotto.

Los grandes maestros también eran ilustradores y contaban una historia (aunque entre los pintores ahora se ve mal que una pintura cuente una historia), por ejemplo, la de Cristo, de la pasión, la vida de los santos ... La pintura por la pintura vino mucho más tarde. No se puede criticar a los grandes maestros que cuentan historias, porque el gran arte las tuvo y, además, son obras maestras que admiramos.

Hay muchos elementos: el color, el volumen, la sensualidad, la técnica, la ilustración. Un pintor se vuelca más profundamente sobre uno de ellos, y eso marca su vida, su historia, su estilo y su trabajo. Si le gusta la línea, mire el arte gótico; si le gusta el volumen, mire a Masaccio y a Miguel Ángel; si le gusta el color, vea a Matisse”.

MO: Si bien usted es autodidacta, estudió en profundidad a los grandes maestros de la historia del arte.

FB: “Nunca tuve profesor. Fui a escuelas de bellas artes donde no se usaba que el maestro fuera a la clase porque los jóvenes hacían la obra en la escuela. Cuando llegó don Julio Moisés, todos los alumnos estaban pintando cuadros abstractos y surrealista, y me hice la reflexión: ´Vine aquí para aprender a pintar’. Ahí tenía calefacción, colores, las modelos, entonces no traté de hacer cuadros de vanguardia sino que, humildemente, me puse a copiar la modelo porque lo que yo quería era aprender cómo se cogía un pincel, se mezclaba un color, lo básico. Eso fue lo que aprendí”.

MO: ¿Cómo ve entonces el rol de la academia hoy?

FB: “No se consiguen academias porque como nadie sabe pintar, es muy difícil que haya profesores. Hoy, todos los pintores que tienen éxito, muchos de ellos, no saben dibujar y esto es la base de todo (...) Por ejemplo, en los cuadros de Rothko no hay dibujo, son planos de color de muy buen gusto; este tipo de pintura se vuelve como papel de colgadura con el tiempo, porque mi idea es que es demasiado decorativa; se ve (a través de ella). Por el contrario, las grandes obras del arte son tan complejas que uno no se las puede meter en la imaginación fácilmente; uno las mira, pero apenas se retira del cuadro, no puede retener todo. En cambio, con Rothko sí”.

JMV: Usted ha pintado sobre la tauromaquia o sobre momentos políticos difíciles en el mundo o en Colombia. ¿Qué tanto pesa en su proceso lo que pasa en el mundo?

FB: “Hay cosas que lo golpean a uno de una forma muy especial, por ejemplo, la violencia en Colombia, sobre la que pinté mucho, porque me tocaba el corazón y el alma. También pinté la tortura de Abu Ghraib, en Irak, porque me pareció absurda la presión de Saddam Hussein para torturar a la gente que fuera creyente de otras ideas. Son cosas que me mueven y empiezo, casi sin darme cuenta, a hacer pequeños bocetos y, de pronto, me voy metiendo en el tema.

La primera responsabilidad de un artista es pintar bien. Si se da el caso de que está diciendo algo de más con su trabajo, ¡fantástico! (...) Uno no se puede volver el colorista de todos los males del mundo”.

MO: Su primera venta fue una obra taurina de la cual perdió el dinero. ¿Qué pasó?

FB: “Estaba estudiando en Marinilla botado de la Bolivariana y pude pagar el internado con lo que me ganaba en EL COLOMBIANO haciendo ilustraciones (....) Era aficionado a los toros y empecé pintando acuarelas de los toreros. Había un almacén en la calle Junín de don Rafael Pérez, un sastre muy aficionado a la tauromaquia, que tenía un hijo que quería ser torero. Le llevé unas acuarelas a don Rafael y las puso en la vitrina. Yo pasaba todos los días y siempre contaba seis. Cuando conté cinco le pregunté si se había vendido una, me dijo que sí y me dio la plata. Salí corriendo a contarles a mis hermanos que había vendido una y se me perdió la plata en el camino (sonríe)”.

JMV: Hay una historia de cuando usted se involucró en la tauromaquia con el banderillero Aranguito...

FB: “Un día pasé en el bus de la Bolivariana al frente de La Macarena donde daban las clases de tauromaquia, y dije: ‘voy a meterme a esto’. Entré a la plaza y había como diez o quince muchachos practicando con capote. Fui como cinco o seis veces. Había una torera que se llamaba Morenita del Quindío, que había toreado en Medellín el domingo anterior y había tratado de matar el toro muchas veces, pero lo dejó vivo. Era un novillito. Entonces Aranguito dijo que ese día íbamos a practicar con el toro vivo. De los quince que había, se retiraron catorce, yo fui uno de esos. Quedaron dos o tres. Me acuerdo que el hijo del crítico Joaquín Santiago de Irazabal, de EL COLOMBIANO, Quinito Segundo, era uno de los valientes y se quedó en la escuela”.

Desde sus convicciones

MO: Es vehemente al decir que ha sido exitoso porque ha sido coherente. ¿Cuáles son sus convicciones?

FB: “Las del estilo. Considero que el volumen es importante: primero, porque hay una gran tradición de grandes artistas que lo expresaron; segundo, porque me produce placer esa exaltación de la forma; esas formas llenas de los grandes artistas me atraen, verlas me produce una emoción y me elevan de mi ritmo normal. Eso es lo que yo llamo el arte: lo que da placer.

Como los cuadros de la crucifixión de Grünewald que son terribles, pero dan un placer distinto; es decir, la parte ilustrativa golpea con un drama tremendo, pero, al mismo tiempo, la armonía, el color, el dibujo, la composición producen el placer (...) Ahí viene el goce del arte; por eso existen el drama y la comedia, es decir, el drama es artístico, lo mismo que la comedia”.

MO: ¿Cómo es su relación con el espectador, ha tenido oportunidad de observarlo, por ejemplo, en la Plaza Botero?

FB: “Lastimosamente no, porque uno llega cuando hay un acontecimiento, o lo invitan a uno a algo especial y nunca se puede sentar tranquilo en una banca. Pero, me emociona mucho que la gente humilde me conozca y le guste mi trabajo; ver en los bares ‘de mala muerte’ las láminas de los cuadros que he pintado pegadas en la pared y, sobre todo, a la gente que le da a uno las gracias por el Museo de Antioquia”.

MO: Le ha dado a Colombia dos museos y más de 400 obras, ¿hemos sido lo suficientemente generosos al dar nuestro agradecimiento?

FB: “Me han hecho muchos homenajes y condecoraciones, pero la verdad es que mi recompensa es la gente humilde que me para en la calle y me dice: ‘maestro, me gusta mucho su trabajo, estoy fascinado con las gordas’. Esa manera simple de ver las cosas, al mismo tiempo con admiración y con ternura. No espero recompensas especiales.

Siento un gran gozo al haber hecho esas donaciones de mi colección, eran cuadros que tenía guardados en un depósito y duraron años ahí. Cuando decidí regalarla, estaba en México y dije: ‘esto lo debería ver todo el mundo’, así que le conté a Sofía y ella me dijo: ‘fantástico’. Debo decir que primero se la ofrecí a Medellín y no me pararon bolas, me respondieron diciendo que no tenían espacio y que parecía que se iba a liberar la Licorera de Caldas pero que había que esperar. En ese momento envié la carta al Banco de la República y me respondieron de inmediato (...) En el momento en que pensaban mandar para Caldas la donación, Juan Gómez Martínez fue una maravilla, porque él, inmediatamente, fue a París con otras personas. Me dijeron que cómo era que los iba a dejar sin cuadros, que no donara nada a Bogotá. Les respondí que no podía porque me había comprometido, pero les dije que les regalaba otros cuadros. Ahí nació la idea de crear el Museo y de que nos dieran el Palacio Municipal. Fue un proceso muy bonito. Le dije a Juan Gómez: ‘si tumbas toda esta manzana yo te regalo 25 esculturas’, y me dijo: ‘ya mismo’”.

JMV: Usted intervino en la posición de cada escultura...

FB: “Sí, las colocamos de forma muy estudiada. Eso fue fantástico, la creación de ese museo y de las esculturas. Me acuerdo que llegaron el día antes a Colombia, las montaron en unos camiones, y nos fuimos con Juan Gómez a esperar las esculturas. El Presidente debía llegar al día siguiente. Aunque ya sabíamos dónde iba a ir cada una. Montarlas, en medio de la noche, y con ese aguacero, fue una cosa tremenda; allá estuvimos hasta las cinco de la mañana con el Alcalde. A las 11:00 de la mañana hubo discurso del Presidente y se instaló todo. Se hizo a una velocidad extraordinaria. Esos son gozos maravillosos (...) Alguna vez me invitó el Alcalde a que fuéramos a ver los alumbrados, entonces bajamos por La Playa en un camión de escalera y todo el mundo pasaba una botella de Aguardiente, son cosas de afecto popular, un ‘baño de popularidad’ fantástico, y uno no se puede privar de eso”.

Sobre la crítica

MO: ¿Cuál ha sido la crítica más injusta que ha recibido y con cuál de ellas se ha sentido homenajeado?

FB: “Las que más me han dolido son las del principio. Cuando estaba empezando y vivía de mi trabajo. Me pasó con la primera exposición que hice en Nueva York. Había vendido varias obras y al día siguiente, un crítico habló horrores y todos los que habían comprado se arrepintieron. Después —y hoy en día—, que hablen bien o mal, no afecta en nada. He tenido toda clase de crítica. Soy el artista que más exposiciones en museos ha tenido —casi 80—, entonces digo: ‘si el director del museo dice sí es porque le gusta mi trabajo’, si los periódicos dicen que es bueno, pues también. La verdad es que hace tanto tiempo que no me preocupo por eso. No recuerdo ninguna de las buenas en particular, pero todas ellas le dan a uno cierta energía y placer. Las malas no me dañan el entusiasmo”.

MO: ¿Hay algún tema o alguna obra que ha querido pintar y aún no ha podido materializar?

FB: “No. La verdad es que he pintado tantos temas y hasta ahora he tratado todo: La pasión de Cristo, el erotismo, la violencia, la fiesta... Me cuesta trabajo encontrar un tema. Trabajo algunos que he hecho toda la vida, sin tratar de buscar otros. Le viene a uno el entusiasmo por algo sin darse cuenta. Hoy hago una composición con unos músicos, una familia, o un burdel, o lo que sea. En la última exposición en Nueva York están 23 cuadros con 23 temas distintos”.

MO: Con una obra tan extensa y profunda, ¿cómo elige los cuadros que deja para usted?

FB: “Influyen mucho el tamaño del cuadro y el precio. Una pintura muy grande, de dos metros o más, es más difícil de vender, no solo porque no todo el mundo tiene un espacio para un gran cuadro, sino que tiene un precio mayor. Todos esos grandes cuadros —aunque se han vendido mucho, sobre todo en Nueva York—, se fueron quedando porque no había quién los comprara. Aquí vienen los marchant a comprarme las obras, y si no se venden después de dos o tres meses, se van a un depósito en Suiza, porque necesito el espacio. A veces se vende a partir de una foto, pero a ellos les gusta venir a ver el original”.

JMV: Maestro, ¿cuándo realiza escultura, pinta o dibuja?

FB: “No soy de los que un día hago escultura, otro pintura y otro dibujo. Empiezo a hacer dibujos que ya son muy terminados, trabajo uno o dos meses solamente dibujando y experimentando con distintos materiales. O también me demoro meses haciendo esculturas o pintando.

Yo no había hecho esculturas hasta 1974. Toda la vida había querido hacerlo, pero para eso se necesitaba aprender el oficio y no lo conocía. Un día tuve que decidir no pintar más por uno o dos años y dedicarme a la escultura. Conseguí barro, hice unas cosas chiquitas, muy tímidas, poco a poco me fui metiendo en la cosa. Después me volví más audaz en los tamaños. Ahora, la más grande que tengo tiene siete metros y está en Liverpool Station, en Londres. También hay un gato en Barcelona que es la que le sigue en tamaño. Después hay un caballo que acabo de hacer para un país árabe que tiene cinco metros de altura. Todas son hechas de un modelo más pequeño y resultan de una ampliación en las fundiciones con un pantógrafo”.

Fuentes de inspiración

MO: Su hijo, Juan Carlos Botero, lo describió como un hombre muy consciente de lo que Octavio Paz llamaba “el olvidado asombro de estar vivos”.Dijo que estaba lleno de curiosidad y de alegría por explorar y por crear. ¿De qué se alimenta eso?

FB: “Es una mezcla de muchas cosas: primero, nací con esa vocación o tendencia, porque en Medellín, en los años 30, no había nada de inspiración, ni museos, ni galerías, ni coleccionistas; no había ningún estímulo. Empecé a pintar mis acuarelas en mi cuarto en la calle Balboa con Belalcázar, que era mi casa, y a conocer un poquito de la historia del arte, porque conseguí un libro chiquito El arte moderno, de Julio Payró, que describe el cubismo y quién era Picasso. Hablaba de grandes pintores como Salvador Dalí, Matisse, Gauguin y me contaba, en pocas palabras, quién era cada uno. Esa fue mi iniciación. Me entusiasmé con ese librito y empecé a pintar acuarelas.

De pronto, hablé con amigos que leían mucho y que tenían un ambiente más serio que las fiestecitas a las que iba en la juventud y comencé a sentir esa atracción por el arte, así que dejé esa parte de mi vida, de las fiestas con las novias, y en un ambiente de más seriedad, empecé a conocer los pintores de Medellín, que eran mucho mayores que yo, como Rafael Sáenz, Gabriel Posada Zuluaga, todos los que había, que no eran muchos. A Pedro Nel Gómez no lo conocí nunca porque él era ingeniero de la Universidad de Antioquia y no era muy cercano, era más de lo que se llama como ‘el arte oficial’: cada vez que había que hacer algo en la ciudad, era Pedro Nel quien lo hacía”.

MO: Como artista vivo ha logrado hitos que nadie más ha conseguido, ¿qué es el éxito para usted?

FB: “Es tener las oportunidades de expresarse, eso es lo más difícil. Nunca se acaba de tener suficiente porque siempre hay algo por conquistar. He hecho exposiciones en el mundo entero, pero no he sido invitado a un museo de Nueva York, y me gustaría (...) Siempre he dicho: es un milagro que viniendo de Medellín y pintando antioqueños, tenga tanto éxito”.

JMV: Ha dicho: “soy el más colombiano de los artistas colombianos” y ha mantenido siempre vínculos muy estrechos con nuestro país. ¿Qué siente alguien que nace en Medellín y que alcanza el mundo?

FB: “Siempre he tenido la idea de que para ser universal hay que empezar por ser parroquial. La idea es pertenecer a un sitio y expresarlo con mucha honestidad, así se tocan el corazón y la sensibilidad de la gente en todas partes. ¿Por qué un artista como Van Gogh es amado en el mundo entero, si pintó paisajes de un pequeño pueblito en Francia y logró que esto emocionara de tal forma? Todos los grandes artistas que fueron locales se volvieron universales por la honestidad, el entusiasmo y la decisión con las que se expresaron. Quien decide que quiere ser internacional tiene que aspirar a ser universal, porque son dos cosas distintas”.

JMV: Ha sido un colombiano de corazón y ha creído en la resiliencia de Medellín. ¿Cómo ve a Colombia y su futuro?

FB: “¡Colombia, si no hubiera esa corrupción tan terrible! Antes la gente se robaba mil pesos, pero ya eso es en millones y de dólares, y todo es a un nivel terrible. Eso es lo que va a frenar a Colombia si no lo paran. Uno no pierde la fe”.

JMV: ¿Cuáles serían los dos valores o formas de ver la vida que usted, como un gran visionario, desea transmitir a nuestros jóvenes en Colombia?

FB: “Lo más importante es trabajar, trabajar, trabajar. Esa es la base de todo. Después, la honestidad”.

MO: ¿Qué es lo que más lo ha marcado de una mujer?

FB: “Bueno, lo que ha marcado a todo el mundo (risas). La mujer ha sido el tema favorito de los pintores a través de toda la historia, porque las mujeres son bellas, inspiran, son sensuales. Hay algo que tiene la mujer que es la razón por la cual los pintores la han amado y se han extasiado pintándola, eso está probado históricamente, yo diría que tres cuartas partes de los cuadros que se pintan, son mujeres y, la mayoría, desnudas”.

MO: Ha dicho que un pintor se muere pintando.¿Qué está pintando ahora y qué sigue en su obra?

FB: “Estos cuadros que ven aquí no están terminados. Pero tengo que trabajarles a muchos cuadros al mismo tiempo (ocho o diez). Esto va para una exposición que tengo en Dubai en febrero, aunque tampoco iremos. Uno siempre trabaja tratando de aprender algo, de mejorar, de descubrir y sentir cosas que uno no ha sentido. Es muy emocionante.

El más grande gozo en la vida lo tiene la gente cuya profesión es la fuente de su alegría, es decir, que no tiene que estar contando las horas para salir del trabajo. En la pintura no hay horarios para empezar, y uno lo hace por puro amor al arte. Bueno, yo lo hacía por necesidad económica cuando empecé, pero afortunadamente, hace muchos años que no tengo la premura de vender un cuadro. Yo lo hago por el placer tan infinito de pintar, de seguir descubriendo”.

JMV:¿Cómo quiere ser recordado?

FB: “Como el autor de las esculturas de la Plaza Botero. En el arte, hacer pronósticos es muy difícil. Hablar de perennidad, ya 50 años es mucho, porque muy pocos artistas han conocido la gloria permanente. Aún los más grandes han desaparecido y han resurgido, pero si durante 20 o 30 años la gente quiere mirar mis cuadros, eso ya es un gran logro”.

En un minuto

Su padre.

FB: “No lo conocí, yo tenía cuatro años cuando él murió. Me quedan flashes de él hablando por teléfono sentado en una silla, pero no lo recuerdo”.

Su madre.

FB: “A ella sí la conocí mucho mejor. Me fui de Medellín a los 18 años y desde entonces la vi esporádicamente. Ella murió en el año 72. Me encanta saber que ella supo de mi éxito y que exponía en varios sitios. Tuve la oportunidad de invitarla varias veces a Nueva York. Cuando mi padre murió, no teníamos ni cinco, pero ella me apoyó mucho. Cuando le conté que quería ser pintor, me dijo: ‘sea pintor pero se va a morir de hambre’. Le demostré que no fue así”.

Pedrito Botero, su hijo.

FB: “Esa fue, obviamente, la más grande tragedia, que partió mi vida en dos. Ese hijo que habíamos tenido, era el único del segundo matrimonio. Un hijo bellísimo que muere tan trágicamente. No pude ni seguir casado con la misma persona y algo se desbarató. Mi vida cambió totalmente”.

Su esposa, Sophia Vari.

FB: “La admiro muchísimo como artista y la quiero mucho. Llevamos cuarenta años juntos. Tenemos una relación extraordinaria. El éxito de esto es que ella sea tan adorada, tan querida”.

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